Guillermo Almeyra
El hambre viene comiendo

En las elecciones argentinas perdió el gobierno, pero también perdió la oposición. En efecto, los electores votaron contra la desocupación y contra la política económica que comparte la Alianza entre UCR y Frepaso. Además, los votos fueron contra las relaciones ``carnalísimas'' con Estados Unidos, y la Alianza buscó acuerdos con Clinton durante el viaje de éste a Buenos Aires. Los opositores esperan mantenerse unidos (y lograr apoyos en los partidos provinciales para tener mayoría en la Cámara, negociar con el Senado menemista y preparar las elecciones presidenciales) manteniendo una política muy moderada, que se diferenciará del menemismo sólo en el campo de los derechos humanos y de la lucha contra la corrupción. En una palabra, ofrecen lo mismo, pero con más prolijidad. Sin embargo, allí empieza el problema. Lo que cuenta no es el conservadurismo de los arrepentidos de la izquierda ni de los liberales que dominan la dirección de los opositores. Tampoco es decisivo el peso de los charros opositores, tipo Lorenzo Miguel, que quieren ser el equipo sindical de recambio y defender su fuente de vida (las obras sociales sindicales, que representan miles de millones de dólares) frente al intento menemista de privatizarlas. Es cierto que esos sectores tienen los botones de comando de la máquina opositora y que hay una relación entre ``dirigentes'' y ``dirigidos''. Pero lo importante es que los primeros son, a su vez, dirigidos por las bases, mediante las acciones y las presiones de éstas y, además, que no las pueden ``dirigir'' en cualquier sentido ya que ellas son cada vez más (relativamente) independientes.

La Argentina, como el resto del mundo, no está en un periodo normal sino en una prolongada crisis depresiva marcada por un despertar creciente de las movilizaciones sociales en pro de un cambio. El llamado ``modelo'' de acumulación capitalista se rompió, y los intentos feroces de recomponer la economía y la sociedad no tienen consenso entre los trabajadores ni en la mayoría de la población, como tampoco en sectores importantes del mismo sector empresarial (laminados por la política de libre importación y dólar barato, o sea, peso caro que les hunde el mercado interno y les impide la exportación). Existe una crisis mundial y la voluntad masiva de enfrentarla, tras el aplastamiento o las mismas esperanzas iniciales en las ventajas de la mundialización. La creciente polarización y concentración de la riqueza y del poder han hecho también que el Estado se debilitase en el plano interno mientras perdía credibilidad y funciones a nivel internacional. La crisis política se suma así a la social y a la económica. Esa es la base del voto contra Menem, que no es un voto por la Alianza, y es también el motivo central del ``voto'' de los cinco millones que no votaron porque no están de acuerdo con el menemismo de Menem ni con el neomenemismo opositor. La Argentina pide cambios. Ha tratado de imponerlos con otros ``votos'' anteriores a las elecciones: manifestaciones, cortes de carreteras, huelgas generales, pobladas, carpas, huelgas de hambre, autoorganización a nivel de enteras regiones, masivos combates territoriales, imposición de una autonomía virtual. Se ha roto la relación de mando-obediencia y no hay una relación vertical, disciplinada, sino que se está construyendo una acción horizontal, autónoma y basada en la acción y la autogestión. Nadie espera de los dirigentes partidarios (sobre todo, porque no hay sino bandas o corrientes) ni de los charros sindicales, que están desvalorizados y desprestigiados y, como el ex presidente Raúl Alfonsín, el super pollo rostizado, están quemados pero siguen girando. Los nuevos dirigentes sindicales autónomos, como los de la Central de los Trabajadores Argentinos, son más el núcleo obrero de una acción política independiente del Estado y de los partidos, que la cúpula de un nuevo movimiento sindical democrático, aunque también sean eso. En un país donde los trabajadores asalariados son la minoría, queda el hecho de que la vida política se hizo y se hace contando con los instrumentos sindicales, pero éstos asumen un papel diferente: los dirigentes sindicales-políticos autónomos son el punto de apoyo para construir una alternativa al gobierno y al régimen. O sea, desbordan a la oposición respetuosa. Por su parte, quienes votaron por la oposición tienen lazos con los que se abstuvieron y los reforzarán con las luchas y las movilizaciones. En esa dialéctica, la iniciativa viene de abajo.