¿De qué lado está?
Esta es la pregunta que se hacen muchos priístas y también muchos panistas ante la casi seguridad de que el presidente Ernesto Zedillo sea testigo de honor en la toma de posesión del primer jefe de gobierno electo del Distrito Federal, el dirigente moral del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas.
La interrogante se basa en el hecho de que el jefe del Ejecutivo federal no ha acudido a las ceremonias de toma de posesión de ningún gobernador priísta, ni tampoco a las de mandatarios surgidos de las filas del PAN.
La pregunta lleva a un pasado que muchos quisieran olvidar, el periodo de esplendor del PRI, así como también al importante crecimiento del PAN en los últimos años.
Algunos políticos más razonables, como el dirigente del PAN en el DF, Gonzalo Altamirano Dimas, dicen que la presencia del primer mandatario en la toma de posesión de Cárdenas se justifica porque se trata de una entrega del mando, pues hasta ahora el responsable del gobierno capitalino es precisamente el Presidente de la República.
Sin embargo, el presidente panista capitalino también apuntó que hay indicios de ``trato especial'' a Cárdenas, como el inmediato reconocimiento de su triunfo, deferencia de la que no gozaron mandatarios surgidos de las filas de Acción Nacional.
Para medir la popularidad
Antes, los presidentes de la República en turno acudían a la toma de posesión de los gobernadores postulados por su partido o, cuando menos, enviaban un representante oficial que se constituía en figura central porque -sobre todo en la parte final del sexenio respectivo- era una forma de medir su simpatía popular y el respaldo de que gozaban dentro de la clase política. Por ello se hacía recuento de los gobernadores, senadores, diputados y dirigentes de organizaciones que acudían a tales ceremonias.
Aunque tal vez resulte chocante, cabe recordar que en el sexenio anterior, el ex primer mandatario Carlos Salinas de Gortari acudió con gran despliegue publicitario a la toma de posesión del panista Ernesto Ruffo en Baja California, pues su triunfo fue el arranque para legitimar su gobierno que empezó tamba- leante por la acusación de fraude en los comicios de 1988.
Eran otros tiempos y distintas las circunstancias. Por eso en su momento se aplaudió el fin de las ceremonias faraónicas de toma de posesión. El país no está para esos lujos.
Sin embargo, si esa austeridad se impone para unos, debería ser para todos, razonan muchos priístas y panistas, quienes sostienen, además, que con esa actitud presidencial se reaviva el centralismo.
¿El DF es más importante que Jalisco, Nuevo León o Querétaro? ¿ Es de mayor trascendencia una victoria del PRD que dos o tres triunfos del PAN?
La alternancia en el poder no es sólo con un partido, razonan los panistas.
Por otra parte, la prometida asistencia del primer mandatario a la ceremonia de toma de posesión del primer jefe de gobierno electo del DF no se puede deslindar por completo de la aparente cesión de los diputados que no querían autorizar en bloque los viajes presidenciales al extranjero y finalmente aprobaron dos, ni tampoco de las conversaciones del presidente Zedillo con el dirigente nacional del PAN, Felipe Calderón Hinojosa, que anticipan una reanudación del diálogo para concluir la reforma del Estado.