Este musical nombre bautiza una añeja callecilla del centro histórico, en donde se encuentra una de las mejores y más antiguas fábricas de vidrio soplado de la ciudad, que lleva el mismo apelativo. El origen del mismo, como era la costumbre hasta principios del siglo pasado, tiene gran sentido, pues expresa una actividad, persona destacada o institución. Muy conocidas eran las de los oficios y comercios especializados: Curtidores, Meleros, Plateros, Jarciera, Estanco, Factor, Tlapaleros, Lecheras, Talabarteros, etcétera.
La que nos ocupa tiene como historia su cercanía con una acequia importante por la que llegaban materiales de construcción, verduras, frutas y semillas para alimento de personas y animales. Una vez desembarcadas se colocaban precisamente en carretones, para entregarlas en los diferentes comercios y mercados; estos vehículos eran guardados en unos corrales construidos en esta calle, dándole a la misma su nombre.
Años más tarde, en 1889, don Camilo Avalos Razo en compañía de su esposa doña Ursula, establecieron en el número 5 de dicha vía una pequeña fábrica de vidrio, muy bien ubicada comercialmente por estar a unos pasos del barrio de La Merced. Gracias al éxito obtenido, a los pocos años en el mismo predio edificaron una bella casona en donde vivían y al lado tenían la fábrica, unidas por un gran patio con frondosos árboles.
Allí nacieron varios de los siete hijos y crecieron todos. De los cinco varones, los gemelos Francisco y Camilo se encargaron de la ya célebre Fábrica de Carretones. Con dotes artísticas, Camilo estudió dibujo en la cercana Academia de San Carlos, lo que le permitió crear piezas de original y atractivo diseño, además de las de carácter doméstico e industrial que habían caracterizado la producción.
En 1946 entró al relevo la tercera generación: Francisco y Estela, hijos de los gemelos, quienes se dedicaron a aprender los principales secretos del soplado, estudiando a detalle las formas, cualidades y colores del vidrio. Con estos conocimientos crearon piezas magníficas en belleza y calidad, lo que llevó a que en los años 60 tuvieran una exposición en el Palacio de Bellas Artes. Paralelamente comenzaron a exportar a Estados Unidos, Europa, Australia y Centroamérica, participando en concursos internacionales que les hicieron acreedores a diversos premios.
En 1989 los dueños tuvieron problemas de salud, lo que se reflejó en la fábrica con fallas en la producción y ventas, cerrando sus puertas en 1990. Afortunadamente aparecieron las emprendedoras hermanas María Luisa y Lydia Vázquez, quienes adquirieron la empresa en 1991, instrumentando cambios trascendentes como la utilización de gas en lugar del tradicional combustible contaminante; asimismo mejoraron las condiciones de trabajo; esto se ha reflejado en piezas de vidrio maravillosas que expresan arte, ingenio y destreza.
Es una experiencia emocionante ver trabajar en la antigua construcción fabril a los obradores, que son grupos de trabajo de siete personas, cada una con una función específica. La cadena comienza con el aparzonador, que mide el calor de los hornos con la caña de soplar, para terminar con el maestro, cúspide de la jerarquía artesanal, quien en su banco especial modela la pieza con asistencia del asero, aprendiz que se encarga de proveerlo del vidrio necesario para añadir algún elemento como... una asa, de donde proviene el nombre.
Así van surgiendo las maravillosas joyas del traslúcido material; copas, vasos, jarrones, esferas, jarras, ceniceros, candelabros, botellitas, botellones, platones, fruteros, cada una con su propia personalidad, según la inspiración del momento y con distintas tonalidades en los sensuales colores: azul cobalto, verde esmeralda, verde nilo, morado, oro viejo, azul turquesa.
Como ya mencionamos, este lugar prodigioso en su casona art-decó, con detalles art-noveau, que se mantienen en los emplomados de las ventanas, está situado en el barrio de La Merced, en donde de pilón se encuentran dos magníficos restaurantes de comida mexicana: el recién reinaugurado Casa Chón en la calle de Regina, con sus especialidades prehispánicas, y El Hotentote, que atiende personalmente su dueño Juan Olmedo, con la mejor cocina internacional de la ciudad, ubicado en una preciosa casita virreinal en Las Cruces 40.
Aprovechamos la ocasión para invitar a todos al homenaje que le hace el DDF a don Fernando Benítez, el queridísimo ``hermanito'' --fundador del primer suplemento cultural, escritor prolífico, defensor amoroso de los indios, miembro ilustrísimo del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México y colaborador de estas páginas--, el próximo día 13, a las 12:30 horas en la Casa de la Cultura Jaime Sabines, ubicada en Avenida Revolución 1747, San Angel.