Manuel Vázquez Montalbán
Crimen de Estado y soberanía
Cuando hace más de un año, el juez español Garzón encausó a los militares argentinos implicados en la guerra sucia como presuntos responsables de la desaparición de un puñado de ciudadanos españoles, un sector de la sociedad argentina se rasgó las vestiduras por lo que consideraban una injerencia en la soberanía nacional y el gobierno español puso cara de póker, es decir, más cara de póker que de costumbre. Curioso asunto el de la soberanía nacional. En tiempos en que la economía te la dictan desde el Fondo Monetario Internacional y la estrategia militar desde el Departamento de Estado o desde el Pentágono, los Estados capataces del orden internacional reclaman la soberanía nacional para cubrir con un manto la violación de derechos humanos. No es una comprobación baladí. La función actual del Estado-nación en un mundo globalizado es la de jefatura regional de policía para controlar a los nativos en su rincón del universo.
Es posible que no falten voces críticas por tan escasa dosis de soberanía, pero algo es algo. Sería terrible que el Estado regional ni siquiera estuviera en condiciones de reprimir, torturar, hacer desaparecer a sus súbditos. Sería inconcebible que no se reservara esta parcela de soberanía, abdicando incluso del monopolio de la violencia, reducido al menor menester de cualquier fiesta de la banderita o a conservar cuatro secretos de Estado de poca monta. Por eso me temo que la decisión del juez Garzón de meter en la cárcel a un militar argentino que no sólo se ha reconocido corresponsable del genocidio, sino que incluso ha venido a Madrid a ratificar ante el juez su responsabilidad, puede inquietar excesivamente a los partidarios de la soberanía nacional de la tortura y la guerra sucia. Indultados en su país porque pusieron las pistolas encima de las mesas de los poderes político y judicial, ahora corren el peligro de no poder salir de sus fronteras nacionales porque estarían bajo orden de busqueda y captura universal. Franco padeció en vida la dificultad de viajar más allá de Portugal porque se exponía a que lo cubrieran de tomates y huevos podridos, pero lo de los torturadores nacionalmente soberanos es más expuesto.
Casi en coincidencia con los progresos de la requisitoria de Garzón, aparece mi novela sobre el asunto, Quinteto de Buenos Aires, y el significativo testimonio de una abuela argentina, de origen catalán, Matilde Artes Company, autora de Crónica de una desaparición, espeluznante narración de la desaparición de su hija y yerno, y de la recuperación de la nieta secuestrada por los militares. Precisamente presenté el libro de Matilde en Madrid la noche en que Garzón metía en chirona al militar arrepentido, fase inevitable de su procedimiento de indagación. Los argentinos presentes en la sala, relacionados por amistad con Matilde o por vivencia directa de la represión militar, estaban satisfechos porque la indagación de Garzón salvaba la memoria de la infamia de la conspiración del demonio del olvido.
Curioso que el mismo empeño en borrar la memoria histórica se ponga en impedir el sueño de un orden futuro diferente, en el que el concepto de soberanía nacional pudiera ser sustituido por el de auténtica soberanía popular. Pero ojo con las palabras. De momento no hay que desmesurar su relación con la realidad y asumamos la soberanía nacional como una prueba de que el doble lenguaje es ya casi lo único que nos permite seguir teniendo ideas y lenguaje