El desenlace del lamentable episodio en torno de la autorización al Ejecutivo federal para ausentarse del país en cuatro viajes sucesivos, de los cuales dos se autorizaron y otros dos tendrán que ser objeto de una nueva solicitud, puso en relieve, una vez más, que el desorden prevaleciente en el desempeño de las funciones del Congreso de la Unión es consecuencia de dos factores principales: uno, el irrefrenable afán de los miembros del bloque opositor de ostentarse como una fuerza capaz de entorpecer, cada vez que se lo propongan, los planes del Presidente de la República; y otro, la inocultable ignorancia de los tristemente célebres cuatro coordinadores, sobre las características de las fuciones que tiene atribuidas cada una de las Cámaras del Congreso de la Unión, cuando los asuntos sometidos a su consideración son de naturaleza distinta a la expedición de leyes.
En el caso que comentamos, con desesperación se lanzaron un clavado al texto del artículo 72 (cuando sería de suponerse que ese precepto de antemano debieran conocerlo al dedillo) en busca de un resquicio que les permitiera satisfacer su propósito de obstruir. Como escribió Charles Maurras, ``en política, cualquier desesperación es una tontería absoluta'' y es por ello que Medina Plascencia, atrapado entre su ignorancia y la seducción que ejerce sobre de él Porfirio Muñoz Ledo, se puso varias veces en ridículo, la última cuando declaró a posteriori que apoyaría una reforma para suprimir el requisito de la autorización del Congreso al Ejecutivo, para que éste pueda ausentarse libremente del territorio nacional. Si tal requisito le parece superfluo, ¿por qué impuso a su bancada la consigna de aplicarlo, aun sin justificaciones y sólo para aparentar rigor, al extremo de incurrir en dos contradicciones, una con los diputados panistas que habían suscrito el dictamen, y otra con los senadores también panistas que previamente aprobaron la minuta en la Cámara de origen?
El requisito no debe suprimirse sino ser entendido (y aplicado) en su ratio legis, es decir, en atención al por qué y al para qué del precepto constitucional. Simplificaré la explicación.
El Presidente de la República se ausenta del territorio nacional para cumplir objetivos de política exterior. La Cámara de Senadores comparte con el Ejecutivo las atribuciones en esa materia, pues revisa los tratados internacionales y ratifica los nombramientos de agentes diplomáticos. La función de esta Cámara, en relación con las solicitudes para salir del país, debe consistir en examinar si los propósitos y características del viaje son congruentes con los principios generales que México sostiene en materia internacional y con los intereses que, en las circunstancias de cada caso, deben ser promovidos o defendidos. Si se aprecian tales coincidencias, la solicitud debe ser aprobada; en caso contrario, denegada.
La función de la Cámara de Diputados no puede ser la misma, sino otra complementaria pero de igual importancia: examinar si las condiciones en que se encuentra el país permiten que el Presidente de la República se ausente sin poner en riesgo la estabilidad interna, la normalidad institucional o el despacho expedito de asuntos de especial importancia que no admitan aplazamiento. De ser así, no habría motivos para desautorizar el viaje o los viajes; pero si hubieren inconvenientes de orden interior, la solicitud deberá ser rechazada, explicando con toda precisión y objetividad cuáles son esas circunstancias.
Esta somera explicación evidencia la frivolidad con que se actuó en el caso que comentamos. Los argumentos empleados son de tal manera triviales que mueven a risa, por más que algunos estudiosos no dejemos de sentir vergüenza por el ínfimo nivel a que ha descendido la otrora orgullosamente llamada representación nacional.
Escribe Jean Baudrillard que el discurso de la simulación a veces no llega a la impostura, pues se contenta con hacer actuar la seducción como una estrategia de las apariencias. Es lamentable que esa seducción política, lindante con la vulgaridad, se haya enseñoreado del recinto de San Lázaro. Lo grotesco es que los coordinadores del G-4 se disputaban la paternidad de la aberración cometida, pero Medina Plascencia les ganó la partida declarándose ``la madre'' de la criatura. (La Jornada, 6-XI-97). De hecho, confesó que había sido seducido, aunque le faltó decir cuándo se produjo el embarazo.