La Jornada Semanal, 2 de noviembre de 1997



Carmen Boullosa



¿Soy de la escolta?

Los huracanes del Pacífico nos regresaron las lluvias cuando ellas tenían muy poco de habernos dejado en paz. Pero el ritmo de la polis va estos días tan rápido que median cambios del cielo a la tierra entre las lluvias anuales de rigor y las que nos dejan de pilón las inclementes tormentas.

Si empiezo por el cielo, hay que contar que cuando nos inundábamos en la temporada de lluvias aún no pululaban las astabanderas en distintos puntos de la ciudad, multiplicadas con el ondeante y gigantesco lábaro patrio.

A ras de piso, los aberrantes operativos policiacos, los desaparecidos y ajusticiados fuera de la ley, más los asaltos que han subido de número de manera geométrica y un descontento que se hincha agresivo, escuchan por fúnebre música de fondo el crujir de dientes de los que serán cadáveres encajuelados, de las víctimas sin ton ni son ni escenografía ninguna, de los asaltos a mano armada o en tono de súplica mendicante, y en medio los Rambos espontáneos o asalariados ametrallan y hacen silbar sus balas en asaltos bancarios o trifulcas de origen narcótico, como aquellos legendarios, literarios párpados.

Entre el ras del piso y el cielo abanderado, un anuncio espectacular, repetido en varios puntos del Anillo Periférico, parece guiarnos hacia el verdadero sentido de las cosas. Dice: ``Estamos en el camino (una ruta verde-blanco-rojo no deja lugar a dudas de cuál es la vereda de que hablan). Sigamos trabajando.'' A la derecha y al pie hay un escudo que dice ``Ciudad de México'', un escudo rasca-huele, porque hiede a mal gobierno, por reutilizar el término de Hidalgo y Allende.

Como en las obras de Altdorfer, nuestro cielo y nuestra tierra se corresponden, imaginizan la misma situación, hacen un juego de espejos.

``Se levanta en el mástil mi bandera/ como un sol entre céfiros y trinos_'', no son los versos a que invitan las gigantescas y ondulantes gigantas que mal nos vigilan, ángeles desamparadores. Impuestas por el Estado, no parecen haber sido sembradas ahí para hacer el papel del sol o convocar pajaritos. Entre ellas, el hecho de que sus tres colores se utilicen como distintivos del PRI y el que la Presidencia de la República las use en sus campañas autolaudatorias televisivas, me siento peligrosamente asediada, no puedo marginarme de este discurso, súbitamente poseída por la máscara de más aplicada de la generación, miembro de la escolta que ha emitido el juramento de defensa al bandera.

Serena, Boullosa, serena. ``¡Símbolos! -me digo-, ¡símbolos!, ¡sólo símbolos!'', pero no me la puedo tomar tan a la ligera. Los que sienten perder el poder se están envolviendo en la bandera para motivarnos a dejarlos recuperarlo. Su gesto de utilización del símbolo patrio es una combinación del chantaje ``mamá, soy Paquito, ya no haré travesuras'', con los Niños Héroes de Chapultepec. ¿Debemos cuidarnos para que no nos arrastren con su berrinche, no nos hagan trastabillar y rompernos por su gestualización perversa? Yo añoro el cielo sin banderas, como añoro aquella ciudad en la que salíamos a pasear, mexicanos, sin el grito de guerra.