Olga Harmony
Juan Volado

La barrera que la centralización nos impone a todos impide en muchas ocasiones un conocimiento fluido de lo que se hace en cuestión de teatro en la capital hacia los estados y de éstos hacia el público defeño. En algunas zonas de la provincia, por desgracia no en todas, existen talentos y empeños de primer orden como sería el caso de Alicia Martínez Alvarez y su grupo de Jalapa, Tablas y diablas, fundado en 1991; fuimos muy pocos los que tuvimos noticias y pudimos asistir a la cortísima temporada de la escenificación de ¿De qué te ríes? que se presentó en el Museo de Antropología, pero esos pocos pudimos constatar la gracia y el talento que signaron el montaje. Posteriormente, entre otros espectáculos, Alicia Martínez montó un Cerco, basada en El cerco de Numancia que no pude ver. Y como nuevo proyecto, la tenacidad del grupo y de su directora logró formar un taller, con convocatoria abierta, a cargo del maestro francés Jean-Marie Binoche, especialista internacionalmente conocido en teatro con máscaras.

Desde su fundación, Tablas y diablas planteó una línea fielmente seguida. Por una parte, la revisión del pasado prehispánico de una manera plena de ludismo, con talleres de actuación con máscaras --lo principal de su propuesta--, danza y percusiones y con ideas vertidas por las actrices (por alguna razón que se me escapa en el grupo trabajan actoralmente sólo mujeres). El peligro de desasimiento dramatúrgico que ronda a toda creación colectiva desaparece con un trabajo dramatúrgico final, antes realizado por la propia Alicia y ahora encomendado a la también muy talentosa Elena Guiochíns. Pero es evidente que este método de trabajo identifica a plenitud a todas las integrantes del proyecto con este mismo.

En el primer trabajo que se le conoció a esta compañía independiente, las máscaras estaban elaboradas a base de lodo, lo que permitía a las actrices una mayor movilidad facial que no admiten las semimáscaras rígidas diseñadas por Binoche para su escenificación de Juan Volado. Esto hace que el trabajo actoral recaiga sobre el manejo corporal, aunado a las voces. El taller impartido por el maestro francés manejó diversas posibilidades de técnica corporal, de allí que en la culminación del trabajo, esta escenificación dirigida por el propio maestro, cada uno de los cinco personajes --cuatro de ellos encarnados por dos actrices que doblan papel-- tenga sus modos propios y característicos de expresividad corporal. A ello coadyuva el vestuario imaginado por Alicia Martínez y Zoe Schott y la musicalización diseñada por el percusionista Javier Cabrera y realizada por las propias actrices.

Inspirada en una leyenda totonaca, con las aportaciones colectivas de Tablas y diablas, Elena Guiochíns elabora un texto pleno de gracia e ingenio, con algunas alusiones al medio urbano --de Jalapa, se entiende, pero propio de cualquier ciudad y de nuestra nación toda-- que nos acerca en tiempo y espacio la ingenua leyenda totonaca, matizada ahora de las múltiples malicias de que son cómplices quienes hicieron suyo el proyecto. La dirección de Jean-Marie Binoche hace parecer ligero y delicioso un trabajo que requiere de gran rigor técnico en todos los órdenes. Se disfrutan ambos: la gracia inherente a textos y actuaciones, con toda su sabrosura y la gestualidad detrás de la máscara.

El personaje de Juan Volado, un muchachuelo de la picaresca urbana, fue encomendado a Adriana Duch, integrante del grupo desde su fundación, quien hace alarde de la más limpia técnica, al tiempo que hace gala de inteligente picardía. Julieta Ortiz, actriz bien conocida en la capital --quien incluso es becaria Fonca-- incorpora a dos personajes muy disímbolos, el viejo y cómico Dios Rayo y la Virgen que apenas cruza el escenario con movimientos muy cercanos a alguna danza hindú. Esperanza Mozo se luce en dos personajes cómicos, el de la despistada águila que ve pureza en Juan Volado y el chistosísimo Dios Trueno.

Juan Volado se presenta en brevísima temporada en el Museo del Carmen. Para cuando aparezca este artículo todavía le es dable al lector disfrutarla en el fin de semana.