En la presente semana, mientras el nuevo jefe del gobierno del DF visitaba al presidente Zedillo, los asambleístas investigaban escrupulosamente la corrupción de la pasada legislatura y eran dirimidos los conflictos del mercado ambulante, decenas de camiones de carga con cemento, varilla y arena ascendieron sigilosamente a las reservas ecológicas del Ajusco para levantar ahí cimientos y muros.
Así es. Aprovechando los tiempos de transición y enlace, esta zona de recarga acuífera, la más valiosa de la cuenca, empezó a urbanizarse en forma apresurada. Se trata de dos magnos proyectos que bajo el ropaje de ecológicos marcarán el inicio de la urbanización de dicha sierra hacia el Valle de Cuernavaca; ambos se localizan en el paraje La Escondida, dos kilómetros adentro de la carretera panorámica del Ajusco, en terrenos ejidales de San Nicolás Totolapan.
El primer proyecto ya iniciado, no sólo cuenta con el apoyo de la Delegación Magdalena Contreras, sino incluso, ésta aparece en los planos constructivos como propietaria de las obras; es algo indebido pues los terrenos son de propiedad ejidal. En 100 hectáreas, equivalentes a la superficie de aproximadamente 200 manzanas, se edificarán cabañas, comedores, un zoológico, una escuela y cuatro museos (de la tierra, de tecnología sustentable, del árbol y de agricultura); además claro, de áreas para actividades productivas, campistas y educación ecológica. Las autoridades y los promotores, entre quienes figura el doctor César Turrent, realizan desde hace tiempo una buena labor de convencimiento con los ejidatarios; la mayoría ha aceptado el proyecto guiado por el señuelo del empleo y la promesa de compartir futuras ganancias. Las obras a pesar de haberse empezado, aún no cuentan con la firma de los acuerdos básicos entre los ejidatarios y un supuesto fideicomiso.
El segundo proyecto es más ambicioso. Durante la semana se inició la adecuación de los posibles terrenos para alojar en alrededor de 200 hectáreas, un denominado Parque Ecológico. Incluye, además de las clásicas actividades ecológicas, la reproducción de un casco de hacienda, un zócalo y la edificación de diez museos (charrería, carruajes, toros con su respectivo cortijo, ganadería, canino, equino, vino, pulque, futbol, box, beisbol y hasta paseos escenográficos en elefante y camellos), además de una gran plaza de la federación con restaurantes típicos de los 31 estados de la república. Y por último, lo más sobresaliente: una gigantesca área para el automóvil con museo, zonas para espectáculos, desfiles y venta de accesorios. En el proyecto presentado a los ejidatarios y cuya maqueta se exhibe en las oficinas del comisariado, aparecen por doquier áreas para la comercialización de objetos y múltiples restaurantes. La pregunta es obvia: ¿qué tiene que ver todo esto con la ecología?
El promotor más visible es Julio Alemán, quien ha dejado sus actividades legislativas para convertirse en un prominente promotor inmobiliario al servicio de las mejores causas ecologistas. El proyecto, ante las críticas y las dudas de un pequeño grupo de ejidatarios, está a punto de ser aprobado por su mayoría con la anuencia de la comisaría ejidal.
Quizás y porque ya se van, brillan por su ausencia las autoridades ambientales del DDF y sus estudios de impacto ambiental. Sería una irresponsabilidad política dejar autorizados tales proyectos sin explicar a los ejidatarios y a los pueblos circundantes los impactos de tal urbanización. De construirse, las obras serán Caballos de Troya para continuar con otros proyectos. Los caminos asfaltados ampliarán los intereses de otros promotores inmobiliarios, los cuales empezarán a adquirir tierras circundantes para hacer igualmente, negocios con mínimos beneficios para la comunidad. Los ejidatarios no pasarán de ser peones de la construcción y empleados mal pagados de las tiendas y los restaurantes; los engañan quienes aseguran que serán propietarios de dichos negocios; y su pobreza será aún mayor, pues ahora carecerán de sus tierras. El agua potable será tomada de los pocos manantiales y depósitos existentes, reduciendo su abastecimiento en las partes bajas. Y con el tiempo, las descargas residuales y fecales se filtrarán a los mantos freáticos de la ciudad, pues en esa zona se carece de drenajes.
Cuestionable resulta ante las graves carencias sociales de vivienda y servicios de los poblados del sur, aprobar proyectos para atender necesidades recreativas que sin duda resultan legítimas en otras zonas, pero no aquí, sobre los bosques y las zonas de recarga acuífera.
Deben detenerse estos proyectos con máscaras ecológicas que impulsarán la urbanización de la sierra del Ajusco y ofrecer a sus habitantes otras alternativas económicas, sin destruir los valiosos recursos naturales. No matemos la naturaleza; hay que dejarla en paz y conservar los bosques y sus árboles; la ciudad la necesita para preservar la vida.