La producción industrial mundial está creciendo más rápido que el consumo (Business Week: ``La amenaza de la deflación'', noviembre 10). En Estados Unidos, Europa, Japón, el grupo de países asiáticos en desarrollo, y en América Latina se presenta el fenómeno. Ello contrasta con el periodo 84-95, cuando en casi todo el mundo el consumo crecía más rápido que la producción industrial. Además, ``por primera vez en mucho tiempo, existe sobrecapacidad productiva en diversas industrias, desde los semiconductores hasta los autos, y el exceso de oferta se agravará a medida que los países asiáticos intenten salir de sus problemas aumentando sus exportaciones'', añade la revista. El exceso de oferta se refleja en precios estables o a la baja en todo el mundo. En Japón, por ejemplo, si se excluyen los precios de los alimentos, los precios de los bienes de consumo han venido bajando en los últimos tres años. Aunque en el artículo queda ambiguo si los datos se refieren sólo a la industria o a toda la economía, por la importancia del fenómeno y por el predominio de los bienes industriales en el comercio internacional, el asunto amerita una reflexión de orden más general, orientada no tanto a la amenaza de deflación, sino a la de depresión global.
Una economía nacional puede crecer con rezagos en el consumo, exportando los excedentes de producción. Pero la economía mundial en su conjunto no tiene a quién exportarle. Sólo tiene mercado interno. Para que la producción global crezca más rápido que el consumo global, es necesario que la inversión global (o el gasto público, pero olvidémonos de él por el momento) compense el desequilibrio y que, por tanto, la inversión represente una proporción creciente del producto. Pero esto no es sostenible por mucho tiempo, puesto que la inversión conduce a mayores capacidades productivas que, tarde o temprano, habrán de traducirse en mayor producción de bienes y servicios de consumo.
¿Por qué habría de crecer más despacio el consumo que la producción? Una razón central es la creciente concentración del ingreso en casi todos los países del mundo. Por ejemplo, en la Gran Bretaña, la distribución del ingreso se hizo más igualitaria entre 1964 y 1977, pero empeoró rápidamente en los años ochenta llegando a niveles de desigualdad similares a los de 1938 (Inquiry into Income and Wealth, Joseph Rowntree Foundation, vol.1, York, 1995 ). Una fracción pequeña de la población se apropia de proporciones crecientes del ingreso mundial. Este jet set tiene una muy alta ``propensión al ahorro''. El tercer yate o la vigésima mansión no resultan ya atractivos. Una proporción muy alta de su ingreso permanece como ahorro en efectivo. Como no encuentran proyectos de inversión rentables a la velocidad requerida, en un mundo donde la producción ya es excesiva, esta liquidez creciente da vueltas especulativas en las bolsas de valores del planeta. Fondos crecientes que compran acciones mayormente preexistentes y, por tanto, como ha dicho Alan Greenspan, llevan las bolsas a una ``exuberancia irracional'', a valores inflados.
Otra razón del crecimiento más lento en el consumo es el alto nivel de las tasas de interés reales (descontada la inflación). Las tasas han bajado más lentamente que la inflación como consecuencia del miedo patológico a ésta, que lleva a personajes como Greenspan a mantener altas las tasas. Con tasas altas, los fondos líquidos internacionales crecen como bolas de nieve. La creciente concentración del ingreso en el ámbito mundial está influida por estas tasas de interés que obligan a las empresas a obtener altas tasas de ganancia que permitan pagar el costo del capital y dejen todavía un margen atractivo. Mayores tasas de ganancia se traducen en una proporción decreciente del producto para los trabajadores. Impulsados por la competencia, las empresas abaratan sus costos deprimiendo salarios y disminuyendo el empleo (no pueden hacer lo mismo con las ganancias, por lo dicho antes respecto a las tasas de interés). Con ello empobrecen (siempre relativamente, con frecuencia también absolutamente), a los trabajadores del mundo, disminuyendo la demanda efectiva y haciendo más difícil la realización de las mercancías que producen. Un síntoma de ello es la baja de precios a que hace referencia Business Week.
La demanda efectiva global será insuficiente. Dada la fe ciega de la mayor parte de los definidores de política económica del mundo en los principios neoliberales, no se hará lo necesario y el mundo caerá en la depresión global. Como dijo Horacio Flores de la Peña en un artículo inspirador: ``Al sistema del liberalismo global, sólo puede rescatarlo un acuerdo entre países fuertes para detener la caída de la demanda efectiva global'' (La Jornada, 06/10/97).