José Agustín Ortiz Pinchetti
Señales promisorias

LMC, historiador y analista político, en su artículo de los jueves ha escrito: ``Todas las transiciones a la democracia que han tenido lugar en el último cuarto de siglo, incluso las que han corrido con mejor suerte, no fueron procesos ordenados y bien planeados desde el inicio, aunque ex post facto así pudieran verse, sino auténticas aventuras sin posibilidad de determinar de antemano el resultado''. (Como este comentario me parece sensato y su autor se ha referido a mí algunas veces con benevolencia, y como no quiero que mis enemigos me acusen de estar en ``asociación de elogios mutuos'', me refiero a él sólo con sus iniciales.) Es cierto, no podemos estar seguros del desenlace de nuestra transición. Es una aventura con alternativas constantes. Los comentaristas pasamos a veces sin mucha transición del optimismo al catastrofismo. Esto no es inconsistencia, es un ejemplo de sinceridad y signo de estos tiempos en que lo insólito se vuelve frecuente. Lo desusado, corriente. Lo extraordinario, trivial. Así, la semana pasada escribí un artículo con gesto adusto y hoy me siento reanimado. (Y no es nada que pase dentro de mí sino afuera, en los acontecimientos políticos.)

Para empezar veo que se van consolidando ciertos acuerdos implícitos indispensables para la reforma política y para una política económica estable y transexenal. Ninguno de los partidos presenta soluciones extremas a los problemas de México. Todos parecen tener una afinidad fundamental. Pretenden cambios pero sin rupturas mayores. Los conservadores reconocen la necesidad de cambios profundos en la organización social y económica, particularmente en la redistribución del ingreso. La izquierda se ha alejado de las propuestas del capitalismo de Estado. No hay ninguna voz importante entre ellos que pida la abolición del mercado abierto y su sustitución por una economía planificada. Incluso los que defienden una intervención estatal la proponen en términos moderados. Nadie de modo público defiende hoy el sometimiento de México a las potencias extranjeras, ni hacen defensa de la concentración del ingreso o de la estructura monopólica y oligopólica vigente. Los acuerdos fundamentales que hacen posible la aternancia de los países democráticos se están dando en México por primera vez en nuestra historia.

En el plano político se produce el mismo fenómeno. Todos los partidos y los grupos que luchan abiertamente por el poder están a favor de una reforma profunda. De la reorganización de los equilibrios y contrapesos de los poderes; del acotamiento del poder presidencial sin mutilarle los atributos necesarios, de un nuevo pacto federal que favorezca a los estados y a los municipios, en fin, de un sistema de exigibilidad y rendición de cuentas realmente eficaz. Es cierto, los enemigos de estos cambios son poderosos, pero están embozados o se exhiben en gestos de desesperación como el señor Manuel Bartlett que reclama ahora ser abanderado de la lucha contra el neoliberalismo, cuando fue nada menos que el responsable político y el secretario de Educación de dos gobiernos neoliberales y cuando propició o toleró la expulsión de la Corriente Democrática, última defensora dentro del PRI del nacionalismo revolucionario y cuando ordenó o toleró que se cayera al sistema de cómputo electoral en la inolvidable y fatídica noche del 6 de julio de 1988.

Otro signo promisorio es el surgimiento de personalidades moderadas y afines. Estoy seguro de que Felipe Calderón (PAN) y Andrés Manuel López Obrador (PRD) tienen severas contradicciones ideológicas y de estilo, pero comparten una mística de servicio que tiene la misma raíz. También llama la atención el tono cordial de las imágenes propiciadas por Ernesto Zedillo al recibir el mismo día y casi a la misma hora a Felipe Calderón y a Cuauhtémoc Cárdenas, quienes se tropezaron en la puerta del despacho presidencial. Nadie puede saber y todos adivinar de qué hablaron el Presidente (quien usaba una fórmula de bajo relieve que puede ser eficaz) y sus huéspedes. Seguramente trataron sobre la transición, tanto federal como local, y en ambas es probable que se perfilen buenos acuerdos.

Otro buen síntoma: los progresos que va teniendo la creación de una mesa bicameral para la reforma del Estado promovida por el G.4 (PAN, PRD, PVE, y PT), que incluye también como figura central al PRI.

Algunos caricaturistas y opinadores ven en estos avances daños políticos a PML. Este personaje ha realizado verdaderas proezas parlamentarias y ha desencadenado una presión que fue debilitando progresivamente las resistencias priístas y que colocó las cosas a nivel de hacer viable la reforma, produjo un efecto cultural y psicológico por el cual el PRI y los demás partidos se colocaron por primera vez en un plano de igualdad.

Pero LM, el comentarista, tiene razón; en la transición política mexicana la moneda sigue en el aire y el hecho de que la democracia política llegara a imponerse no quiere decir que inevitablemente se consolide la democracia social. Yo añadiría, recordando al doctor Salvador Nava: el reloj político tiene sus horas contadas. Los tiempos de la reforma son cada vez más breves. No pasará mucho tiempo en que los partidos preparen sus armas para pelear por la Presidencia de la República. Si para el momento en que se desencadene esta pugna no está terminada la reforma del Estado, la transición se habrá frustrado o desviado gravemente.