Eduardo Galeano
Enemigo se busca
En 1989 apareció en el mercado mundial una nueva muñeca Barbie, que vestía uniforme de guerra y hacía la venia. Mal momento había elegido Barbie para iniciar su carrera militar. A fines de ese año cayó el Muro de Berlín, y en seguida se desmoronó todo lo demás. El Imperio del Mal se vino abajo y súbitamente Dios quedó huérfano de Diablo. Algunos años después, la industria del miedo, que es la más dinámica del mundo, está salvando a la industria militar, y le multiplica los clientes.
Los monstruos de Hollywood
Toda guerra tiene el inconveniente de que exige un enemigo, y de ser posible más de uno. Sin la provocación, la amenaza o la agresión de uno o varios enemigos, espontáneos o fabricados, la guerra resulta poco convincente y la oferta de armas puede enfrentar un dramático problema de contracción de la demanda.
El presupuesto del Pentágono y el negocio de la exportación de armamentos se encontraron de buenas a primeras con una situación peliaguda, un peligroso vacío de enemigo, a partir de 1989. Guerra sí, pero ¿guerra contra quién? El síndrome de la ausencia de enemigo encontró en Hollywood una respuesta terapéutica inmediata. Ya Ronald Reagan había anunciado, lúcido profeta, que había que ganar la guerra en el espacio sideral. Todo el talento y el dinero de Hollywood se consagró a la fabricación de enemigos en las galaxias. Ya no había villanos comunistas que pudieran resultar temibles. Los rusos, que habían trabajado de malos desde la conversión al Bien de los alemanes y de los japoneses, habían perdido de un día para el otro sus largos colmillos y su olor a azufre, y en nuestro planeta Tierra no había otros malvados visibles que fueran dignos de consideración. En busca de enemigo, Hollywood recurrió al peligro de la invasión extraterrestre, que había sido ya tema de cine sin mayor pena ni gloria. Con súbito éxito de taquilla, las pantallas se abocaron de apuro a la tarea de exhibir la feroz amenaza de los marcianos y otros repulsivos extranjeros reptiloides o cucaracháceos, que a veces adoptan forma humana para engañarnos a nosotros, los terrestres, y para reducir, de paso, los costos de filmación.
Pero ya el presidente George Bush había advertido, a principios del 91, que no había por qué buscar enemigos en la lejanías siderales. Después de invadir Panamá, y mientras invadía Irak, Bush había dicho: ``El mundo es un lugar peligroso''. Y esta certeza siguió siendo la mejor coartada para justificar, a lo largo de los años y los gobiernos siguientes, el presupuesto de guerra más alto del planeta y la más próspera industria de armamentos.
Una sociedad asustada
La opinión pública de Estados Unidos tiene acceso a la mayor cantidad de información jamás acumulada en la historia de la humanidad. Sin embargo, buena parte de esa opinión pública padece una asombrosa ignorancia acerca de todo lo que ocurre fuera de las fronteras de su país y teme o desprecia todo lo que ignora. Los informativos de la televisión otorgan poco o ningún espacio a las novedades del mundo, como no sea para confirmar que los países extranjeros tienen tendencia al terrorismo y a la ingratitud. Cada acto de rebelión o explosión de violencia, ocurra donde ocurra, se convierte en nueva prueba de que la conspiración internacional prosigue su marcha, alimentada por el odio y la envidia. Poco importa que la guerra fría haya terminado, porque el demonio dispone de un amplio guardarropa y no sólo viste de rojo. Misteriosamente, se llama Ministerio de Defensa el órgano de gobierno que se ocupa de la guerra, y es de Defensa el presupuesto del Pentágono. El nombre constituye un enigma, habida cuenta de que Estados Unidos jamás ha sido invadido por nadie, salvo una fugaz incursión de Pancho Villa, y en cambio tiene la desagradable costumbre de invadir a los demás, a ritmo de un país por año, desde los inicios de su vida independiente.
El fin de la guerra fría, que pudo ser un motivo de preocupación, ya no implica mayores molestias para los manipuladores del miedo. La conspiración internacional --los de afuera son malos y no nos quieren-- brinda explicaciones mágicas a todas las desgracias y también brinda coartadas a la economía de guerra. El problema de la droga, pongamos por caso, es más norteamericano que el pastel de manzanas, norteamericano como tragedia y también como negocio, pero la culpa la tienen Colombia, Bolivia, México, Perú y otros malagradecidos.
La opinión pública de Estados Unidos sigue creyéndose amenazada y sigue creyendo que su país tiene el derecho natural de ejercer funciones de policía mundial. El presidente, demócrata o republicano, republicano o demócrata, viaja con sus valijas llenas de catálogos de armas y continúa practicando, sin mayores variantes, una política externa regida por el principio de que los mejores amigos son los que más armas compran. En nombre de la lucha contra el terrorismo, la industria norteamericana de armamentos encuentra sus mejores clientes en los gobiernos terroristas del rey Fahd, en Arabia Saudita, o del general Suharto, en Indonesia, cuya única relación con los derechos humanos consiste en que siempre han hecho todo lo posible por aniquilarlos.
La noble industria militar, venta de muerte, exportación de violencia, trabaja y prospera. El sur del planeta sigue ofreciendo mercados firmes y en alza. La siembra universal de la injusticia continúa dando buenas cosechas de agitación social y de odio nacional, regional, local y personal.