Letra S, 6 de noviembre de 1997
La revista Debate feminista dedica su entrega número 16 al tema de lo queer, traducible como lo raro o lo extraño. Al referirse este término a las conductas heterodoxas que rompen con los esquemas tradicionales de la moral social, y al aludir a prácticas sexuales indiferentes al propósito de la reproducción de la especie, la asociación más frecuente y automática se establece con la conducta homosexual. En este caso, el vocablo es más específico, más fuerte, y su connotación claramente peyorativa, lo que nos remite, en México, a la voz popular de ``rarito'', a la vez sustantivo y adjetivo, es decir, identidad con escarnio adjunto.
El número más reciente de la revista lleva pues un título de insistencia lúdica, ``Raras rarezas'', y contiene doce secciones que reúnen más de 20 artículos y ensayos, la transcripción de una mesa redonda (En los bordes del deseo), y un colofón llamado ``argüende'', donde Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, entregan, la primera, un diálogo entre Dios y la Naturaleza (``Si Dios fuera hombre, sería mujer, si fuera queer sería tema de debate feminista''), y la segunda, una canción irreverente.
``Y si quieren saber de mi pasado...''
Lo rarito es, según Carlos Monsiváis en su ensayo ``Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen'', el vocablo, ya jubilado, ``que transforma lo amenazador en lo banal, en lo graciosamente inofensivo y patético''. El escritor procede luego a ubicar en la historia política y cultural del México moderno, algunos momentos significativos en los que los ``raritos'' exhiben sus estrategias de autodefensa, sus actitudes excesivas, su extravagancia de pose wildeana, su destreza verbal, su ``perreo'' (``habla de las denigraciones mutuas''), y una clarísima actitud queer, avant la lettre. La figura emblemática de este comportamiento social es, naturalmente, Salvador Novo, quien según Monsiváis, ``es ejemplar en diversos sentidos: es un provocador que triunfa a costa de abjurar en el camino de la provocación; es un gay que acepta hasta lo último la división tajante entre homosexuales y heterosexuales, con los ritos correspondientes; es, sin la búsqueda de martirio, un admirador puntual de Oscar Wilde, sin duda su modelo de poses radicales; es un practicante del `afeminamiento' que al subrayarlo satisface las expectativas del voyeurismo moral; es un gay que ve en el poder de compra la más auténtica zona erógena, así se traduzca en la frustración del impulso amoroso''.
Después de vislumbrar el lector la posible aclimatación del término queer a nuestro lenguaje y a nuestra realidad social, la revista le ofrece diversas interpretaciones provenientes de la cultura anglosajona, donde el término se origina, o de la reflexión europea, en particular la francesa, donde el término se incorpora al lenguaje cifrado de la posmodernidad filosófica, y de una reflexión en torno a la cultura popular que incursiona en el reino de las ``ambigüedades intencionales'', cuando, por ejemplo, el antropólogo Roger N. Lancaster habla del travestismo en la vida cotidiana en Nicaragua, o cuando Sarah Water evoca la pluralidad de deseos en la película La reina Cristina, estelarizada por Greta Garbo, o las ``metáforas espectrales'' que describe Terry Castle al hablar de la actriz sueca como de una ``chica rara, extraña, queer'', desde una perspectiva lésbica. En otros artículos, el lector descubre la génesis y las numerosas interpretaciones del término queer en la cultura estadunidense, y su vinculación con las reivindicaciones políticas que plantean las minorías sexuales a finales de los años sesenta. El filósofo Bolívar Echeverría, establece sugerentes cercanías entre lo queer y el ``artificialismo manierista'' en las artes, entendido como la posible instauración de ``nuevas formas que sólo resultan `raras', `caprichosas' o `arbitrarias' respecto de las tradicionales''.
La naturaleza que nunca se endereza
De un artículo a otro se precisa la naturaleza de lo queer como instancia de ruptura del orden (moral, social) establecido, y la proliferación paralela de conductas, indumentarias y actitudes de desafío, y juegos verbales en los que el humor autodenigratorio es rechazo a la hegemonía del lenguaje heterosexista y sugerencia de una variedad nueva de opciones expresivas. Lo queer político es, entre un grupo importante de activistas homosexuales norteamericanos, la militancia radical que rompe con los esfuerzos de reformismo y asimilación característicos del movimiento de los derechos cívicos durante los años 80. El grupo neoyorkino Act Up, de lucha contra el sida, representa una de las vanguardias de esta actitud política queer. En la misma década surge una agrupación gay que propone un activismo urbano más beligerante y un cuestionamiento global de la cultura heterosexual. Su nombre es síntesis de su proyecto: Queer Nation.
Otros textos en la revista exhiben el autoritarismo religioso y la intolerancia moral de los grupos ultraconservadores. María Consuelo Mejía ofrece un buen panorama de los esfuerzos de la jerarquía católica en México por reconquistar espacios de poder e influencia en la vida política y en el terreno de la educación; Martha Zapata examina, por su parte, las contradicciones y desvaríos en la filosofía ética del conservador argentino Enrique Dussel.
La oposición al pensamiento conservador, y a su actual beligerancia, es una constante del pensamiento queer. La revista plantea y argumenta muy bien un punto clave: el término no es sinónimo de lo lésbico o lo gay, aunque incluye estas categorías y las enriquece notablemente. Es, en esencia, una actitud política y cultural de rechazo a una moral autoritaria y excluyente. Otro colaborador de este número, Alexander Doty, autor del libro Making things perfectly queer, señala que lo queer ``es algo que finalmente se halla más allá del género: es una actitud, una forma de responder, que se inicia en un lugar no relacionado con, ni limitado por, nociones de una oposición binaria entre masculino y femenino, o por el paradigma homo versus hetero''. Un buen punto de partida para una reflexión, hoy indispensable, que Marta Lamas, directora de Debate feminista, y su equipo, tienen el acierto de impulsar en el ámbito de nuestras publicaciones.
El número Raras rarezas y otros números atrasados de esta revista, pueden solicitarse en los teléfonos 593-5813 y 593-1246 con Elvira Bolaños, o adquirirse en las principales librerías.
El párroco que le brinda la bienvenida al catolicismo a mi hijo Isaac es joven e inteligente. Sabe hablar en la lengua de los vecinos de San Nicolás, lo cual es ganancia. Aunque no esté de acuerdo con partes de su homilía, me siento a gusto y de alguna manera agradecido porque el rito que imparte reaviva mis lazos con esta comunidad de clase baja donde me crié y donde también crece mi hijo. La primera comunión de mi flamante chavo nos permite degustar un mole exquisito preparado por doña Socorro y acceder a un buen rato de la raza al ver la foto que nos trajo por la tarde. Aparezco en actitud beata con las manos juntitas a la altura de la barbilla.
Alguna vez había escrito que el otoño en Monterrey es una estación maravillosa. Se va el calor seco, llega un vientecillo fresco del norte y la vida se vuelve más amable. Fuera del empanizamiento al que fuimos sometidos por el salvaje voto de los regiomontanos, la vida transcurre encabronadamente dulce y esperanzadora.
Al final de la misa de aquel domingo, en los rezos mecanizados que uno dice entre dientes, me sorprendí pidiendo por la salud del Papa. De lo que no me arrepiento en modo alguno, dicho sea con todo respeto. A pesar de don Justo Mullor y Norberto Rivera, que suelen hacer de las cuestiones de fe y de confortantes y vivas mitologías todo un campo de batalla donde la carne de cañón somos los mexicanos más fregados.
Las declaraciones del domingo 19 de Rivera Carrera (el mero día de la primera comunión de mi chamaco) en el sentido de que los que trabajamos en sida, salud sexual y reproductiva formamos parte de una conjura contra la vida y ponemos en riesgo la seguridad nacional (sic) me hizo odiarlo silenciosa y poderosamente. Todo, sí todo lo que le había oído me había movido hasta las lágrimas por el humor involuntario de sus descomunales dicterios. Pero esto sí me cayó bien atravesado.
Si no fuera porque conozco lo que es un trabajo de paz y buena voluntad, lleno de sacrificios y de espinas, de muchos hombres y mujeres católicos, por supuesto que los diabólicos llamamientos del arzobispo Norberto me tentarían al grado de aceptar la provocación y sacar mi impotencia y mi rabia seropositivas y enfocarla a una radicalización kamikaze contra las mitras y los báculos genocidas. Nel pastel. Por allí jamás. A los mestizos bien nacidos nos sobra aún inteligencia y risa para tolerar eso y más.
Qué coraje que sea usted tan estúpidamente altanero, señor Rivera. En un país que ya no está para más lumbre en el comal, viene su excelencia y abre las afiladas fauces invitándonos a la sangría. ¿Estará usted consciente de los alcances concretos de lo que hace y dice? ¿No tiene usted temor del infierno literal que de pronto puede estallarle en las narices? No exagero: en carne propia he vivido el asedio de sus cristianos grupos de choque llamados Pro Vida, Centros de ayuda para la mujer o Legionarios de Cristo. Los gatillos y polvorines se agazapan entre esos chiquillos fanatizados hasta la médula, con mucho billete y contactos por doquier.
No le busque tres pies a la precaria mesa del laicismo y libertad donde queremos sentarnos a comer y platicar lo mexicanos. Y dígale a don (in) Justo Mullor y a su santidad PJII, que los incurables infieles como yo también rezamos por su salud.
La masculinidad es un tema de interés reciente para académicos, activistas e investigadores empeñados en comprender la compleja vinculación entre los cuerpos, las identidades de género y las prácticas sexuales. Hasta hace poco, en nuestro país las discusiones sobre el género se limitaban a los asuntos relacionados con las mujeres, es decir, al cuestionamiento de las definiciones fijas y restrictivas de la femineidad. Pero la balanza que favorece a los hombres en el ejercicio del poder oscureció, por mucho tiempo, el hecho de que en efecto existen malestares y sufrimientos en el universo de la masculinidad.
Víctor Seidler, sociólogo inglés especialista en el tema1, comparte con muchos otros la idea de que no existe una sola masculinidad, sino formas y significados de ser hombre que dependen de un periodo y una cultura determinados, es decir, que las masculinidades están construidas históricamente. Seidler centra su reflexión en la masculinidad dominante que nació en Europa durante la Ilustración, y que está marcada por la moral protestante y el colonialismo.
Los signos de la masculinidad y la tradición cultural de occidente
En este modelo, definido por los hombres de las clases y razas hegemónicas de tal época, la masculinidad se construyó íntimamente ligada a la razón y la instrumentalidad, en oposición a la naturaleza y la emoción. De hecho, lo Uno, el Hombre, se consideró esencialmente como lo contrario de lo Otro, la naturaleza, a la que se relacionó estrechamente con la supuesta esencia femenina, la sexualidad, y el cuerpo. De este modo, la masculinidad se construyó como lo no-Otro, en una permanente incertidumbre y necesidad de probarse a sí misma a través del dominio de la naturaleza y sus representantes.
Durante la colonia, nuestro país heredó algunas de estas concepciones, pero es probable que muchos de estos componentes simbólicos de la masculinidad sean diferentes por la influencia del catolicismo y por su encuentro con las culturas indígenas.
En este espacio quisiéramos reseñar algunas de las ideas de Seidler y ofrecerlas para que se discuta su posible relevancia para la realidad de nuestro país:
1. ¿Son el cuerpo y la sexualidad de los hombres una parte de su identidad, o más bien se viven como expresiones de una animalidad que deben controlar? En la tradición católica, el cuerpo es visto como el sitio de la inmundicia, el pecado y la tentación, de modo que las personas --y particularmente los hombres-- mantienen una relación de exterioridad con él, es decir, como si éste les fuera ajeno.
2. En el pensamiento occidental, que considera a la razón como el estado más elevado del hombre, obviamente no es deseable ser identificado con el cuerpo, sus secreciones y sensaciones. En consecuencia, el cuidado de la propia salud se ve dificultado pues requiere que la persona escuche y esté en contacto con su cuerpo pero, como este contexto lo define como pecaminoso, esta tarea resulta sumamente difícil para los hombres. Por eso ellos aprenden a enajenar sus cuerpos, lo cual los lleva también a negar sus dolencias y enfermedades, y a separar su experiencia emocional para intentar controlarla.
3. La masculinidad dominante está muy ligada a la actividad, la cual se expresaría principalmente en la sexualidad y el trabajo compulsivos. Por ello, los hombres encuentran difícil tomarse el tiempo para detectar o reconocer sus malestares y sus experiencias, pues ello requiere silenciar su mundo activo y atender a sus cuerpos. Los hombres se defienden de sus sentimientos porque éstos se consideran un reflejo de homosexualidad: los sentimientos se encuentran sexualizados, pues a la suavidad, la ternura y la vulnerabilidad se les considera como signos de tendencias homosexuales. Una de las formas más eficaces de defenderse de este temor es la conversión inmediata de todos estos sentimientos en enojo o ira. Si un hombre siente una tristeza profunda, la violencia contra su pareja, por ejemplo, le permite aquietar esa emoción. La agresión no es solamente una manera de controlar a las mujeres, sino también de controlar la propia vida emocional. Por eso es imprescindible trabajar con las emociones y sentimientos de los hombres.
4. Los hombres están a la defensiva pues supuestamente no deben confiar en otros hombres, lo cual está fundado en relaciones altamente competitivas. El miedo a ser vulnerable marca las posibilidades de acercarse entre sí, en especial porque la intimidad se encuentra sexualizada: los hombres sienten que si se acercan emocionalmente a otros hombres, acabarán por tener relaciones sexuales con ellos. De este modo, la homofobia se encuentra en la base misma de la heterosexualidad, y no es posible trabajar con los hombres sin tomar en cuenta este temor.
5. En los discursos sobre salud reproductiva se asume que los hombres son irresponsable; la literatura se encuentra plagada de concepciones negativas de la masculinidad, una de ellas es que la sexualidad de los hombres es esencialmente compulsiva. Una de las consecuencias de esta concepción es que los hombres, y en particular los jóvenes, frecuentemente se niegan a recibir la información que los describe de manera tan negativa, pues los culpabiliza. Quienes trabajamos en estos temas no hemos estado muy dispuestos a hablar sobre el placer sexual de los hombres porque, en virtud de que lo consideramos irrefrenable e inclusive peligroso, se vuelve necesario controlarlo y no reconocerlo. Sin embargo, es importante promover la idea de que los hombres pueden sentir el deseo sexual sin que éste sea compulsivo, reconociendo otros ritmos de relación que los codificados para ellos y la riqueza del contacto emocional. Para ello es necesario des-sexualizar los afectos.
6. En sociedades en las cuales existe un dominio masculino no autoritario, la paternidad se convierte en un signo de masculinidad, situación que no ha sido suficientemente tomada en cuenta en los mensajes de salud. Se ha trabajado la paternidad en su sentido negativo, como poder y autoridad. Ahora es necesario abordar la paternidad como una relación: ¿cómo se sienten los hombres frente al embarazo?, ¿qué tipo de relaciones establecen los padres con sus hijos y sus hijas, y cómo cambian en el tiempo? Por ejemplo, a cierta edad, los padres dejan de tocar y acariciar a sus hijos por miedo a promover en ellos tendencias homosexuales --o volverlos ``maricones'', que no es lo mismo. Súbitamente los pequeños dejan de tener un contacto emocional y corporal cercano con sus padres sin mediar explicación alguna. Lo mismo sucede con las hijas porque, como hemos dicho antes, la intimidad se encuentra sexualizada y no concebimos la posibilidad de tener cercanía afectiva y corporal con una persona sin que supuestamente experimentemos excitación sexual.
La ternura viril: forma de ruptura antisexista
Todas estas ideas han contribuido, a decir de Seidler, a construir una masculinidad dominante en el mundo occidental y que, con transformaciones y particularidades, se ha exportado a otras latitudes, incluido nuestro país. Caben, sin embargo, algunas preguntas.
Por ejemplo, la masculinidad de los hombres blancos europeos se encuentra marcada por un acentuado individualismo que en México no tiene la misma magnitud debido a la antiquísima tradición de identidad comunitaria tanto de las culturas indígenas como de la Contra-Reforma española. ¿Hasta dónde, se pregunta Seidler, la posibilidad de los hombres de entrar en contacto con su cuerpo, y por lo tanto con sus emociones, se encuentra dificultada por este ser-con-el-otro y con el grupo social? ¿Qué matices introduce la etnicidad en las masculinidades de nuestro país? ¿Cuál es el impacto de la modernidad en las concepciones tradicionales y religiosas acerca de ser hombre?
Lo que queda claro es que la sexualidad de los hombres ha sido construida como algo ajeno a ellos que requiere satisfacción inmediata o control férreo, cuando en realidad está ligada a una vivencia amenazante de su cuerpo y de sus emociones, los cuales están sexualizados de antemano, sin atender a las infinitas posibilidades de la experiencia humana.
Seidler propone los grupos de reflexión de hombres como una poderosa herramienta para la lucha contra la desigualdad de género, pues el trabajo sobre los malestares de la masculinidad llevaría necesariamente a una revisión de la relación de los hombres con las mujeres desde sus propias inquietudes y dificultades. Muchos hombres desean aceptar y enriquecer su vida emocional, pero para ello requieren el apoyo de otros hombres a fin de no sentirse aislados dentro de una cultura que juzga duramente el afecto y la cercanía viril.
Profesoras investigadoras del departamento de Educación y Comunicación de la UAM-Xochimilco.
1 Seidler, Víctor, 1987. Reason, desire and male sexuality. En: Caplan, Pat (Ed.). The cultural construction of sexuality. Routledge, London/New York.
----, 1995. Los hombres heterosexuales y su vida emocional. En: Debate feminista. Año 6, Vol. 11, Abril.
----, 1997. Man enough. Embodying masculinities. Sage, Thousand Oaks.