AUTOPISTA


Metempsicosis Martínez


La máxima latina nomen est omen (el nombre es destino) tiene diversas formas de cumplirse y una de las más espectaculares encarna en nuestro amigo Metempsicosis Martínez. En ocasiones, el ganado recibe en su herraje de fuego una suerte superior a la que otorgan las actas de bautizo. Metempsicosis fue concebido en una época que abusó de la esoteria tanto como de los barbitúricos. Sus padres, Lupita Fernández y Jerónimo Martínez, tienen ``edad atómica'', nacieron en 1945, lejos del hongo de Hiroshima pero no de sus efectos culturales. Después de cursar educaciones católicas (monjas ursulinas y hermanos maristas), Lupita y Jerónimo aceptaron el nuevo espíritu de los tiempos. Su historia podía revisarse en términos de calzado: 1) los Blasito estilo borceguí, 2) la canónica incomodidad de los Canadá, 3) el reformismo de los Hush Puppies, 4) la impresentable primavera de los Sandak transparentes, 5) el desaforado desafío de los trompudotes del Taconazo Popis y 6) los huaraches con suela de llanta de tráiler. De sobra está decir que Lupita y Jernónimo salieron descalzos de la década de los sesenta. En los mediocres setenta dieron a luz a tres hijos: Aleph, Vishnu y Metempsicosis. El más pequeño de los tres, encontró postrados a unos padres que habían hecho del aliviane una variante de la catatonia. A los dos años pintó mandalas en las paredes con jugo de cebada y puré de espinacas, a los cinco se acostumbró a gritar y a moverse como Joe Cocker y a los siete llegó a la ``edad de la razón'' dispuesto a emular a Charles Manson (una vecina le quitó las tijeras con las que trataba de mandar a sus hermanos a otra dimensión).

Lupita y Jerónimo combinaron a fondo la negligencia, la contemplación, el desmayo, la pasividad y la hueva con cojines estampados en telas de la India. ¿Qué podía esperarse de un rebaño que crecía en tal letargo? Ante la sorpresa de los pedagogos, Aleph es hoy un nerd tan exitoso que ya sólo se comunica por correo electrónico, domina bases de datos y colabora en el proyecto de una ``casa inteligente'' que será la respuesta mexicana a la de Bill Gates (los sensores fotoeléctricos se instalarán en elegantes mazmorras tipo Barragán). Por su parte, Vishnu aprovechó que su nombre ``da para todo'', es decir, se cambió de sexo y es feliz administrando un refugio alpino para tiroleses transexuados. Aunque la vida ha sido un poco más dura con Metempsicosis, puede reclamar algunos éxitos. Es un performer bastante inspirado, y ha recibido tres becas norteamericanas para que su estado de gracia no baje a tierra.

El otro jueves M. M. se presentó en nuestra oficina con una mojarra en la mano: ``¿Ya vieron esto?'', preguntó. En ese momento, la vida nos había llevado a un hueco miserable en el que nuestra única esperanza era llenar un cupón de Ventaneando Millonario. Nos costó trabajo abandonar nuestros espesos sueños de fortuna; con mirada narcótica revisamos el cráneo rapado, los tatuajes obligatorios, el anillo en el ombligo, los tres aretes en la oreja y la rutilante mojarra de Metempsicosis, que volvió a preguntar: ``¿Ya vieron esto?'' Curiosamente, no se refería a nada de lo que habíamos visto sino a un reciente ejemplar de la revista Vanity Fair que blandía en la mano derecha y que habíamos sido incapaces de advertir, seguramente por ser el único rasgo de Metempsicosis asimilable a nuestra oficina. Con uñas esmaltadas de negro, nuestro amigo pasó las páginas de la revista hasta dar con una cita: ``el performance es para gente con más problemas que talento''. ``¡Debemos frenar a los reaccionarios!'', fue el justiciero grito de la hora.

¿Cómo no simpatizar con alguien a quien conocemos desde hace 15 tatuajes? Además, estamos comprometidos con el performance desde el día en que La Jornada Semanal presentó en X'Teresa un dispositivo estético para repartir sandías. ``Ya vas'', dijo el más elocuente de nosotros.

Nuestro amigo bajó los cinco cierres de su pantalón y espetó: ``No me avergüenzo de nada.'' Lo que vimos fue indescriptible (baste decir que el espectáculo incluyó un anillo, conocido como cock-ring por los expertos en penes decorados). Metempsicosis orinó sobre la revista hasta romper alguna marca del maratón diurético. Luego se fue y nos dejó con el mugrero. No sabemos si su actividad fue un performance secreto o una guarrada evidente. ¿Para vengarse de sus enemigos lejanos tenía que mancillar el tapete de sus aliados cercanos?

Hubo una época remota en que el artista transformaba sus broncas en sinfonías. Tal vez en las proximidades del año 2000, el rango más provocador del arte consista en liberarse de los problemas para dárselos al público y el lema del espectador milenarista sea: ``quiero que me perturbes''. Lo cierto es que Metempsicosis nos dejó de rodillas en la oficina, con jergas en la mano, ante una mancha muy intensa. Fue entonces que uno de nosotros opinó, sumamente pensativo: ``Estoy seguro de que toma Vitamina B, por eso orina con tanto color.'' El acto había encontrado su primer crítico de arte.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Incertidumbre del quiliógono

Estamos diciendo que no hay que confundir imaginar con percibir. Imaginar no es, como se cree comúnmente, percibir dentro de nosotros imágenes. El que imagina no percibe nada, no ve nada; el que imagina hace algo peculiar, distinto de percibir, que se llama imaginar y que consiste en conjeturar posibilidades concretas o particulares a partir de las regularidades implícitas en los conceptos que manejamos.

Descartes ilustra esta confusión cuando distingue entre imaginar, actividad de la imaginación, y concebir, actividad de la inteligencia, o entendimiento, como él decía. Un quiliógeno, o poliedro de mil lados, dice el gran Cartesio, no puede imaginarse porque nunca estaremos seguros de que el poliedro imaginado tenga mil lados (a ver, cuéntalos). En cambio, el poliedro puede concebirse, es decir, postularse y entenderse como de mil lados sin tener que visualizarlos ni contarlos.

Imagina un templo griego. ¿Cuántas columnas tiene? Para responder esta pregunta no cuentas las columnas del templo que imaginaste. No puedes contar nada porque estás imaginando y no percibiendo el templo. Tú sabes o no sabes cuántas columnas le pusiste a tu conjetura. Si imaginaste un templo pequeño con cuatro cariátides, por ejemplo, puedes contestar. Si imaginaste el Partenón y sabes cuántas columnas tiene, también. Pero si imaginaste el Partenón y no sabes cuántas columnas tiene, entonces, obviamente no puedes: sería absurdo intentar responder la pregunta ¿cuántas columnas tiene el Partenón?, si no sabes, imaginándolo y contándolas. Lo que imaginas tiene lo que tú pones y nada más.

Esta es la razón por la que no puedes contemplar una imagen mental. Tú puedes contemplar una pera, digamos darle vueltas en tu mano mirándola, porque a cada giro la pera te ofrece nuevo colorido, textura, información. Pero no puedes contemplar lo que imaginas, porque su información se agota al entregarse y no tiene más que dar. Lo imaginario tiene siempre un único misterio, y es el que se encierra en la pregunta ¿por qué o para qué habré imaginado esto? y párale de contar.

En cambio es perfectamente posible imaginar un poliedro de mil lados, imaginado como de muchos lados, casi un círculo de lados pequeñísimos, pero del que yo sé que tiene mil lados. Lo que no puedo hacer es percibir con precisión no ya mil, sino más de diez o quince lados.

Descartes y los cartesianos, de Spinoza a Simone Weil, hicieron lo que pudieron para darle mala fama a la imaginación. La veían como fuente de error tanto intelectual como moral. Y había que sacarla de la jugada del entendimiento en el ejercicio puro y fructífero de la razón. No sé en qué momento, de seguro en el romanticismo, fue cambiando la apreciación de ella. Y el juicio negativo, que la consideraba poco menos que un perro loco, fue variando hasta llegar al juicio positivo que hoy hacemos. Decir ahora que alguien es imaginativo, es hacer el elogio de su frescura de invención. Pero hubo un tiempo en que decirlo era tildarlo de fantasioso, equivocado y semilunático.

Ahora, hay algunos puntos en los que hay que aceptar los peligros de error que señalaba Descartes: la imaginación es muy aseverativa y presenta sus trabajos, no como meras conjeturas, sino como verdades de hecho. Lo imaginario no lleva ninguna marca de fábrica que lo identifique como imaginario, y por eso es muy fácil confundirlo con lo real y bien averiguado. Cuántas desdichas podrían evitarse si pudiéramos hacer con nitidez la distinción. Pero al mismo tiempo, cuántas presuntas felicidades se desmoronarían con nuestra apresurada fantasía.

Como sea, distinguir en la memoria, por ejemplo, entre recuerdo auténtico y fantasía, es tarea siempre expuesta al error, por adulta que sea nuestra actitud y buena nuestra fe de llegar a la verdad. Porque sólo podemos distinguir entre una fantasía que pasa por recuerdo y un recuerdo legítimo, recurriendo al libreto exterior de los hechos, investigando las pistas y deduciendo como Sherlock Holmes.

¿Como sé que no he estado nunca en Borneo conversando con el rey de los bora-bora? Sólo puedo estar seguro repasando el libreto donde figuran los hechos verificables de mi vida. Librado sólo a la consulta interna de recuerdos y fantasías, nunca podría establecerlo irrecusablemente.

¿Qué puedo decir entonces de la veracidad de mi recuerdo de que en cuarto grado de primaria fui expulsado del salón de clases por bailar un trompo en el escritorio de la maestra, o de que la primera vez que besé eróticamente a una muchacha fue a bordo de un volkswagen amarillo en movimiento?




Naief Yehya


ENTRE HEAVEN'S GATE Y BILL GATES


Los instrumentos de precisión os harán libres

La ciencia y la tecnología no han podido desterrar todos los mitos irracionales de la humanidad. Por el contrario, en muchas ocasiones han generado nuevas mitologías inspiradas en conceptos tecnocientíficos a medio masticar. Un ejemplo fue la cretina simplificación de las ideas de Darwin, que dio lugar a conceptos racistas que sustentaron ideológicamente tanto a las políticas de inmigración estadunidense, inspiradas por la eugenesia de la década de los veinte, así como al nazismo. La popularización de las computadoras e Internet (con todas las ciberculturas que ha generado) ha dado lugar a una variedad de nuevos tecnomitos. Uno especialmente pernicioso es un rechazo del cuerpo que se traduce en el deseo de deshacerse de la carne y habitar el espacio inmaterial de las comunicaciones digitales. El anhelo de escapar a ``la prisión orgánica'' tiene su origen en el gnosticismo del siglo II DC, que consideraba al cuerpo como ``un cadáver provisto de sentidos'', así como en la tradición puritana del cristianismo victoriano. A estos viejos temores se ha sumado un renovado temor al cuerpo y la sexualidad, propio de la era del sida. El culto Heaven's Gate puso en práctica su versión de la liberación de la carne. Esta secta buscaba desde hace décadas trascender al cuerpo y alcanzar un nivel evolutivo superior al humano. Su estrategia fue abandonar el vehículo mediante el suicidio y saltar a la nave espacial que se ocultaba en la cauda del cometa Hale-Bopp. Por un lado el sacrificio de los miembros de este culto ha confirmado la imagen que promueven los medios masivos: el fanático de las computadoras es un nerd, sin vida sexual, eventualmente peligroso, antisocial y con muy pocos lazos con la realidad. Por otra parte, entre la comunidad conectada, Heaven's Gate es el chivo expiatorio, el caso extremo que hace que cualquiera se sienta dentro de los márgenes de la normalidad. Gracias a esta secta, aun quienes padecen adicción a los foros de chat y se sienten perdidos al apagar el módem, pueden sentir que la enajenación está en otra parte. El caso del Heaven's Gate parece mandado a hacer como fábula moral: los miembros de la secta rechazaban el sexo (algunos se habían castrado quirúrgicamente), seguían un credo tecnocristiano salpicado de ciencia ficción, veneraban el programa Viaje a las estrellas (uno de ellos era hermano de la teniente Uhura) y su líder se llamaba Marshall (como el gurú de los nuevos medios, McLuhan) Applewhite (una manzana blanca fue la computadora que inició la revolución de la computadora personal). Como apunta Mark Dery en su reciente ensayo, The Cult of the Mind, esta secta es una especie de versión caricaturizada de la emergente cibersociedad planetaria. El credo delirante de Heaven's Gate no está muy lejos de teorías científicas en boga que son consideradas perfectamente legítimas, como las ideas de Robert Jastrow y Hans Moravec de bajar o downlodear mentes humanas a circuitos integrados y la utopía de quienes esperan subir o uplodear conciencias a la red. Estas ideas suenan más realistas que la ilusión de treparse a un ovni en un salto mortal (sin duda la mejor campaña publicitaria que han tenido los tenis Nike), pero también estas ideas están permeadas de tecnomisticismo y de un anhelo pueril por alcanzar el paraíso del conocimiento absoluto, la inmortalidad y el sexo extracorporal a través de las líneas telefónicas.

El zar del antimercado

Así como heaven's Gate ofrecía abrir las puertas del cielo, el magnate Bill Gates ha prometido abrir a todo el mundo las puertas de la tecnología cibernética al poner una computadora en todo escritorio. Nadie puede asegurar que Applewhite y sus seguidores hayan conseguido su objetivo; en cambio, el fundador y director de Microsoft ha tenido un éxito extraordinario al conquistar la industria del software mundial. No obstante, a Gates no le basta que más del 80% de las computadoras del planeta utilicen Windows, sino que ahora quiere obligar a todo mundo a emplear Explorer (su browser o programa para recorrer la red). Microsoft ha intentado forzar a los fabricantes de computadoras a incluir este programa en sus productos, en vez del más popular Netscape Navigator. El 20 de octubre, el gobierno estadunidense penalizó a Microsoft por violar las leyes antimonopolios; el departamento de justicia ha propuesto una multa de un millón de dólares diarios hasta que la compañía renuncie a esta práctica. La empresa de Gates ha convertido el mercado del software en un antimercado; es decir, que al existir compañías suficientemente grandes y poderosas como para controlar el flujo de los bienes, costos y precios, la oferta y demanda que debería regular al mercado es reemplazada por la especulación, los caprichos y la manipulación de todas las variables que se pueden permitir los monopolios. En el caso de los sistemas operativos, la competencia de Microsoft (a pesar de tener alta calidad) se ha vuelto meramente cosmética. Gates, al igual que Applewhite, es el gurú que tiene en las manos las llaves del Reino: quien no está con él está contra él, quien no lo siga en su salto mortal se quedará afuera, en un mundo desconectado, desierto y sombrío.

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Naief Yehya

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