Bernardo Barranco
Samuel Ruiz

El país estuvo a punto de sufrir otro asesinato de graves consecuencias, sólo equiparable al de Luis Donaldo Colosio. El atentado perpetrado contra la comitiva pastoral encabezada por don Samuel Ruiz y monseñor Raúl Vera pone de manifiesto que urge resolver el conflicto en la zona y que el Ejecutivo será, en última instancia, el responsable de un posible y violento desbordamiento de alcances insospechados para la nación. El desplegado de la Comisión Episcopal para la Paz y la Reconciliación en Chiapas, emitido el pasado 6 de noviembre, advierte claramente que el origen del atentado está en ``la no solución adecuada a los graves problemas de fondo'' y en ``la no reanudación de los diálogos de San Andrés Larráinzar'', porque se crean vacíos peligrosos que incitan a la violencia. El texto, firmado por el presidente de la CEM, es enérgico, expresa su preocupación seria y es claramente demandante de acción.

El atentado contra la hermana de don Samuel, María de la Luz Ruiz, añade un tono dramático a la tensa situación que se vive. La solidaridad se hace patente a los obispos de San Cristóbal, y en particular a Samuel Ruiz, a quien en repetidas ocasiones se le ha intentado deslegitimar no sólo en los ámbitos políticos sino dentro de la Iglesia y de sectores conservadores que no quieren y no pueden comprender la compleja labor de defender los derechos indígenas. Recordamos al obispo Samuel Ruiz durante la visita del Papa a Mérida en agosto 1993, advirtiendo la explosividad chiapaneca, actitud que fue criticada como de ``exhibicionismo pastoral''. En octubre de 1993 el conflicto entre Samuel Ruiz y el nuncio Prigione auguraba el inicio del fin de la trayectoria del obispo de San Cristóbal de las Casas. Sin embargo, el alzamiento del EZLN en enero de 1994 propició un giro espectacular en su vida: la labor mediadora situó a Samuel Ruiz como un actor político de primer reparto. Se convirtió en uno de los principales personajes políticos del funesto año 1994. Paradójicamente, la función política y secular de mediación que representa Samuel Ruiz frena la ejecutoria vaticana que venía en su contra y, aunque resulte paradójico, su futuro inmediato dependió más de la evolución del conflicto chiapaneco que de las resoluciones eclesiásticas. Este hecho propició que se ahondaran las fisuras en la jerarquía católica mexicana. La figura del nuncio inició su desgaste ante la opinión pública y el propio clero; sin embargo, se levantó un amplio movimiento nacional e internacional de solidaridad que revirtió la decisión vaticana.

A raíz del levantamiento armado en Chiapas, numerosos medios de comunicación, personajes políticos, religiosos (recordemos también a monseñor Javier Lozano) y un número importante de intelectuales, se apresuraron a señalar a Samuel Ruiz y a la teología de la liberación como principales causantes de la insurrección. El tiempo ha ido colocando cada pieza en su lugar y ha puesto de manifiesto que el conflicto chiapaneco es más complejo que las ambiciones o querellas religiosas de cualquiera; que el conflicto en el fondo es de México consigo mismo; y resalta una vez más el alto grado de desconocimiento que la mayoría de los mexicanos tenemos sobre las condiciones concretas y aspiraciones de los indígenas, así como de la misma realidad de Chiapas.

Los detractores de Samuel Ruiz tienen dificultades para juzgar su labor, porque éste ha mostrado consistencia en sus opciones durante cerca de 40 años de labor pastoral y porque es difícil en este país plagado de hipocresía, cuestionar la defensa y promoción de los indígenas. Viene a nuestra memoria cómo los ``auténticos'' coletos, los ganaderos, Luis Pazos y el propico Vaticano con rudeza reprocharon a Samuel Ruiz que la opción pastoral asumida por él, además de ser ``excluyente'' estaba inspirada en viejas fórmulas marxistas, y que el avance de las sectas en la región era una contundente prueba de ineficacia religiosa.

Desde hace décadas, el actual obispo de San Cristóbal ha estado no sólo en el vértice de un conflicto sino que se sitúa en el ojo de dos huracanes: el eclesiástico, es decir la persecución contra la teología de la liberación, y el político-social. A raíz del levantamiento se ha presentado un lento y progresivo reconocimiento, por parte de los obispos mexicanos, de su labor. Sin duda, monseñor Raúl Vera ha jugado un papel relevante como un tercero, colocado en la zona por el Vaticano, que no tarda en expresar su simpatía no sólo por el obispo sino por la opción indigenista. Quizá los prelados detectaron que, más allá de las ideologías teológicas, en la zona y en el país impera la complejidad indígena.