``Por vivir en quinto patio'', como dice la canción, no sólo es un clásico de la bohemia capitalina de los años 40, sino un trazo de la personalidad urbana de la ciudad de entonces. Y esa página musical contrasta con la línea vertical que luego emergió y empezó a borrar el estilo de construir a lo ancho y a lo largo de un espacio donde muchos querían demostrar, equivocadamente, una modernidad con todo y rascacielos.
Esta novedad urbana se impuso a los programas de vivienda y así surgió en 1948, por vez primera en el Distrito Federal, un gran conjunto habitacional vertical, el ``Miguel Aleman'', con la intención inicial de dotar de vivienda a más personas mediante sistemas constructivos de menor costo; y luego para aprovechar las limitadas reservas territoriales en el Distrito Federal.
Sin embargo, con el tiempo el afán positivo de dar vivienda a muchos derivó en un incontenible furor de construir para arriba sin ton ni son, sucumbió en algunos casos a la estrechez de espacio para sus moradores, y proliferaron los conjuntos habitacionales con fachadas horrendas y una distribución y orientación asfixiantes, sin un mínimo de áreas verdes, propias de los angustiosos laberintos kafkianos.
Gracias a un estudio preliminar que emprendió la Procuraduría Social del DF en 1996, sobre la situación de los condominios, sabemos que en la ciudad de México existen 2 mil 100 Unidades Habitacionales que en su mayoría se ubican en las delegaciones Cuauhtémoc, Venustiano Carranza e Iztapalapa, que constituyen en su conjunto un 50 por ciento del total, y se estima que entre estos grandes conjuntos y otras viviendas de escala menor, bajo el régimen condominal, vive el 35 por ciento del total de la población del Distrito Federal.
Por otra parte, no se calculó la sociología de la relación humana ni la cultura de la convivencia colectiva --lo que representa ahora una problemática mayor--, como tampoco un marco jurídico que incidiera positivamente en la regulación de la administración de los espacios, áreas e infraestructura comunes, pues en sentido estricto la primera ley en todas estas materias surge en 1972, con un solo antecedente jurídico a inicios de los 50.
El abanico de problemas que afectan a estos conjuntos es preocupante: desde reglas poco claras para convivir armónicamente; edificios deteriorados; falta de pago de cuotas de los condóminos o, en algunos casos, graves deficiencias constructivas; invasión de áreas comunes; signos de descomposición social por pandillas que se refugian y ahí operan, con el consabido tráfico de estupefacientes; sin contar con las deudas hipotecarias que agobian a muchos.
La respuesta a estos problemas no puede posponerse más y tiene que ser integral. Es urgente, por ejemplo, que el próximo gobierno instituya un gran Programa de Apoyo Integral a las Unidades Habitaciones, para su reconstrucción, o bien para que los condóminos tengan recursos para obras de mantenimiento mayor. Y lo más importante: innovar con nuevos sistemas de abasto, salud, educación, deporte, recreación y cultura, pues estamos hablando de un universo mínimo de dos millones de personas.
A estas acciones deben adicionarse sistemas de seguridad pública hacia dentro y hacia fuera, e inaugurar de hecho la importante y hasta ahora ausente cultura de la protección civil, donde los focos también son rojos, especialmente en zonas sísmicas. No podemos olvidar el caso de Tlatelolco en el terremoto de 1985.
Los rezagos en todas estas cuestiones son alarmantes, pues por décadas la preocupación ha sido inaugurar conjuntos habitacionales, en lugar de inaugurar previamente actitudes y conductas, incluyendo sesiones de capacitación para una eficaz administración autogestiva.
Ya en el marco jurídico, por fortuna, hay avances. Existe un proyecto de nueva ley en materia condominal que se preparó en la Procuraduría Social del Distrito Federal en 1996, y que luego fue discutido y aprobado por la anterior Asamblea de Representantes que la turnó para su revisión, dictamen y emisión a la Cámara de Diputados y es parte importante de la Agenda Legislativa de la actual LVII Legislatura.
Es posible generar, con todos estos ingredientes y otros frutos de una reflexión más amplia, nuevos espacios de convivencia, con vivienda realmente digna y sustentada en una cultura condominal, nutrida por la solidaridad, la cohesión y la armonía social. Es ya relevante la posibilidad que se tiene legalmente de que los propios condóminos elijan democráticamente a sus representantes para efectos de administrar y vigilar el uso y destino de las cuotas que pagan o deben pagar.
Sin duda, estos son algunos de los nuevos y genuinos factores de la gobernabilidad y estabilidad en nuestra ciudad, pues si viven mejor tres millones de seres humanos, empezará a estar mejor casi la mitad del Distrito Federal.