En los años sesenta y setenta Joaquín Díez Canedo, fundador de la editorial Joaquín Mortiz, contribuyó como nadie a la renovación de nuestras letras. Ahí vieron la luz libros decisivos de Monterroso, Rossi, Elizondo, Agustín, García Ponce, Ibargüengoitia, Segovia, Garibay, García Terrés, Leñero y muchos otros. Su generosidad y su olfato para reconocer desconocidos de calidad, lo convirtieron en el editor de literatura en México. El deseo de aparecer bajo el sello de Mortiz saturó de manuscritos las oficinas en la esquina de Mérida y Tabasco. ``Si usted tiene prisa, no se quede aquí'', le decía el editor a los autores ansiosos. El caso más dramático de espera fue el del novelista colombiano îscar Collazos, quien presentó un título muy apropiado para las dilaciones de la editorial: Los días de la paciencia. En honor a este nombre, el libro tardó siete años en salir. Díez Canedo no dejaba de hacer comentarios sobre los textos que recibía. Su estrategia verbal fue insuperable: dijo verdades duras sin dejar de sonreír y, sobre todo, sin sacarse la pipa de la boca. Su idea del mercado era más bien romántica: prefería editar que vender. Cuando Los periodistas, de Vicente Leñero, se convirtió en un bestseller lucía desesperado: ``tengo que usar todo el papel en reeditar un mismo libro; no puedo sacar nada nuevo''. Con los jóvenes autores era afectuoso en extremo pero no dejaba de alertar sobre los riesgos del camino. Su primer pago de regalías consistía en una invitación a un restorán gallego y en un billete de lotería: ``te puede ir mejor con esto que con tu libro''. Había que escribir y editar por gusto, lo demás era trabajo de la suerte. Esta actitud se avino mal con los tiempos de los grandes consorcios editoriales y Díez Canedo vendió el negocio. En su oficina de la colonia Roma, Díez Canedo tenía una curiosa puerta de saloon del oeste. Por ahí uno podía atisbar a los grandes autores. Detrás de esa puerta, la literatura se convertía en libros. Joaquín Díez Canedo, retirado del mundo editorial pero no de la memoria de quienes tanto le debemos, acaba de cumplir ochenta años destapando latas de espléndido tabaco para pipa. ¡Felicidades, don Joaquín!
¿Qué hace un hombre después de ser miembro de una secta monacal? Diversos adeptos de Maharishi Mahesh pasaron de la meditación y el encierro a otras formas de la espiritualidad. Sin embargo, el pupilo John Gray decidió que al cabo de nueve años de riguroso celibato, merecía una compensación erótica. Fue a una sala de masajes y recibió una revelación que cambió su vida: ¡le gustó que lo tocaran! Así son los exagerados; necesitan años de dieta para descubrir que hasta el chayote es sabroso. Hasta aquí la historia de Gray es la de un monje vencido por el instinto básico. Lo curioso es que esto lo llevó a una vocación insospechada: el hombre que en nueve años sólo tuvo contacto íntimo con sus sandalias, decidió que disponía de todo lo necesario para ser experto en relaciones de pareja. ¡Nunca una sala de masajes ha contribuido tanto a la orientación vocacional! Hoy en día, Gray es uno de los más célebres terapeutas de Estados Unidos; su libro Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus ha vendido diez millones de ejemplares y se ha traducido a 37 idiomas. ¿Cuál es el secreto del nuevo profeta de la pareja? Su idea central es sencilla: los hombres y las mujeres son distintos. Lo interesante es que esto se traduce en tips de higiene sexual: ``La mujer necesita 30 minutos para el orgasmo y el hombre dos.'' ¿Es posible que coexistan criaturas con tal cambio de horarios? Gray dice que sí, siempre y cuando la mujer acepte una noción fundamental para sacar adelante a su familia: el quickie. ``Las mujeres exageran mucho sobre masturbar a un hombre durante dos minutos. ¡Dos minutos! Es todo lo que toma. Puede hacerle el día al tipo, puede hacerlo feliz y puede salvar tu matrimonio... Y no sólo me refiero a masturbadas. ¿Qué tal sexo oral? O tener relaciones. ¡Un quickie.!'' Así hablan los guardianes del hogar contemporáneo. ¿Y qué pasa si la mujer no admite la teoría del rapidín que tanto le gusta a los hombres? ``Es una estupidez. Es la actitud que arruina los matrimonios.'' Gray está de acuerdo con los pasajes lentos del erotismo, que incluyen leños crepitando en la chimenea y caricias que amenazan con borrar las huellas digitales. Pero eso es para las Grandes Ocasiones, algo así como el Superbowl del sexo. Lo que a él le importa es salvar matrimonios día a día, con técnicas de Mecánica Popular. ``Las necesidades superrománticas de las mujeres deben satisfacerse una vez al mes. En otras palabras, las cuotas no son iguales en el sistema solar: los hombres son de Marte y merecen invadir Venus.'' A pesar de sus metáforas planetarias, Gray es conservador y esta es una de las claves de su éxito. Para él, los ligues, el sexo en grupo, la pornografía y los intercambios de pareja pertenecen a la adolescencia o a los sueños de los años sesenta. El grado más evidente del fracaso es la masturbación, una de las formas de sublimarla es la escritura. En la soledad de un cuarto, el hombre que resiste tocarse puede convertir su excitación en palabras. Al leer a John Gray uno lamenta que no haya ido antes al salón de masajes.
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Entro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad, camino por el pasillo y veo a mi izquierda a un joven y una joven: ella, que es de no mal parecer, queda frente a mí, reclinada en el grueso vidrio; él, que es mucho más alto que ella, está de espaldas a mí y apoya su brazo en el marco de la ventana por encima de la cabeza de ella, y muy de cerca, conversan en voz baja, cuchicheantes. Ellos dos forman, desde hace más de un año, una pareja estable, están enamorados y quieren, pero les da algo de miedo, comprometer más su relación yéndose a vivir juntos. Dudan, pero los acontecimientos se han precipitado porque, pese a todas sus precauciones, ella ha quedado embarazada. Y están hablando de qué conviene hacer. Esta rápida y complicada interpretación de la pareja fue tejida por mi imaginación mientras pasaba junto a ellos pensando en otra cosa. Es decir, floreció por un momento en una zona tan lateral a mi atención que pude fácilmente no darme cuenta de que la formulaba. Así es, la imaginación esconde sus trabajos. ¿Dónde y por qué? La hipótesis improvisada en el corredor, que puede ser por entero falsa, no se presenta a la mente como hipótesis, sino se da confundida con la percepción. Y creo estar sólo viendo. Los del corredor ``parecen'' novios cuchicheantes, diríamos que tienen esa apariencia a la vista. Como si así fuera de hecho. Porque la imaginación es un dragón escondido en el imaginador. Un dragón multiforme y poderoso, pero evasivo. ¿Lo vi o lo inventé? Los límites entre percibir e imaginar no pueden trazarse porque es imposible percibir sin imaginar. No sabemos en qué pueda consistir la experiencia de una percepción sin imaginación actuante en ella. No podemos, por ejemplo, percibir un rostro sin percibirlo de cierta edad más o menos precisa. En eso tienes que estar de acuerdo. Y en la captación de la edad ya hay cierta historia, cierta interpretación. No podemos percibirlo tampoco sin captar su belleza o fealdad, ni su bondad o malicia. Esas captaciones consustanciales al acto de percibir son ya imaginativas. Interpretar es imaginar. Aquí hallamos nuevas razones para desechar las imágenes mentales como explicativas del imaginar. Estamos en casos de ejercicio imaginativo muy distintos de los que encontramos en el juego de las preguntas: ``¿Cómo te imaginas esto o lo otro?'' O de las órdenes: ``Imagínate esto o lo otro'', donde la tentación de imágenes explicativas es grande. Aquí lo actos imaginativos se engastan en lo percibido y sería estorboso, absurdo y equivocado, tratar de duplicarlos con imágenes. Yo veo la cara de Dan Dureya y la veo malvada. Imaginarlo malvado consiste en percibir su cara. Y nada más, la interpretación viaja en la vista. Ahí está todo: no percibo e imagino, no son dos operaciones separadas, se trata del mismo acto mental. Esto le concede a la imaginación inesperada importancia en nuestra vida diaria. La imaginación no es prenda rara o flor de ornato, una especie de capacidad de fantasía que a veces usamos y a veces no, o que algunos tienen y otros no. Todos la tenemos y la usamos constantemente porque sin su empleo el mundo que nos rodea sería ininteligible. Supongamos que alguien se te acerca y te pregunta por una calle. Antes de responderle, en fracciones de segundo, ya hiciste muchas conjeturas imaginativas. Primero escudriñaste a tu interlocutor y lo clasificaste. ``Joven mensajero a sueldo repartiendo invitaciones'', por ejemplo. Y podrías decir muchas cosas, porque tu conjetura imaginativa acerca de él tiene hondura; pero detengámonos en un solo aspecto que nos permita advertir la sutileza de tu operación: él te pregunta por la calle y tú de inmediato entiendes que la anda buscando y te pones en su lugar y le regalas tu experiencia de ``andar buscando una calle''. Por eso lo entiendes, porque te pones en su lugar y supones que él tiene una interioridad como la tuya. Esto es obvio. Pero obvio no quiere decir simple, y ver lo obvio puede ser muy difícil. La prueba es que grandes descubrimientos científicos acaban por parecer obviedades (por ejemplo, que la Tierra gira alrededor del Sol). Ahora, esta capacidad imaginativa de ponernos en el lugar de otro, automáticamente, sin esfuerzo, es de vital importancia. Cualquier lesión de este mecanismo tiene grandes consecuencias. Algunos neurólogos sostienen que el autismo, por ejemplo, consiste sólo en la imposibilidad de registrar que los demás tienen interioridad como la nuestra. También los asesinos en cadena tienen, según los expertos, dificultades en percibir la interioridad de sus semejantes. No pueden entender bien qué es estar vivo y qué muerto, y por eso pueden cometer crímenes que a nosotros nos horrorizan.
La guerra de la luz
El 9 de septiembre de 1967, el Apolo IV envió a la tierra, desde una altura de 9,850 millas náuticas, la primera foto de todo el planeta. Esa imagen apabullante de la esfera azul ha sido utilizada con diversos fines por ecologistas, propagandistas, artistas y comerciantes. A fuerza de verla mil veces repetida hemos perdido de vista su procedencia y significado; hemos olvidado que para poderla tomar hizo falta un inmenso aparato tecnológico. Es una coincidencia reveladora que este icono hiciera su aparición en una era particularmente introspectiva y por primera vez consciente del medio ambiente. Súbitamente podíamos vernos como nos vería un observador desde el espacio: el planeta entero parecía una sola nación de un solo color. No obstante, el ojo en el cielo que obtuvo la imagen no era en lo absoluto apolítico. Esa foto de la Tierra era un símbolo aplastante de poder. Los rusos habían ganado la primera etapa de la carrera del espacio al poner en órbita su Sputnik, pero Estados Unidos supo darle a sus triunfos una característica espectacular que finalmente se traduciría en su victoria definitiva sobre el bloque soviético. La guerra fría, contra todas las predicciones, se ganó en el terreno de las imágenes, y esta foto de la Tierra fue uno de los argumentos aplastantes. Poder ver se hizo equivalente a poder destruir. Como escribe Paul Virilio en Guerra y cine, el conflicto ruso-japonés de 1904 fue la primera ``guerra de la luz'', en la que por primera vez se utilizaron reflectores desde aviones: ``...esos rayos de luz atravesaron más que la oscuridad de la guerra; iluminaron un futuro en que la observación y la destrucción se desarrollarían al mismo ritmo''.
El rayo mortal
Una de las campañas propagandísticas más controvertidas del belicoso gobierno reaganiano, fue el famoso y célebremente inútil programa Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), mejor conocido como Guerra de las Galaxias, que pretendía crear una especie de escudo estratosférico que protegería a Estados Unidos en la eventualidad de un ataque nuclear. El programa resultó ser un fiasco diseñado para espantar rusos crédulos a un costo de muchos millones de dólares. Ahora parece estarse fraguando una estafa semejante en la forma de nada menos que un rayo láser mortal (igual que en las viejas fantasías de ciencia ficción) de varios millones de watts de energía, destinado a destruir satélites espías, naves espaciales y otras amenazas voladoras. Miracl (Mid-infrared Advanced Chemical Laser), cuyo costo es de 800 millones de dólares, es un heredero de la Guerra de las galaxias. Independientemente del efecto psicológico que puede producir en un enemigo imaginario la idea de un rayo mortal (un dedo flamígero celestial), esta arma aparece en un momento en que varios países y compañías privadas han comenzado a hacerle la competencia a Estados Unidos en el mercado de los satélites espías. Además, Miracl viene a alimentar la paranoia de una época en que la cultura está infestada de conspiraciones y visiones de extraterrestres. Lo que es seguro es que este rayo tiene el potencial de reanimar la carrera armamentista, que más que terminada tan sólo está pasando por un periodo de hibernación. El 17 de octubre pasado Miracl fue disparado contra un satélite aún en funcionamiento. Hasta ahora, el ejército estadunidense afirma que todavía están analizando los resultados.
La defensa de los 110 segundos
Otro producto de la familia de rayos láser jamesbondianos herederos del IDE, es un láser montado en la nariz de un jumbo jet destinado a destruir misiles a poco segundos de haber sido lanzados de su plataforma. Una flota de siete jumbos con un costo de 11,000 millones de dólares deberá estar en operación para el año 2008. Los principales objetivos serán los misiles Scud que hicieron famosos los iraquíes durante la guerra del golfo Pérsico. Independientemente de que esta arma tiene un futuro cinematográfico garantizado, en el mundo real todavía tiene que superar algunos inconvenientes. El primero es la turbulencia que puede debilitar o incluso refractar el haz. Supuestamente, el avión puede calcular la turbulencia entre el arma y su blanco, ajustar un espejo deformable a las condiciones atmosféricas y disparar en un periodo de 110 segundos tras el lanzamiento (el tiempo que transcurre entre los 30 segundos en que el misil termina de atravesar las nubes y los 140 segundos en que se termina el combustible de propulsión). Pero, de acuerdo con un documento que ha hecho circular el General Accounting Office en Washington (un ejemplar del cual llegó de manera anónima a las oficinas del New York Times), aunque el problema de la turbulencia sea solucionado, hay una serie de problemas potenciales que no han sido resueltos. Por ejemplo, si el misil se recubre con una capa de pintura reflejante, es posible que el haz rebote y no cause ningún daño; asimismo, si el misil gira puede distribuir el calor del haz volverlo inofensivo. Quizás en el futuro estos inconvenientes sean resueltos; mientras tanto, podemos imaginar a Harrison Ford o a Tom Cruise defendiendo la democracia planetaria desde la cabina de un jumbo y lanzando rayos fulminantes en contra de cohetes iraquíes, libios y, por supuesto, cubanos.
http://observe.ivv.nasa.gov/nasa/earht/exhibits/spy/spt_1.html
Naief Yehya
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