Hermann Bellinghausen
Cuba: la insurrección del canto/ II y última

Cosas obvias, como la palabra virtuosismo, salen sobrando en la descarga de son que provocó el encuentro de Ry Cooder con la peña histórica del género que constituye la identidad espiritual del pueblo cubano. Alguna vez cantó Eliades Ochoa: ``oye mi son oriental, mi negra linda, mi son oriental es universal''.

Desde sus inicios en el country blues texano y la música fronteriza mexicana, Ry Cooder apostó al virtuosismo. Un largo viaje lo ha traído de la banda de Captain Beefheart y los Rolling Stones en su mejor momento a finales de los años sesenta, al blues con Bobby King, una memorable recreación de Robert Johnson y los palomazos con el maestro hawaiano Gabby Pahinui y su familia, el Flaco Jiménez de raudo acordeón y la luminiscencia de Taj Mahal. Luego de una carrera solista bastante sólida, Cooder se embarcó desde la década pasada en la búsqueda fáustica de las mejores guitarras slide del planeta. Así, fue a la India con V.M. Bhatt, trajo de Mali a Ali Farka Touré y fue a Irlanda tras The Chieftains.

En una entrevista radiofónica hace unos meses, el día que cumplió 50 años, Ry Cooder relató su experiencia cubana: ``Se supone que iba allí para tocar. Pero terminé nada más como pretexto para que esos tipos se reunieran. Llegaron al estudio y sencillamente se pusieron a tocar''.

Enseguida, Cooder ocupó una silla al fondo del estudio habanero y se puso a escuchar, admirar, absorber. Acostumbrado a ser indispensable en los estudios desde los tiempos de Arlo Guthrie, Judy Collins y Taj Mahal, hasta las películas de Walter Hill y Wim Wenders, y las sesiones de nostalgia con John Hyatt y Little Village, aquí descubrió que no hacía falta. Los cubanos, que apenas sabían quién era él, lo mandaron al banquillo del aprendiz: ``Fue la más grande experiencia de mi vida'', reconoce Cooder. ``El mejor tiempo que he pasado y esperé tener jamás''.

Quién lo oyera.

Para los fans de Cooder, un aviso: él apenas si se oye, y eso que hace lo mejor que puede (que, como sabemos, no es poco). Los maestros cubanos se lo tragaron, de un largo y filarmónico bocado.

``Allá en La Habana del este,
pasando el Túnel del Amor,
tengo una casita linda
y allá está mi corazón.''

Las ``estrellas'' reunidas en Afro Cuban All Stars: A toda Cuba le gusta y Buena Vista Social Club no han sido los músicos consentidos del régimen, ni los más famosos. Pero todos estos años alimentaron la vena cubana que fluye de Santiago a La Habana, lo negro y lo mulato en un alto grado de refinamiento.

Sin el salto a Miami, ya cayeron las All Stars en Nueva York y Londres. Este campanazo global hará volver hacia Cuba los ojos y los oídos, y las grabaciones de Compay Segundo, de Rubén González, de Eliades Ochoa y el Cuarteto Patria, así como los septetos santiagueños recibirán la admiración que merecen. (Algunos de ellos ya están en grabaciones accesibles, del sello CoraSon, mismo que ahora pone en circulación en México el disco Buena Vista Social Club).

Estos músicos encarnan la historia refrescada, son más futuro que nada. Si Eliades Ochoa prácticamente nació tocando guitarra, y Cachaíto López forma parte de una venerable familia de bajistas que incluye a su tío, el famoso Cachao de la banda Little Cuba y a su padre, Orestes López. Si todo esta historia ha transcurrido así, se antoja natural la presencia del timbalero Julienne Oviedo, de 13 años y ya respetado virtuoso (``niño prodigio'' lo llaman) en los estudios EGREM, que no son propiamente de punta, pero dan sitio a una joya más. Una summa exuberante del son cubano.

De ``Chan chan'' a ``La bayamesa'' corren en retrospectiva 130 años ininterrumpidos. Esta última pieza, obra del trovador Sindo Garay, es un melancólico himno patriótico de la guerra contra España, y es la historia de una mujer que quemó su casa para resistir al invasor en Bayamó, primera población liberada en Cuba (1868).

En cambio, ``El cuarto de Tula'', que cogió candela, es el voluptuoso incendio de una mulata prendida.

Para el viejo Ibrahim Ferrer, las sesiones de tanto fuego significaron un pretexto para desviar su cotidiano paseo por las calles de La Habana Vieja, y por primera vez en muchos años pisó unos estudios de grabación, para recordarnos que Benny Moré no sólo no murió sino que, como el buen trago, mejoró al paso de los años y se hizo sabio.

No en balde el productor de World Circuit, Nick Gold, encuentra en la voz de Ferrer una calidad religiosa, bendecida por los Orishá sin duda. Lo mismo que toda música.

Buena Vista Social Club (Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Eliades Ochoa, Rubén González, Ry Cooder y otros); Introducing... Rubén González, y Afro-Cuban All Stars: A toda Cuba le gusta producidos por Wold Circuit (1997), se grabaron en dos semanas. De estos compactos, el primero aparece ahora editado en México por Discos CoraSon. Como río que corre, los tres álbumes son parte de la naturaleza.