Juan Arturo Brennan
Un par de buenas noticias

Dentro de unos días, esta espeluznante ciudad tendrá, en buena hora, gobierno nuevo y elegido a fuerza de votos. No han faltado, entre las mil y una discusiones al respecto, los debates en torno de la posible política cultural (y por extensión, musical) que pudiera surgir de la nueva administración. Si a ello se suma el hecho de que al interior de algunas de las orquestas chilangas se han generado tensiones e inercias que parecieran estar al borde de un ataque de nervios, no es descabellado aventurar que se avecina, quizá, una ronda más del gustado juego de las sillas musicales en los podios orquestales del DF y anexas. Los codazos están fuertes y la caballada flaca, y hay aquí y allá síntomas de parálisis pre-hueso. En medio de esta revoltura, sazonada con programaciones sinfónicas que en estas últimas semanas han dejado mucho qué desear, las buenas noticias musicales han estado en otra parte. Van dos botones de muestra.

Primer botón. La Sala Carlos Chávez recibió una floja entrada para un muy buen concierto. Se presentó la Sinfonietta Ventus con un programa que incluyó, además de obras de HŠndel, Haydn y Jacob, los estrenos mundiales de tres obras mexicanas encargadas por este octeto de alientos; lo cierto es que el resultado musical merecía una asistencia mayor. El Octeto de Mario Lavista es una secuela lógica de sus Cinco danzas breves (1994) para quinteto. Hay en la nueva obra un trabajo polifónico muy depurado y detallista, un ámbito sonoro con las habituales referencias a las polifonías de otros tiempos, los acordes e intervalos favoritos del compositor, y un movimiento central que, como en el caso de su reciente Danza isorrítmica (1996) para percusiones, le permite desatar una propuesta motriz que no es típica en su producción. A su vez, la pieza OKTKT, de Eugenio Toussaint, se caracteriza por la extroversión de sus esquemas rítmicos y por una creciente depuración de su lenguaje armónico, que sin negar la cruz de su parroquia jazzística, tiende con frecuencia cada vez mayor a una abstracción sólida y convincente.

Se estrenó también esa noche, de Samuel Zyman, la Fantasía sobre un tema original de Erik Zyman. Sobre un sencillo tema (con peculiares toques modales) urdido por su muy joven y talentoso hijo, Zyman construye un discurso sonoro habitado por el espíritu neorromántico que le es propio y por su tradicional eficiencia formal. Dada la dotación instrumental, no es extraño escuchar aquí reminiscencias, tanto armónicas como melódicas, de su Quinteto para alientos, cuerdas y piano (1987). En tres estilos y lenguajes plenamente distintos, las tres obras estrenadas dieron fe de un sólido oficio y de una gran claridad de ideas por parte de Lavista, Toussaint y Zyman. La Sinfonietta Ventus demostró ser un octeto de alientos muy compacto y disciplinado, de gran amplitud en sus matices sonoros y de mucha intuición en cuestiones de ritmo, fraseo y articulación.

Segundo botón. Pocos días después, el Auditorio Blas Galindo del CNA recibió por tres noches consecutivas la singular presencia de Gerhart Muench (1907-1988), cuya música habitó cálidamente tres conciertos dedicados a conmemorar los 90 años de su nacimiento. El primero, para dotaciones diversas de cámara; el segundo, música para piano a cargo de Rodolfo Ponce Montero; el tercero, música orquestal con la Sinfonietta de las Américas. Vale la pena destacar el impacto especial de algunas obras como Labyrinthus Orphei, el Concierto de invierno para piano solo, el ambicioso y bien logrado Concierto para violín (muy bien ejecutado por Carlos Egry), así como dos obras orquestales, Muerte sin fin y Sortilegios que, separadas por 20 años, demuestran la asombrosa evolución de Muench como compositor y su capacidad camaleónica para ser alternativamente romántico, moderno, elocuente, hermético, efusivo, contemplativo, diabólico y etéreo. Ponce Montero reafirmó en su recital pianístico el compromiso antiguo que tiene con Muench y su música, y logró momentos muy destacados en sus interpretaciones a la Kreisleriana nova y al lúdico Juego de dados.

Muy buenas, también, fueron las intervenciones del pianista Alberto Cruzprieto, particularmente en Oposiciones, pieza concertante de una dificultad mayúscula y que fue muy bien preparada. Bajo la sobria y atenta dirección de Juan Trigos, los ensambles de cámara y la Sinfonietta de las Américas dieron un brillo particular a las obras de Muench, dejando claro que cuando los grupos musicales se conforman estrictamente en razón de los méritos de sus integrantes, y funcionan bajo parámetros lejanos a las burocracias, la calidad de las ejecuciones aumenta notablemente. Colofón importante: dado el contenido de estos conciertos, la asistencia al Blas Galindo fue muy satisfactoria; quizá, como dice Mario Lavista, ya se acerca el tiempo de Gerhart Muench.