La Jornada 2 de noviembre de 1997

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Ofrendas para los muertos

1. MINUTO

Desde que tengo memoria siempre hemos recibido a los fieles difuntos en la casa. Mantener la costumbre ha resultado muy difícil, y más en estos tiempos. Nunca faltan los gastos ni nos sobra el dinero; sin embargo, aunque se nos presenten emergencias, los centavitos para la ofrenda no se tocan: son sagrados. Benigno, mi esposo, no lo entiende. El no es de por estos rumbos y lo educaron muy distinto que a mí. Piensa que al morir las personas se van para siempre, se pierden, como el polvo que se levanta con los remolinos de febrero y marzo.

El jueves mi esposo y yo volvimos a tratar el asunto. Desde ese día no me dirige la palabra. Está furioso porque cuando me preguntó si todos mis muertos estarían alrededor de la ofrenda, le contesté que sí. ``¿También El Tigre?'' ``El también.'' Enseguida se volvió loco de celos.

Estuve a punto de decirle a Benigno que no fuera tonto, que la noche de los fieles difuntos es que la menos tiempo le dedicó al Tigre: como regresan tantos muertitos de la familia, apenas me queda un minuto para recordarle a ese hombre que lo sigo amando.

2. ANGELES

El día 31, a las 12 en punto, oímos las campanas. Es la señal de que las almas de los niños muertos están regresando. Salimos a las puertas de nuestras casas y allí los esperamos. Desde lejos escuchamos sus risas, el golpe de sus pies sobre la alfombra de flores blancas; luego vemos su cabello, sus ojos, sus sombritas alargándose en el camino.

Según su costumbre, Macario y Catalina vienen muy agarrados de la mano. Tienen cuatro años, como el día en que los enterramos, y siguen igualitos: dos gotas de agua. Lo mejor de todo es que conservan su inocencia: no saben que están muertos, no comprenden mis lágrimas y se pasan toda la noche riendo.

3. SOBREVIVIENTE

El año pasado, Elisa y yo nos encargamos de componer la ofrenda. A ella le tocó ir por las flores. Trajo las más preciosas. A cada rato se detenía a mirarlas, como si nunca más fuera a verlas. En varias ocasiones la descubrí oliendo los manojitos y hasta le aconsejé: ``Ten cuidado, te vas a emborrachar con el perfume''. A la hora en que encendimos las velas, Elisa agregó una y la acomodó aparte. ``¿Para quién es?''. No me contestó. Ahora comprendo que encendió esa flamita por su alma.

Elisa murió en septiembre, se me adelantó en el camino. Este año yo sola preparé la ofrenda. Terminé justo a tiempo para abrirles la puerta a los difuntos. Entre ellos venía Elisa. Le pregunté: ``Cuando yo muera, ¿quién traerá las flores, quién encenderá las velas, quién me guiará hasta la casa donde ahora soy la única sobreviviente?''.

Mi prima no me contestó. Se me quedó mirando como desde muy lejos, pero adiviné en sus ojos lágrimas y una tristeza tan honda que hasta pensé: ``¿No seré yo la que esta muerta?''.

4. AMARGO

Apenas vi entrar a mi marido, le dije: ``siéntate en paz, hombre de Dios, cómete tu mishmole'' Le puse acelgas, que tanto te gustaban; también le eché acociles y una carpa entera. ``Está bien rico. Pruébalo''. Como lo hacia en vida, Fulgencio me criticó: ``Te quedó saladísimo, hasta amarga''.

Iba a decirle que estaba equivocado y a jurarle que no había puesto ni un granito de sal en la comida, pero luego recordé que en la olla del guiso habían caído todas mis lágrimas y ya no dije ni media palabra.

5. MADRE

De todos los fieles difuntos, mi madre siempre es la última en llegar a la casa. En sueños la he oído explicarme por qué se demora tanto: anda despacio para asegurarse de que en el camino del panteón no se pierda ninguno de sus nietos, de que Gildardo y José Luis no se queden atorados en la casa de las güilas, de que mi padre no caiga en la tentación de hacer un alto en El triunfo del neutle, de que el tío Quiro no se ponga a gritar como loco que no está loco.

De todos los fieles difuntos, mi madre es la última en sentarse a comer. Se pasa el tiempo comprobando que los golletes estén suaves para que pueda masticarlos mi abuela Margarita, revisando que el agua para mi tío Tiburcio esté nada más quebrantadita, asegurándose de que la calabaza haya quedado bien cocida, de que no falten tortillas blancas, de que la fruta no esté zaraza, de que cerremos bien las ventanas para que los chiflones de aire no le hagan daño a mi padre.

De todos los fieles difuntos, mi madre es la última en tomar la palabra. Sentada junto a la puerta, oye a mis hermanos contarle sus problemas. Yo, para no mortificarla, sólo le hablo de mis sueños.

De todos los fieles difuntos que vienen a visitarnos, mi madre es la última en salir de la casa. Se tarda mucho en comprobar que todo quede bien y todavía más en despedirse. Luego la acompañamos a la puerta. Desde allí vemos a mi padre: siempre está esperándola a mitad del camino que lleva al cementerio. Se van juntos, hablando, ¿Qué se dirán?

6. ANIMA SOLA

Mi madre nos heredó la costumbre de poner junto a la ventana un plato grande con bastante comida, golletes, tortillas, calabazas, tabaco, veladoras, un buen ramo de nube y zempaxóchitl y una botella grande de aguardiente.

Nosotros no podemos siquiera acercarnos a esta pequeña ofrenda. Está dedicada a los que murieron solos, a los que no tienen su propia sepultura ni una lápida sorda que repita su nombre; a los que nadie les reza ni espera: a los pobres miserables que, ya muertos, se mueren otra vez en el olvido.

7. PAULINA

Gildardo siempre fue muy precavido. Cuando se dio cuenta de la fuerza con que bajaba el agua de los cerros, él solito se amarró al poste. Así murió, así lo encontré. Me costó mucho trabajo desatarlo. Cuando vi las marcas en sus muñecas estranguladas, sentí el dolor que él debe de haber sentido en el último minuto de su existencia.

Gildardo regresó a visitarnos la noche de los fieles difuntos. No le dije que lo encontré hundido en el lodo, no le conté cómo me duelen sus heridas, no lloré: si Paulina lo mató con su lluvia, no es justo que lo ahoguen mis lágrimas.

8. SABOR A TI

Cuando los fieles difuntos se van,. nosotros regresamos a nuestras casas. Apagamos todas las velas, rezamos una última oración y nos sentamos a comer. Yo no sé qué me sucede en estas fechas porque me sirvo de todo y todo me sabe igual: a pura ausencia.