La Jornada Semanal, 9 de noviembre de 1997



COMO VIVIR CON PIEDRAS


John Berger


El novelista inglés John Berger ha publicado en La Jornada Semanal un radioteatro con voces, ladridos y despachos de prensa sobre Chiapas, un ensayo sobre la caída del muro de Berlín y un retrato del fotógrafo Cartier-Bresson. En esta ocasión, nos envía una singular misiva al subcomandante Marcos, dando respuesta al largo texto que el hombre de las montañas del sureste publicó en Le Monde Diplomatique.



Carta al subcomandante Marcos

Describes siete piezas de un rompecabezas que nunca pueden embonar. Cada pieza está tan cargada de realidad que pesa como granito. El rompecabezas es el producto del nuevo orden mundial impuesto por el liberalismo. Dices que la cuarta guerra mundial ha comenzado ya y que quienes compiten por apoderarse de los mercados lo devastan todo. Que el final de nuestro siglo se ha convertido en otra Era Oscura. Es cierto.

Las seis piezas del rompecabezas que has encontrado explican la oscuridad. La última, la séptima, está relacionada con los focos de resistencia que han formado o están formando los zapatistas en el sureste de México, y otros alrededor del planeta. No necesariamente con las armas; cada lucha se adapta a su terreno geográfico o social.

Quiero decir algo acerca de estos focos. Mis observaciones pueden parecer distantes pero, como dices, ``Un mundo puede contener muchos mundos, puede contener todos los mundos''.

El menos dogmático de los pensadores de nuestro siglo en lo que a la revolución se refiere fue Gramsci, ¿no es cierto? Su falta de dogmatismo provenía de una especie de paciencia. Tal paciencia nada tenía que ver con la indolencia o la complacencia. (El hecho de que su principal obra haya sido escrita en la prisión en la que los fascistas lo mantuvieron durante ocho años, hasta que entró en agonía, a la edad de 46, es prueba de su enjundia.) Esa paciencia especial provenía del sentido de una práctica que nunca terminará. Miraba muy de cerca y, a veces, dirigía las luchas políticas de su tiempo, pero nunca olvidó el trasfondo de un drama en proceso cuyo transcurso cubre una incalculable cantidad de tiempo. Quizás eso fue lo que impidió que Gramsci se convirtiera, como muchos otros, en un milenarista. Más que en promesas creía en la esperanza, y la esperanza es un asunto muy largo. Podemos escucharlo en sus propias palabras:

Si lo pensamos, advertimos que, al plantear la pregunta ``¿Qué es el hombre?'', queremos preguntar: ¿En qué puede convertirse el hombre? ¿Puede dominar su propio destino, puede hacerse a sí mismo, puede dar forma a su propia vida? Digamos entonces que el hombre es un proceso y, de manera precisa, el proceso de sus propios actos.(1)

Gramsci fue a la escuela de los seis a los doce años, en el pequeño pueblo de Ghilarza, en Cerdeña. Nació en Ales, un pueblito cercano. A los cuatro años, resbaló de los brazos de su padre y cayó al piso. Este accidente le produjo una malformación espinal que minaría su salud permanentemente. No salió de Cerdeña sino hasta los veinte años. Creo que la isla le dio o le inspiró su singular sentido del tiempo.

En el territorio que rodea Ghilarza, como en muchas partes de la isla, uno experimenta la presencia de las piedras con una enorme fuerza. Es, ante todo y sobre todo, un sitio de piedras -arriba, en los cielos-, de cuervos encapotados de gris. Toda tanca -pastizal- y toda plantación de corcho tienen por lo menos una pila de piedras, aunque es más frecuente que sean varias, y cada pila es del tamaño de un gran camión de carga. Todas estas piedras han sido recogidas y amontonadas recientemente, de manera que el suelo -aunque sea seco y pobre- pueda ser labrado. Son piedras muy grandes. La más pequeña debe pesar media tonelada. Hay rocas de granito (rojas y negras), de esquisto, de caliza y de arenisca, y una variedad de oscuras rocas volcánicas como el basalto. En algunas tancas los pedrones son largos más que redondos, de manera que han sido apilados verticalmente y la pila tiene una forma triangular, como la de un inmenso tipi(2) de piedra.

Muros sin argamasa de eternas e incontables piedras dividen las tancas, bordean los caminos de grava, sirven como corrales para las ovejas o, derrumbadas después de siglos de uso, insinúan ruinosos laberintos. También hay pequeñas pilas piramidales de piedras más pequeñas, de tamaño menor al de un puño. Hacia el poniente se alzan montañas de caliza muy antiguas.

En todas partes hay una piedra junto a otra piedra. Y aquí, en este suelo inclemente, uno advierte algo delicado: una manera de poner una piedra encima de otra que innegablemente es resultado de un acto humano, una disposición muy diferente a la del azar natural.

Y esto puede hacernos recordar que marcar un sitio con un montón de piedras era una manera de nombrar, y que probablemente fue uno de los primeros signos empleados por el hombre.

``El conocimiento es poder -escribió Gramsci-, pero la cuestión es algo más complicada que eso: sobre todo, porque no basta con conocer un juego de relaciones existentes en un momento dado como si ellas mismas fueran un sistema dado; también es necesario conocerlas genéticamente -es decir, la historia de su formación-, porque un individuo no es tan sólo una síntesis de relaciones existentes, sino también la historia de esas relaciones, es decir, un resumen de todo el pasado.''

Debido a su posición estratégica en el occidente mediterráneo, y a sus depósitos minerales -plomo, zinc, estaño, plata-, Cerdeña ha sido invadida y sus costas han sido ocupadas durante cuatro milenios. Los primeros invasores fueron los fenicios, seguidos por los cartagineses, los griegos, los romanos, los árabes, los pisanos, los españoles, la Casa de Saboya y, finalmente, por la Italia continental.

A consecuencia de ello, los sardaneses ven el mar con desagrado y desconfianza. Suelen decir que ``quienquiera que venga a través del mar es un ladrón''. No son un país de marinos ni de pescadores, sino de pastores. Siempre han buscado el refugio de los pedregosos e inaccesibles interiores de su tierra para convertirse en lo que los invasores llamaban (y llaman) ``bandoleros''. La isla no es grande (250 kilómetros de largo por 100 de ancho); sin embargo, las montañas iridiscentes, la luz del sur, la resequedad del terreno, las hondonadas, el terreno pedregoso y corrugado le brindan, cuando se le mira desde una posición ventajosa, el aspecto de un continente. Hoy día, en este continente, con sus tres y medio millones de ovejas y sus cabras, viven 35 mil pastores; cien mil, si se incluye a las familias que trabajan con ellos.

Es un país megalítico, no porque sea prehistórico -como toda tierra pobre en el mundo, tiene su propia historia, ignorada o desdeñada por la metrópolis comoÊ``salvaje''- sino porque su madre es de piedra y su alma está hecha de roca.

Sebastiano Salta (1867-1914), el poeta nacional, escribió:


Así ha sido durante seis milenios, con muchos cambios, pero con una cierta continuidad. Todavía se tañe la flauta pastoral de la mitología clásica. Dispersas en la isla quedan siete mil nuraghi -torres de piedra sin argamasa- que datan del neolítico tardío, antes de la invasión fenicia. Muchas están en un estado más o menos ruinoso. Otras se conservan intactas y pueden tener hasta doce metros de altura, ocho de diámetro, y muros de tres metros de espesor.

La vista tarda en acostumbrarse a la oscuridad que hay en su interior. La única entrada, con un arquitrabe trabajado a hachazos, es baja y estrecha; hay que agacharse para entrar. Cuando al fin logra verse en su frío interior, uno observa cómo, para lograr una bóveda interior sin argamasa, las capas de inmensa piedra tuvieron que ser puestas una encima de otra con una superposición hacia adentro, de manera que el espacio es cónico, como el de una colmena. No obstante, el cono no puede ser muy puntiagudo pues los muros necesitan soportar el peso de las enormes piedras planas que cierran el techo. Algunos nuraghi tienen dos pisos con una escalera. A diferencia de las pirámides, mil años más antiguas, estas construcciones fueron hechas para los vivos. Existen varias teorías sobre su función exacta. Lo que resulta claro es que brindaban abrigo, posiblemente muchas capas de abrigo, ya que los hombres también están hechos de muchas capas.

De manera invariable, los nuraghi eran colocados en un punto nodal en el paisaje rocoso; un punto en el que la tierra misma podía, por así decirlo, mirarlo todo; un punto desde el que podía observarse silenciosamente en toda dirección, hasta que, en la lejanía, la vigilancia se encomendaba al siguiente nuraghi. Esto indica que, entre otras cosas, tenían una función militar, defensiva. También han sido llamados ``templos del sol'', ``torres del silencio'' y, por los griegos, ``daidaleia'', en homenaje a Dédalo, el constructor del laberinto.

Una vez dentro, uno adquiere lentamente conciencia del silencio. Afuera hay zarzamoras, pequeñas y muy dulces; cactos con frutos de duras semillas que los pastores limpian de espinas y comen; setos de zarza, alambradas de púas, asfódelos como espadas cuyas empuñaduras han sido plantadas en el delgado suelo; tal vez una parvada de jilgueros. Dentro de la colmena de piedra (construida antes de las guerras troyanas), silencio. Un silencio concentrado, como puré de tomate concentrado en una lata.

Por contraste, un silencio tan amplio y difundido tiene que ser continuamente vigilado, por si acaso hay un sonido que advierta peligro. En este silencio concentrado, los sentidos tienen la impresión de que el silencio es una protección. Es así que uno cobra conciencia de la compañía de la piedra.

Los epítetos que se le han aplicado a la piedra -''inorgánica'', ``inerte'', ``sin vida'', ``ciega''- no le hacen justicia. Sobre el pueblo de Galtelli se levanta una torre de pálida caliza llamada Monte Tuttavista -la montaña que lo ve todo.

Tal vez la proverbial naturaleza de la piedra cambió cuando la prehistoria se volvió historia. Las construcciones se volvieron rectangulares. La argamasa permitió la construcción de arcos perfectos. Se estableció un orden en apariencia permanente, y con ese orden se habló de felicidad. El arte de la arquitectura cita tal conversión de muchas maneras distintas; no obstante, para la mayoría de la gente la promesa de felicidad no se cumplió, y los proverbiales reproches comenzaron: se comparó a la piedra con el pan porque no era comestible, la llamaron despiadada porque era sorda.

Antes, cuando cualquier orden cambiaba continuamente y la única promesa era aquella contenida en un refugio, en la época de los nuraghi, las piedras eran consideradas como compañeras.

Las piedras proponían otro sentido del tiempo, por medio del cual el pasado, el profundo pasado del planeta, brindaba un apoyo magro y a la vez inmenso a los actos humanos de resistencia, como si las venas de metal en la roca hubiesen dado paso a nuestras venas de sangre.

Erigir una piedra de manera que quede vertical es un acto simbólico de reconocimiento: la piedra se vuelve una presencia: un diálogo comienza. Cerca del pueblo de Macomer hay seis piedras así levantadas, con unas cuantas tallas de formas ojivales; tres de ellas, a la altura del hombro, ostentan bestias talladas que parecerían hechas como nidos de alondras. El esculpido es mínimo, no necesariamente por falta de medios, sino tal vez por elección. En aquel tiempo, una piedra erguida no representaba un compañero: lo era. Las seis capillas son de roca traquítica, que es porosa. En consecuencia, incluso bajo la luz del sol alcanzan la temperatura del cuerpo y nada más.

Anteriores a los nuraghi son los domus de janas, que son habitaciones excavadas en la piedra, hechas, se dice, para albergar a los muertos. Están hechas de granito. Es necesario arrastrarse para entrar, y adentro uno puede sentarse pero no levantarse. La cámara mide tres metros por dos. Dos avisperos vacíos se adhieren a sus muros de piedra. El silencio es menos concentrado que en el nuraghi y hay más luz, pues no se entra tan profundamente; el bolsillo está más cerca del exterior del abrigo.

Aquí, la antigüedad del lugar hecho por el hombre es palpable. No porque uno calcule -Meso-neolítico... Calcolítico...- sino debido a la relación que hay entre la roca y uno, así como al toque humano.

La superficie de granito ha sido deliberadamente pulida. No se ha dejado nada áspero y dentado. Probablemente las herramientas que se emplearon eran de obsidiana. El espacio es corpóreo, parece latir como un órgano en un cuerpo -¡un poco como la bolsa de un canguro! Y este efecto se acrecienta por los suaves restos amarillos y rojizos con que las superficies estuvieron pintadas originalmente. Las irregularidades en la forma de la cámara deben haber sido determinadas por variaciones en la formación de la roca. Pero más interesante que de dónde vinieron es a dónde se dirigen.

Tú estás en este escondite, Marcos -hay un tenue olor a vainilla que viene de la hierba allá afuera-, y en las irregularidades puedes ver los primeros esbozos que apuntan a la forma de una columna, el contorno de una pilastra o las curvas de una cúpula que bosquejan la idea de la felicidad.

Al pie de la cámara -y no hay duda sobre la manera en que deben yacer los cuerpos, ya sea vivos o muertos-, la roca es curva cóncava y en esta superficie una mano humana ha grabado, con cincel, costillas que irradian como en una concha marina.

En la entrada, que no es más alta que un perro pequeño, hay una saliente que semeja un pliegue en la cortina natural de la roca; una mano humana la limó y la redondeó, de manera que se aproximara -aunque sin alcanzarla- a la columna.

Todos los domus de janas miran hacia el oriente. A través de las entradas, desde el interior, puedes ver el amanecer.

En una carta escrita en prisión en 1931, Gramsci contó un cuento a sus dos hijos, al más joven de los cuales nunca pudo ver, a causa de su confinamiento. Un niñito se ha quedado dormido con un vaso de leche en el piso, junto a su cama. Un ratón se bebe la leche. Al despertar, el niño encuentra el vaso vacío y llora. Así que el ratón va con la cabra y le pide un poco de leche. La cabra no tiene leche, necesita pasto. El ratón va al campo, y el campo no tiene pasto porque está demasiado agostado. El ratón va al pozo y el pozo no tiene agua porque necesita una reparación. Así que el ratón va con el albañil, que no tiene las piedras necesarias. Entonces el ratón va a la montaña y la montaña no quiere saber nada, y parece un esqueleto porque ha perdido sus árboles. (Durante el siglo pasado Cerdeña fue drásticamente deforestada para proveer de durmientes de ferrocarril a la Italia continental.) A cambio de tus piedras, le dice el ratón a la montaña, el niño, cuando crezca, plantará castaños y pinos en tus laderas. La montaña accede entonces y le da las piedras. Más tarde, el niño tiene tanta leche que se baña en ella. Aún más tarde, cuando se hace hombre, planta los árboles, detiene la erosión y la tierra se vuelve fértil.

John Berger

P.D. En el pueblo de Ghilarza hay un pequeño museo dedicado a Gramsci, cerca de la escuela a la que él asistió. Hay fotos, ejemplares de libros, unas cuantas cartas. Y, en una alacena, dos piedras talladas como pesas redondas, del tamaño de toronjas. De niño, Antonio hacía ejercicios todos los días con estas piedras para fortalecer sus hombros y corregir la malformación de su espalda.

(1)Esta y las siguientes citas de Gramsci pertenecen al ensayo ``El materialismo histórico y Benedetto Croce''. [JB]

(2) Se refiere a la tienda típica de los indios pieles rojas [N. del T.].

Traducción: Rafael Vargas