La noticia no puede ser más alentadora para quienes habitan el Valle de México y exigen un ambiente sano y mejor calidad de vida: a partir del año próximo, y en los seis siguientes, se plantarán en lo que fuera la región más transparente 150 millones de árboles. Se trata del mayor programa de reforestación en el mundo para combatir la contaminación. En esa tarea se invertirán 115 millones de dólares, obtenidos de algunas instituciones japonesas en condiciones mucho más favorables de las que ofrece, por ejemplo, el Banco Mundial.
La zona en que se efectuará la reforestación está poco poblada todavía, el sur, pero sufre los efectos de una nube de contaminantes procedentes del centro y norte de la ciudad. Los árboles absorberán el monóxido de carbono a través de su proceso de fotosíntesis que libera oxígeno. Según estudios efectuados en Estados Unidos, los árboles sembrados en una hectárea pueden dar cuenta, en promedio, de 250 kilogramos de carbono. El vivero donde se obtendrán los 150 millones de árboles se encuentra ubicado en Xochimilco y es uno de los más grandes del planeta. Las primeras semillas están ahora germinando a fin de tener inicialmente 9 millones de árboles y trasplantarlos en 1998. Pero al llegar el nuevo milenio serán 30 millones al año los que estarán listos para sembrarse.
Debemos congratularnos de este enorme esfuerzo en bien de todos. Pero no de saber que en nuestro país ninguna institución privada satisfizo las exigencias técnicas del proyecto mencionado. Estará a cargo de una empresa estadunidense, la International Forest Company, con sede en Alabama, habida cuenta su experiencia en producir, seleccionar y plantar semillas y en reforestar. Lo anterior pone de relieve las enormes lagunas que el país tiene en el campo de la investigación y el desarrollo tecnológico forestal. Pensábamos que había ya la masa crítica y los apoyos necesarios para enfrentar y resolver los numerosos problemas que en dicho campo se arrastran en las zonas rurales y en las urbes; que así como el gobierno fue campeón indiscutible en la tarea de desmontar inmisericordemente millones de hectáreas en el trópico húmedo y en las zonas templadas y frías, arrepentido de sus crímenes contra la naturaleza, apoyaba ahora decididamente las tareas para revertir, en parte, los daños ocasionados. Y, en el caso del Valle de México, hacer más tolerables las condiciones de vida de millones de personas que cuentan con promedios mínimos de áreas verdes. Que la iniciativa privada, beneficiaria durante décadas de la destrucción del bosque, había aprendido a hacer un uso racional, sostenido, de una riqueza que garantiza muchas otras, como el agua, vitales para la vida sobre la tierra. Parece no ser así.
Quizás lo anterior explique también por qué se frustran tantos esfuerzos para reforestar; por qué en muchas ocasiones se seleccionan las especies menos adecuadas; por qué de los árboles que se plantan sobreviven unos cuantos.
Concediendo que la experimentada International Forest Company cumpla su tarea y millones de arbolitos cubran de verde el vivero de Xochimilco, cabe preguntar si las autoridades de la ciudad tienen la estrategia para que, una vez plantados en diversas zonas, se garantice su crecimiento. Y no, como ha ocurrido antes, sean destruidos por la acción del hombre, el pastoreo indiscriminado, las plagas o la falta de agua. La experiencia muestra que, sin el apoyo ciudadano, la reforestación se convierte en fracaso. Ojalá ahora no sea así.