Si bien muchos gobiernos latinoamericanos sostienen que últimamente han logrado notables avances en su desarrollo social, los indicadores sobre el nivel de salud no son del todo halagadores, especialmente en cuanto al valor más grande: los niños. La realidad echa por la borda tanto optimismo pues 40 de cada mil niños mueren cada día en la región por causas relacionadas directamente con la pobreza. Hay ejemplos extremos: algunos países del área tienen mortalidades semejantes a las ocurridas el siglo pasado en Europa, por encima de 150 por cada mil nacidos vivos. Esto sucede especialmente en el medio rural, donde no existen estrategias de supervivencia económica ni acceso a los servicios básicos de salud.
Lo que ahora ocurre en el continente pone en duda el cumplimiento de los compromisos y las metas fijadas hace siete años con motivo de la Cumbre Mundial de la Infancia, y que deben satisfacerse al llegar el nuevo milenio. Si bien hay logros, como haber erradicado prácticamente la poliomielitis, es elevada la mortalidad de los niños durante el primer mes de vida. Aun en países que se ufanan de su desarrollo, como Brasil y México. Las enfermedades que matan son la infección respiratoria aguda, la diarrea, las infecciones bacterianas generalizadas, que bien pueden controlarse con estrategias que combinan mejor calidad de vida, servicios mínimos y campañas de vacunación oportunas. Para establecerlas, a veces más que recursos monetarios se requiere voluntad y respaldo político al más alto nivel gubernamental, capacidad de organización de las dependencias del sector salud y participación democrática de la población. Una trilogía que no siempre se logra en nuestros países, inmersos en procesos de privatización a cualquier costo.
Los compromisos internacionales señalan la necesidad de que los gobiernos mejoren la calidad y la equidad en el acceso a los servicios de salud, equidad entendida no como igualdad para que todos reciban lo mismo, sino para que el que más necesita tenga más que los demás. Igualmente, mejorar los programas básicos de atención a la mujer embarazada para que pueda acceder a esos servicios en forma gratuita, si no cuenta con recursos económicos para hacerlo, algo común en vastas regiones de América Latina y el Caribe. Además, cambiar el sentido de la atención del niño con medidas de prevención mucho antes de su nacimiento y durante su posterior desarrollo, como garantizar un embarazo y un parto normales.
En todo lo anterior es muy importante la lactancia tradicional y apoyos diversos que eviten estados de desnutrición, tan comunes en el medio rural latinoamericano. Pero como fruto del modelo económico vigente y de la crisis que no cesa, el gasto en salud es inadecuado y mal ejercido, mientras el ingreso de los que menos tienen ha disminuido notablemente los últimos años. De esa manera, las carencias ancestrales se hicieron mayores y la calidad de vida se redujo notablemente. Sin embargo, muchos de los grupos sociales víctimas de la injusticia social y económica poseen recursos naturales suficientes para llevar una vida digna y salir del atraso. Mas no se benefician de ellos y son víctimas de algunos programas oficiales, las fuerzas del mercado, caciques y depredadores.
A tres años de que los gobiernos rindan cuentas sobre lo acordado en la Cumbre Mundial de la Infancia, en México se conoció recientemente el resultado de la Encuesta Nacional de Nutrición. Los datos recabados por los especialistas muestran una situación nada halagadora, especialmente en entidades donde prevalecen grupos indígenas y campesinos. Por su parte, la Unicef asegura que en las comunidades rurales del país, donde existen las peores condiciones de miseria, 80 por ciento de sus habitantes se encuentran en situación de pobreza y el 20 por ciento restante en pobreza extrema. Pese a ello, el modelo neoliberal en boga prefiere velar por los intereses de los dueños de las grandes constructoras y los bancos, y hasta los del defraudador norteño Lankenau, y no los de millones de compatriotas.