Estaba --y me disculpo por la referencia personal-- escuchando distraídamente el radio mientras manejaba en las calles de esta ciudad. Y de pronto escuché a un locutor decir dos palabras inesperadas: ``Neoliberales y globalizadores''. Puse mayor atención pero ya no entendí lo poco que siguió. Y me quedé con la duda: ¿Era un chascarrillo o el locutor decía en serio? Me resulta difícil creer que alguien pueda confundir dos universos tan distantes entre sí por origen y sustancia. Un ``neoliberal'', me imagino, debe ser alguien que cree, más allá de lo razonable, en la racionalidad del mercado. Un ``globalizador'' (y me disculpo por repetir la tontería) debe ser alguien que observa positivamente los procesos por los cuales capitales, gentes e ideas se interconectan más frecuente e intensamente a escala mundial. Ahora bien, ¿es un pecado reconocer en esta mayor comunicación mundial un signo vital de encuentro entre pueblos, productos y culturas del mundo?
¿De cuáles confusiones mentales puede surgir la similitud entre una ideología conservadora y un proceso histórico de consecuencias epocales que nos vuelve más tolerantes hacia lo distinto? Un proceso tumultuoso y cargado de consecuencias positivas y de aspectos negativos, que nos obliga a expandir nuestra conciencia. El locutor en cuestión usa expresiones de caza de brujas y no sería asombroso que con ellas obtuviera muy poco, en términos de comprensión del mundo. No más de aquello que se merece obtener todo acto de prejuicio irreflexivo --suponiendo que haya de otros.
Me pregunto si existen en México o en otras partes de América Latina o del mundo sectores radicales (me resisto a hablar de izquierda) para los cuales neoliberalismo y globalización sean entidades comparables. Si fuera así tendríamos problemas de qué preocuparnos. Alguien, voluntariosamente portador de nuevas ideas no puede cargar confusiones y resistencias tan evidentes. La primera (confusión): no saber qué significa en la actualidad aquello que convencionalmente llamamos ``neoliberalismo''. La segunda (resistencia): temer el acercamiento con el otro en un terreno libre de verdades absolutas y exclusivas.
Escribamos como escribiendo la definición de un diccionario. Neoliberal: alguien que considera los dictados de la historia como irremisibles y, de alguna manera, justos. Mejorar, con actos de voluntad colectiva, las condiciones del mundo le parece tan sensato como la Revolución Francesa a Burke. Partidario de una ideología que racionaliza la impotencia colectiva: un culto laico del cual los economistas neoclásicos constituyen los principales sacerdotes contemporáneos. Como, a su tiempo, los druidas para los celtas.
Pero dejemos a un lado las definiciones. Lo que vale la pena saber es que si el ``neoliberalismo'' hubiera dominado el último siglo, probablemente no habríamos descubierto todavía la jornada de ocho horas, la educación pública y una o dos cosas más que, en general, contribuyen a civilizar la vida de los pueblos. Volvamos al diccionario.
Globalización: proceso de fortalecimiento de las interdependencias entre empresas, individuos e instituciones de países distintos. Salgamos nuevamente del diccionario. La globalización es un proceso que necesita ser regulado para evitar daños e impulsar sus potencialidades. No es un mal que se forme un mercado mundial de capitales; lo malo es que este mercado se convierta en un tótem intocable. La globalización necesita ser más un proyecto que un proceso. Las sociedades, a veces, habrá que recordarlo, producen actos colectivos conscientes que mejoran la calidad de la vida de todos. Lo colectivo tiene dos dimensiones: el mercado y las voluntades sociales. Perder cualquiera de estos dos elementos puede resultar, y a menudo resulta, catastrófico. Confundirlos, como nuestro locutor misterioso, sólo alimenta confusiones y prejuicios de los cuales podríamos fácilmente prescindir.