La Jornada Semanal, 2 de noviembre de 1997
ENTREVISTA A GUILLERMO SHERIDAN
En sus programas en Canal 40 y en centenares de reportajes publicados en Reforma, El Universal y Milenio, Ciro Gómez Leyva se ha significado por ser un excepcional periodista político. En esta ocasión se enfrenta a Guillermo Sheridan, uno de los principales ensayistas de la literatura mexicana y autor de una novela amargamente profética, El dedo de oro. ¿En qué clave se narrará nuestro futuro? Sheridan ensaya una respuesta.
El 2002, el ``Año Cabrón''
Una decena de críticos o escritores podrían haber reflexionado brillantemente sobre literatura y transición. Pero Guillermo Sheridan corrió tan rápido que terminó en el año 2029, cuando el Nacional Gobierno decretó que la pérdida de los estados del norte y de la península de Yucatán ante las potencias que vinieron a cobrar sus deudas era una mentira,aunque, en efecto, se habían tenido que tomar medidas provisionales y dolorosas que, ``sin embargo, se apegaron mucho a la realidad''. El Nacional Gobierno sacó un lápiz y trazó la nueva frontera: Hermosillo se convirtió en Culiacán; Culiacán se convirtió en Tepic; Tepic en Ciudad Guzmán; Mérida en Villahermosa; Villahermosa en Minatitlán y Minatitlán en Córdoba. Y así sucesivamente. Baja California era el único problema grave de la simulación, por lo que, después de pensarlo un poco, se concluyó que el Mar de Cortés se había secado, lo que daba al país territorio extra.
Sheridan se disculpa: ``Es que nunca he leído a Paco Ignacio Taibo II ni a Elena Poniatowska'', dice. ``A la mejor son muy buenos, pero no los he leído, ni a ellos ni a muchos otros, no soy el indicado para esta entrevista.'' Finalmente, el investigador y catedrático, el estudioso de los Contemporáneos, autor de la novela El dedo de oro, analista de temas universitarios y demás accede, ``porque, bueno, nada impide una transición hacia el pasado; el PRI anunció que regresará al nacionalismo revolucionario de 1929, Vasconcelos transicionó a Pablo Gómez y el PAN no transiciona más que a sí mismo''.
Le decimos que no se trata de hacer sociología, ni de saber si alguna vez hubo 25 novelistas en La Moncloa ni, mucho menos, de expedir certificados de calidad o cosas parecidas. ``Bueno'', responde, ``ojalá que La sombra del caudillo de la transición no sea un libro que diga quién mató a Colosio''.
-¿Qué te dice la literatura mexicana contemporánea?
-La buena no me dice nada diferente a lo que me dicen las de otros países u otras épocas. Cada vez estoy más convencido de que Charles Dickens fue mexicano. La mala insiste en ser diferente, pero cree que a fuerza de ser mexicana, y de que se le note, es como va a lograr ser diferente. Bueno, pues se lo creo sin necesidad de leerla. Por otro lado, es cierto que esa tensión marca en cierta forma la historia de nuestra literatura.
-En tu novela El dedo de oro, como en Memoria de los días de Pedro çngel Palou, o en Cristóbal Nonato de Carlos Fuentes, hay un clima apocalíptico. ¿En qué medida el interés de nuestra narrativa por un mundo que concluye tiene que ver con el fin de milenio, la crisis de las ideologías, la transición de México hacia otras formas de vida?
-Bueno, haber escrito una novela que sucede en el futuro y que es una sátira política, no implica que yo tenga algo que decir sobre el futuro o sobre la política, ni sobre la suma de las cosas, lo que llamas la transición. Aunque nada impide una transición hacia el pasado, que es lo que temo que está sucediendo. En todo caso, la respuesta completa a tu pregunta sería esa novela que escribí. Por otro lado, el alboroto alrededor de la llegada del milenio creo que pertenece al pensamiento mágico. La nueva forma de vida que das por un hecho me aterra de entrada. Si nosotros no podemos cambiar algo en México, dudo que el milenio lo logre. Y los datos objetivos anuncian que en el siglo que viene no ``transicionaremos'' hacia otra cosa que a la pesadilla demográfica final y a su fantástico correlato de tribulaciones políticas y sociales.
-¿Qué quieres decir con que la transición será hacia el pasado?
-Bueno, el PRI ya anunció que regresa al nacionalismo revolucionario de 1929. Si a lo que transicionó el PRI es el PRD, que comulga con ese deseo de pasado, lo mismo. Si a lo que transicionó la CTM es el STUNAM, igual. Si a lo que transicionó Vasconcelos es a Pablo Gómez, pues igual. Y así sucesivamente. El PAN no transiciona más que a sí mismo.
-Volvamos a El dedo de oro, una parábola sobre un líder muy parecido a Fidel Velázquez y un México futuro. Un libro que, quizá, más que una crítica del autoritarismo es una sátira; un texto que, ciertamente, mueve a la reflexión, pero que, en realidad, mueve a risa, una risa a veces horrorizada. ¿Qué piensas que marcará a la literatura mexicana en el arranque del 2000, las parábolas, las historias, las sátiras?
-Dice Octavio Paz que la risa es una defensa contra lo intolerable. Que en El dedo de oro esa defensa se haya dado vestida de novela no se debe a ningún propósito calculado. En las columnas periodísticas tiré algunos jabs y en la novela ensayé un uppercut. Pero la realidad me sigue noqueando en cada round.
-¿Qué distinguirá a la literatura mexicana?
-No sé. La narrativa inteligente seguirá haciendo lo que hace muy bien, atenta o indiferente a la política. La narrativa zonza seguirá encuadernando corazones rotos, mentes liberadas y buenas conciencias; supongo que ésta abundará, propiciada por la chicanización de la cultura mexicana, el sentimentalismo ideológico y la demanda académica y comercial, tanto foránea como local, de una narrativa ideosincrática, pedagógica, para consumo de los profesores gringos y los previamente convencidos. En México nos fascina la literatura que nos dice lo que queremos, y nos fascina aborrecer la que no lo hace. En fin, habrá escritores que se pasearán por las nubes y otros que continuarán en la semiclandestinidad.
-¿Por qué una realidad que se presta tanto para la sátira, que por momentos ofrece distorsiones dignas de la caricatura, ha tenido tan pocas interpretaciones en clave cómica?
-Bueno, el lugar común dice que algunos sucesos recientes (La Paca y todo eso) superan a la ficción. Esta es una actitud que obedece a una idea limitada de la realidad y de la ficción. Esta actitud, al creer que privilegia la acción, colabora a despreciar la literatura y su utilidad. Pero no es lo mismo la estupidez ambiental que su observación literaria. Una sátira de verdad saca de la realidad una experiencia más relevante que la realidad, como la tragedia o el absurdo. Crear una ``literatura Paca'' le pone un espejo a la estupidez, pero no hace nada por descifrarla. La estupidez es parte sustancial de la complejidad moderna y por lo tanto de la literatura, como lo probó Flaubert. Esto tiene que ver con lo que vienes preguntando: si un político mexicano declara algo como ``Estamos jodidos todos ustedes'', nos reímos mucho y no tardamos en decir que la sátira es redundante, que es imposible superar a la realidad y se acaba por repetir que si Kafka fuera mexicano, etcétera. Pero llevamos decenios celebrando la autoparodia implícita en el discurso político y de nada ha servido. Quizá la buena sátira debe entonces interesarse más en el contexto, en la composición, en la creación de un lenguaje que colabore a entender la estupidez.
-¿Quién lo logra en México?
-Nuestra tendencia, desde hace cien años, es más hacia la caricatura, pero creo que hay suficientes ejemplos que cubren satisfactoriamente la cuota del humor inteligente que necesita pagar una narrativa para calificar como moderna: Pitol, Ibargüengoitia, cierto Alejandro Rossi, Monterroso, Sigo siendo sola de González de Alba, el Palinuro de Del Paso, cubren el expediente. O Hinojosa, Villoro, Luis Miguel Aguilar, para mencionar unos jóvenes. Ellos han demostrado que la famosa solemnidad mexicana es una coartada, que lo que hay es pusilanimidad, conveniencia. En la medida en que los escritores se dejan atar por compromisos de cualquier tipo o por su propia importancia, se estrecha el margen de lo humorístico. Pero por esto mismo creo que no será poca la narrativa mexicana que acabará leyéndose como humorística en el futuro.
-¿La solemnidad mexicana es una coartada, entonces?
-Bueno, sí, se ha dicho antes. Es parte del famoso recelo mexicano. La solemnidad es una coartada y un refugio para inmunizarse ante la crítica, la responsabilidad y a fin de cuentas, de la verdad. Es parte del manual de Carreño del miedo. Abajo de la cabeza autolaureada de un solemne hay siempre unos pies de lodo. Es una medida de la fragilidad y no en balde suele ser el preámbulo de la violencia.
-Decías que la narrativa acabará leyéndose como humorística...
-Dije alguna, claro, no toda. No creo que el humor se demerite por ser involuntario, aunque sí su autor. Supongo que es natural que una cultura como la nuestra sea rica en humor involuntario. Si la Revolución y sus instituciones, incluyendo a los partidos, optaron por la autoparodia hace mucho, no veo por qué la literatura deba ser la excepción.
-A ver, a ver...
-Hay muchas razones. Por ejemplo, la falta de honradez y de autocrítica y el exceso de privilegios políticos o que se logran por medios políticos. ¿Para qué autocriticarte si tu compadre de todos modos te va a organizar un homenaje nacional? Estoy generalizando, conste. Pero esto también afecta la creación de crítica desinteresada, que cada día es más rara y a la poca que hay se le acusa de haber sido escrita con mano negra. Ha habido casos de escritores que han amenazado con proceder judicialmente contra críticos que los trataron mal, pero que son los primeros en defender la libertad de expresión. Me acuerdo de uno que acusó públicamente a Christopher Domínguez de haberle escogido sus peores páginas para su antología. Le parecía un crimen que Domínguez las hubiera seleccionado, pero no un error suyo haberlas escrito. Bueno, eso es humor involuntario y solemne. En la decadencia de la crítica tiene que ver también la mediatización del Estado.
-¿Quién se va a atrever a criticar la obra de un escritor que quizá el año que viene decidirá en el FONCA si merece una beca?
-¡Por supuesto! Y agregaría, ¿quién va a criticar a alguien que un día te va a apadrinar en el extranjero? Bueno, pues creo que todo esto propicia el humor involuntario en la literatura. Ahí tienes otra transición hacia el pasado, hacia el acriticismo, hacia una Santa Inquisición, no de potros y capirotes, pero sí de ninguneos, mordazas o lisonjas.
-¿Nombres, ejemplos?
-Te puedo dar una lista, pero los que quedarían fuera se pueden considerar ofendidos.
-Monsiváis ha dicho que no ve quién pueda escribir otra novela como La sombra del caudillo. ¿Estás de acuerdo en que la literatura mexicana difícilmente superará ``su novela política clásica''?
-No estoy muy seguro de entender a qué te refieres con ``novela política''. En cualquier caso, aún confío en que Monsiváis publique una gran novela que lo obligue a desdecirse.
-Me refiero a la novela realista, social o como la quieras llamar, con personajes imbuidos en la política, historias alrededor del poder; la literatura que recupera las ideas y el ambiente político de un momento. ¿Imaginas una Sombra del caudillo de fin de siglo?
-Yo creo que la política es más bien materia para el ensayo y la historia. Que una novela tenga como trasfondo un suceso político no la hace necesariamente política. La montaña mágica quedaría mal catalogada como novela política, a pesar de que en ella Mann revisara sus ideas políticas anteriores. No se puede exigir a la narrativa que responda a las circunstancias políticas como condición para darle importancia. Bueno, sí se puede, y de hecho se hace, pero los resultados suelen ser fatales. Joyce publicó su Artista adolescente en 1916 y nadie lo acusaría de indiferente o de apolítico por no aludir a la guerra mundial. En fin, hay bibliotecas llenas de libros sobre esto. Yo creo que la postura de Cernuda ante la Guerra Civil española y la poesía es la correcta. La guerra está presente de otro modo en el Artista adolescente o en La desolación de la quimera. No me acuerdo quién dijo que la fuerza de la literatura es que habla en voz baja. Pero en México, como se desprende de tu pregunta, le exigimos a la narrativa realismo, compromiso, pedagogía, le exigimos periodismo. Se cree que una literatura así nos educa, nos hace mejores, forja patria, todo eso. Así fue en los treinta. Si no había Revolución mexicana eran novelas escapistas y afeminadas. Bueno, pues muchas de las que cedieron a eso, de lo que se escaparon fue de la legibilidad. Claro que no me refiero a Vasconcelos o a Martín Luis Guzmán.
-Estás haciendo demasiadas extrapolaciones sobre mi pregunta. Yo sólo te pregunté si imaginabas una Sombra de fin de siglo.
-Una Sombra que diga qué caudillo mató a Colosio me parecería un pobre premio de consolación, aunque ojalá sea una buena novela, si alguien la escribe.
-En El dedo de oro, página 18, se habla de los asesinatos del '94, el famoso ``error de diciembre'', la ``crisis del '95'', el así llamado ``ominoso '97'', el tristemente célebre ``bimestre negro'' y el supercrash del '98, la hipermegainflación del '99, el levantamiento del '00 y el fatídico 2002, también conocido como el ``Año Cabrón''. ¿Cómo crees que se titularán las tres novelas más significativas en el ``Año Cabrón''?
-Qué te parece ``A la sombra de los caudillos en flor''. Esa la va a escribir Pancho Hinojosa. O ``La serpiente ensillada'', o ``El sonido y la curia'', o ``Las concertacesiones peligrosísimas'', o ``El hueso de la mujer araña''. Por títulos no quedamos.
-Juguemos con una frase de Octavio Paz: ``En general, la mayoría tiene mal gusto y muchas veces los escritores muy leídos son bastante secundarios.''
-Bueno, me parece un hecho incontestable. El hecho es que a la gente le gusta el aluminio dorado, como has observado quizá. En las novelas es igual, la mayoría aprecia la sencillez, la moral y la verosimilitud, es decir, la domesticidad. Y la mayor parte de la minoría mexicanaÊque lee poesía, la aprecia según la cantidad de suspiros que le arranca. Es el triunfo del bolero. Creo que fue Burke el que dijo que el mal gusto se debe a la falta de ejercicio.
-¿Imaginas un México moderno, democrático, cada vez con menos lectores de novela, de poesía? ¿Te preocupa? ¿Le preocupa a alguien? ¿Debería preocuparnos?
-Imaginarme un México moderno y democrático exige demasiado ejercicio. Desde luego, que aumente la cantidad de lectores beneficia a cualquier democracia, colabora a fortalecer la inteligencia civil, pero la cantidad de lectores en lo peor del estalinismo en Rusia era mayor a la de todos los lectores que ha habido en toda la historia de México.
-¿Qué opinas? ¿Te preocupa?
-Cuantitativamente, creo que hay más lectores en México. Estadísticamente, hay menos. Demográficamente, no hay. Literariamente, lo lamento. Políticamente, me inquieta. Socialmente, me asombra. Francamente, no me importa. Por otro lado, si lo ves desde el punto de vista de la naturaleza de la conciencia estética, la emoción de la cocinera al ver su telenovela no tiene por qué ser inferior a la tuya cuando lees una novela de Stendhal.
-¿Cómo reinventará la memoria estos días de escándalo, esta época que, diría Sheridan, ``cierra una etapa singularmente convulsiva de la historia reciente del país y abre otra singularmente convulsiva''?
-No tengo idea. Me temo que seremos leales a nuestra idiosincrasia. A los mexicanos nos urge que llegue el futuro para poder sentimentalizar el presente. ``Ay, mi amor, ¿te acuerdas de cuando la ciudad se acababa en Tres Marías?'' Luego, todo eso se añade a la gran suma del pasado que, como tú dices, reinventamos obsesivamente, como a un Frankenstein imperfecto, si me permites la redundancia.
-¿Qué papel jugará la esperanza en la literatura mexicana, ese deseo de cambio que, pese a todo lo que has criticado, parece animar cada vez a más mexicanos?
-No creo que vaya a ser distinto que antes. La nostalgia y la esperanza me parecen igual de baladíes. Habrá una literatura seria que seguirá cambiando el sentido del deseo, y una literatura que engordará deseando el cambio, croniquéandolo o ilusionándolo. Sé que seguirá habiendo una literatura que entiende que la mejor manera de colaborar a la Gran causa es fijando su atención en cualquier otra causa.