Katharina sentada en una silla del mismo tono de gris que tienen los escritorios y las paredes. Dos policías, también grisáceos, la cuestionan sobre sus actividades; pretenden colgarle un delito, a partir del kilometraje de su Volkswagen. La mujer tiene un lunar en el lado izquierdo de la cara, una suerte de satélite de la nariz o de los labios, o de ella misma si se respeta la perspectiva. El interrogatorio es humillante, los policías hacen demasiadas preguntas, casi gritan, se inclinan encima de ella para intimidarla y, por si fuera poco, Schlondrff, el director de la película, la acosa con una serie de close-ups claustrofóbicos. Katharina hace un recuento de los lugares que ha visitado en su Volkswagen durante los últimos meses. El recuento parece ridículo si no se toma en cuenta que se trata de una mujer recatada, de actividades y relaciones bien establecidas, tanto que sus amigas le dicen La Monja.
``En la mañana voy a casa de los señores equis'', dice Katharina. Uno de los policías completa la información: ``siete kilómetros''. Su colega apunta la cantidad. ``Luego voy a tal lugar'', dice la mujer. El experto en kilometraje vuelve a completar la información y su colega anota la nueva cantidad de kilómetros debajo de la anterior. El interrogatorio es eterno, los agentes hacen demasiadas preguntas y encima el director no deja de acosarla con sus close-ups claustrofóbicos. El espectador no sabe su odiar a los interrogadores o a Schlondrff que se empeña en registrar al detalle cómo esta mujer va perdiendo el honor. Al final del recuento, el agente que apuntaba hace la suma de los kilómetros, los multiplica por tantos meses, los compara con el kilometraje que marca el tablero del Volkswagen y concluye que a la ruta de Katharina le faltan algunos miles de kilómetros para convertirse en una verdad policiaca.
La mujer reflexiona con la cámara todavía encima. Los dos agentes saborean su triunfo. El gris es más intenso durante estos segundos de angustia. La mujer sonríe, la órbita del lunar varía ligeramente su altura, ha encontrado una respuesta a la medida de sus interrogadores, dice aproximadamente: todas las tardes, después de trabajar voy a dar una vuelta a donde sea, no me gusta llegar directamente a casa, me aterra la imagen de una mujer bebiendo frente al televisor. El esquema policiaco queda desmantelado, no hay experto en kilometraje capaz de medir esa distancia, ni experto en interrogatorios que pueda cuestionar ese terror. La secuencia termina, todos sospechamos que si la policía quiere, esa mujer con satélite será culpable.
En el fondo del mar Caribe hay una variedad de langosta que recuerda al interrogatorio de Katharina Blum. Vive un promedio de 50 años y no se mueve por sí misma, siempre se desplaza según la fuerza y la dirección de las corrientes. Muda de caparazón igual que el resto de las langostas, pero como se trata de una criatura inmóvil, tiene que esperar a que una buena corriente la expulse hacia el exterior y la deposite en la arena luciendo su nueva carrocería. Moverse según el capricho de la corriente puede parecer una canallada de la naturaleza, pero la verdad es que se trata de una canallada poco visible, y lo poco visible puede confundirse con otra cosa que salte a la vista, como sucede con la langosta Hans, que es el nombre de este animal. Cuando está lista para la muda, una corriente la empuja y la deposita unos centímetros adelante del caparazón que acaba de abandonar. Esta mecánica simple, repetida durante medio siglo de vida promedio, produce una multitud de caparazones. La langosta original se mueve tanto como el ejército que la acompaña, cuando pasa una corriente todas se desplazan hacia el mismo lado moviendo patas y antenas con la misma energía. A final de cuentas, este animal se da el lujo de vivir siempre rodeado de su propia historia.
Un buzo inexperto difícilmente distinguiría a la langosta viva de sus réplicas, y los expertos prefieren atrapar otro tipo de langosta que se mueva y ande sola. En cambio, los buzos necios se dan a la tarea de ir desmembrando esa historia de caparazones hasta que encuentran eso que andan buscando, que no es una criatura viva, sino una mujer que pueda ser declarada culpable, a pesar de su historia que conmueve y de su lunar que parece un satélite de ella misma.