Si algo define al Senado es su vocación para hacer del equilibrio el instrumento privilegiado de la política. Y es que el ejercicio del poder en las estructuras más elementales como en las más complejas, ha demandado mecanismos que, sin paralizarlo, contribuyen a evitar los excesos que con frecuencia se derivan de él.
El que estuviera conformado por los viejos, que su legitimidad proviniera de vías diferentes a las requeridas por otros factores de poder, que su nivel de representatividad estuviera ligado a la República toda y no a alguna de sus partes, hicieron del Senado ese espacio en el que la reflexión y la perspectiva de largo plazo generaron esos equilibrios para el mejor ejercicio del poder.
En el caso mexicano, Juárez lo impulsó para evitar que los cacicazgos regionales, mucho más influyentes en la Cámara de Diputados, derivaran en la supeditación de la República.
Justo con las transformaciones que ha tenido el sistema político mexicano, y quizá por ellas, el Senado está llamado a realizar una aportación relevante en los tiempos actuales, con cambios sociales más rápidos y más profundos.
La plena solución de los problemas que México enfrenta reclaman muchos años de consistente esfuerzo; el despliegue de políticas de Estado capaces de trascender lo inmediato; en la economía, en el combate a la pobreza, en la educación, en el desarrollo social; en la política, agenda en que debemos proponernos acciones de gran alcance.
La construcción de las políticas de Estado, demandan, a su vez, consensos que se asuman a partir de la inclusión; de que sean las ideas las que normen el debate; de que se entienda la tolerancia no como un acto generoso del fuerte hacia el débil, sino como la aceptación de que la búsqueda de la verdad debe empezar por reconocer que ésta no es monopolio de nadie.
Consenso que se construya partiendo de la premisa de que cada uno de los intervinientes en la definición de la política --legisladores, miembros del gobierno, medios de comunicación, intelectuales, académicos, partidos políticos, ciudadanos-- están dispuestos a privilegiar lo trascendente por sobre lo superfluo: las causas de los más por sobre las aún legítimas de los menos.
Si las elecciones federales derivaron en un sistema de pesos y contrapesos inédito, lo que ahora se exige es hacer de él motivo de avance no de parálisis, tarea en la que el Senado está llamado a jugar un papel relevante.
A esta Legislatura que se inicia llegan mujeres y hombres que desde las más diversas trincheras --los partidos, la sociedad civil, los medios de comunicación, el gobierno-- han sido actores relevantes en las luchas cívicas por transformar el país. No podría dejar de destacar un hecho. Entre los legisladores de los distintos partidos están líderes sociales, jóvenes inconformes que ayer peleaban en la plaza pública o, incluso, desde la clandestinidad, por transformar el país. Algo habremos avanzado cuando se han abierto espacios institucionales, nada menos que en el Congreso de la Unión, para la lucha política de los contrarios.
Nos toca, pues, a los legisladores, enfrentar un desafío de proporciones históricas: consolidar el Congreso como un poder y así contribuir a la viabilidad del equilibrio entre los tres poderes.
La tarea tiene una dificultad enorme. Cumplir el mandato de las urnas nos exige el análisis serio, el estudio detallado de las iniciativas; resolver nuestros desacuerdos y superar nuestras diferencias cuando el interés del país lo reclame; revisar, con inteligencia y sensibilidad, un diseño institucional que correspondió a otro país --el que estamos dejando de ser-- pero que aún no empata cabalmente con el México que está naciendo; explorar, sin rigideces ni ortodoxias, alternativas que se traduzcan en la cons- trucción de una institucionalidad democrática que favorezca la eficacia política.
El Congreso de la Unión es hoy promesa y esperanza de llevar a buen puerto nuestra voluntad de avanzar en la transformación del Estado mexicano. Por ello, la agenda legislativa de estos tres años que son el umbral a una nueva etapa, a un nuevo milenio, tiene que ser, más allá de las propuestas de cada grupo parlamentario, la agenda política de la nación.
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