Sergio Ramírez
El compromiso que todavía existe

Seguramente fue Voltaire quien en el siglo XVIII creó el concepto de intelectual comprometido, muy informado de los problemas de su tiempo como lo estuvo él, pendiente de los asuntos de la opinión pública y de las causas políticas, civiles y aún judiciales que había que defender. Un hombre de la sociedad civil, como hoy se llamaría.

En un sentido aún más moderno, han sido los grandes novelistas alemanes de este siglo los que han creado al intelectual comprometido no sólo con su tiempo, sino también con su historia. Thomas Mann, desde el exilio, fue el testigo crítico por excelencia de la gran debacle moral que para Alemania significó el Tercer Reich, y más tarde Henrich Bšll, el juez implacable e irónico de la sociedad que surgió al final de la segunda Guerra Mundial.

Pero el papel más contemporáneo entre todos le ha tocado a Günter Grass, célebre autor de El tambor de hojalata, quien acaba de cumplir 70 años, jubileo que empezó a ser controversial desde antes con la publicación, el año pasado, de la última de sus novelas, Es cuento largo, una extensa y compleja visión de la reunificación alemana. Porque a Grass toca ahora el papel de profeta admonitorio de la nueva historia de su país, un novelista para cada etapa.

Es cuento largo, que acaba de aparecer en español publicada por Alfaguara, despertó entonces admiración e ira. El pontífice de los críticos literarios, Reich-Ranicki, apareció en la portada de la revista Der Spiegel rompiendo el libro por la mitad, con cara iracunda; y su juicio, como el de muchos otros del establecimiento conservador, era más político que artístico. Grass sigue defendiendo la tesis de que la reunificación debió haberse dado en una suerte de federación de las dos Alemanias surgidas al final de la guerra. Cuatro décadas de historia separada habían sido suficientes para crear el sentimiento de destinos separados. Y hoy, según sus cuentas, casi todas las propiedades del este han sido compradas por empresarios del oeste. Del otro lado, lo que hay es desempleo.

El personaje de Es cuento largo, Fonti, que reencarna a otro novelista alemán del siglo XIX, Teodoro Fontane, no hace sino atestiguar el fracaso de otra reunificación en su propio tiempo, aquella de 1870. Fonti está tanto en las barricadas de Berlín en 1848, como más de un siglo después en las manifestaciones de Leipzig que precedieron a la caída del muro.

En El tambor de hojalata, Grass escribió la gran alegoría del fascismo, encarnó un sentimiento de agonía y todos los alemanes pudieron verse, entre las ruinas de la guerra, en ese espejo. Aquel personaje inolvidable, Oscar Matzerath, aturdió a todos con su tambor. Hoy, sus planteamientos críticos en Es cuento largo no tienen esa unanimidad de sentimientos. El profeta cada vez gusta menos a algunos que escuchan con desazón su voz impertinente, como la de Iokanan hablando desde el fondo del pozo en Salomé, la pieza de Wilde.

En la reciente entrega al escritor turco Yasar Kemal del Premio de la Paz de los libreros alemanes, que se otorga cada año con motivo de la Feria del Libro de Francfort (recibido antes por Ernesto Cardenal y Octavio Paz), éste habló en contra de la política de su país contra los inmigrantes, sobre todo los turcos, y volvió a causar disgusto. Dijo también que no quiere a su país jugando de nuevo el papel de poderoso, ni vendiendo armas. En las galerías fue aplaudido. En las primeras filas el silencio fue pesado.

En el Frankfurter Allgemeine, el ensayista Frank Schirrmacher lo llama, no sin admiración, ``el patriarca en disputa con la nación'', y lo critica por su pretensión de dar lecciones al país; y también le recuerda, entre los pecados de su pasado, que en un tiempo habló a favor de la revolución en Nicaragua.

Llegó, en efecto, a Nicaragua, a enterarse de lo que ocurría, y dio entonces sus opiniones francas, y con mucho sentido de independencia. Nunca defendió tesis ni bloques. Como muchos otros escritores en el mundo, se comprometió con sinceridad a defender el derecho de un país a vivir por su cuenta. Lo conocí entonces, y luego nos encontramos en Stuttgart, a donde llegó desde Berlín para acompañarme en un debate de televisión.

Pero, igual que en tiempos de Voltaire, el problema sería saber cuándo es que el intelectual que se decide a hablar, debe callar. Y la respuesta de Grass es: nunca. Más bien se queja de los escritores más jóvenes que no dicen nada sobre los problemas de su tiempo, porque la moda es hoy el silencio. O aquellos otros, tan estalinistas antes, y que para no caer en sospecha se han pasado a la más extrema y sospechosa de las derechas.

Frente a Grass no puedo dejar de pensar en Carlos Fuentes, siempre hablando aún en tiempos de silencio. En muchos sentidos, ésa es la imagen de intelectual que heredamos en América Latina, también desde el siglo XIX. El escritor no en el oficio político de los cargos públicos, sino en el oficio político de la crítica en todo tiempo y en todo lugar. El oficio de la opinión.

A los 70 años, Günter Grass tiene todavía mucho que decir, y mucho que escribir. El mismo se lo ha dicho al periodista Hermann Tertsch, que lo ha entrevistado en su casa de Behlendorf, en el norte de Alemania: no está de ninguna manera al final de su vida creativa, ni Es cuento largo es su última novela. La historia de su país, y de su tiempo, todavía tienen en su imaginación páginas abiertas.