Un nuevo cadi ha llegado al dervichero. Le encomendaron acompañar las tareas de Emeterio. Su educación científica vendrá luego. Por lo pronto, se ocupa de portero. Cada ocasión que el estafeta trae paquete de Calucas, Emeterio tiene accesos de recuerdo y relata al cadi Danuto cosas de Calucas. La ocasión varía, pero Emeterio repite siempre que regaló sus botas a Calucas, como si lo contara por primera vez. Danuto, dócil, escucha.
Ellos reciben, uno o el otro, la correspondencia del viajero, sin conocer nunca su contenido. De filtraciones e inocentes indiscreciones de los ``hermanos del Simposium'' (así llaman a los demás) se componen sus noticias, tan magras que dejan el mayor espacio a la fantasía.
``Me atraparon los tamborileos en un imperceptible. No sabe usted lo que llegan a ser aquí los tambores. Y viera a qué extremos llega la impudicia de las mujeres. Africa es una tierra desvergonzada. Las mujeres traen descubierto, no sólo el rostro, a diferencia de las nuestras (de nuestros pueblos, me refiero), sino todo lo demás, o casi, del cuerpo. Y hablan con cualquier hombre, en voz alta y como si tuvieran autoridad.
``El imperceptible ocurrió un tarde, al pie de un gran baobab que daba la única sombra en muchos tamaños a la redonda. Una sombra amplia cubría una gran reunión de refugiados en tránsito.
``Los hombres perseveraban en encender los fuegos y las mujeres parecían no hacer nada. Trasladaban cantidades de agua, en cueros de un buey de aquí, muy distinto de los nuestros cuando está vivo.
``Encendieron sus aparatos. Un locutor de Radio Nairobi hablaba de noticias meteorológicas y anuncios de curanderos y refrescos. Lo hacía con cierta cadencia. Un niño pequeño empezó a golpear la piel de uno de los recipientes, éste goteó un sonido cristalino. Las mujeres ociosas palmearon y palmearon, en creciente. Un duro sonido de palos golpeados contra el tronco del baobab hizo el alboroto, y la distante voz de Nairobi en onda corta entró al sinfonismo de los tamborileos. En un capricho de felices, los llantos de los niños, los rebuznos y ladridos, el viento de la sabana y los golpes de la masa se unieron en cuerpos frenéticos. Entendí la tentación: el escándalo era robusto, agradable, furioso.
``Los cueros de buey, conteniendo el agua para una semana, acabaron rodeados por niños y jóvenes que los golpeaban rítmicamente. Emplearon tal fuerza que reventaron los cueros, el agua manó a chorros y en vez de lamentarlo, olvidados del futuro, bañaron sus cuerpos con alegría y no comprendí por qué lo hacían.
``Dejaron hace mucho el último manantial. Pero así es aquí. La sed de mañana no les importa.
``Mientras me distraigo, maravillado, con los halos luminosos en las redes de humo, en la impalpable herrería del aire, concluyo que el abandono salvaje adviene a un estado de gracia en el imperceptible. Nuevas cavilaciones me nacieron...''
Otra carta viene fechada en Manila, pero habla de una tarde en las junglas de bambú de China, donde el panda se cría y vive (según decía la propaganda turística). Calucas lleva rebasada con los talones la mitad más terrenal del mundo. El continente de los tres continentes. En Filipinas pisa una isla por primera vez.
Según la carta, una niebla distante cubre el cielo y abraza por detrás un estallado verdor de las montañas. El sol filtra un rincón, los colores brotan evocados por una exhalación y Calucas presiente, escribe, un arcoiris desparramado, fragmentado que, de anunciarse, no brota.
Un guinda y lila, un naranja jacaranda, las rojas campánulas esparcen un rastro de sangre, margaritas amarillas parpadeos de colores diseminados sobre la masa vegetal. Las arboledas a contracielo gris se hunden en la tarde trazados con la energía de la tinta. Una delirante caligrafía de contrastes junto a los acantilados blancos.
Una choza. Junto a dos labradores en pie, un niño albino con el rostro contraído en un rictus de luz señala a Calucas con energía desbocada, que parece alarma o curiosidad extrema. Presumiblemente habla en algún idioma de China que no es el chino o han.
El aspecto de Calucas, moro del rostro, aceituno, cubierto por una túnica parchada y cuidadosamente raída, no guarda semejanza con los peregrinos que el discordante niño chino ha conocido.
En esas tierras, le informaron a Calucas, ``se abren las bocas y se entierran las venas''. En las últimas líneas afirma que sólo cuando ha llegado a Manila y al primer océano descifra qué quería eso decir, pero no explica más.
Todo hace suponer que Calucas se embarca en el Pacífico, pero a falta de nuevas noticias, en el dervichero nadie tiene forma de averiguarlo. Una última, tarjeta postal, llegó borrada por haberse mojado. Venía de Hokaido. Emeterio recordó lo que le habían dicho acerca de los tifones, y con esa preocupación tuvo para pasar el rato.