En lo más profundo del Golfo de México hay enormes yacimientos petrolíferos inexplorados que elevarían en mucho las reservas del país. Ya se conocen dos grandes campos de hidrocarburos con límites aún indefinidos y cuya eventual explotación podría crear litigios territoriales entre México y Estados Unidos, los dos países cuyo mar patrimonial colinda con la zona en cuestión y son potenciales poseedores de esa importante riqueza. Incluso, existen ya empresas petroleras estadunidenses --como la Reading and Bates Corporation-- que, con inversiones que alcanzan decenas de millones de dólares, se preparan a perforar el suelo a 11 mil metros bajo el nivel del mar y han dispuesto la construcción de barcos e instrumentos adecuados para este trabajo en aguas profundas.
Por lo tanto, resulta oportuno y conveniente adoptar las precauciones del caso y delimitar claramente la soberanía de cada nación sobre los posibles yacimientos submarinos en el Golfo de México, las aguas territoriales y patrimoniales respectivas, así como para la explotación de todos los recursos --el petróleo y los nódulos metálicos entre ellos-- de ese fondo marino, independientemente de que nuestro país pueda o no explotarlos con las tecnologías y los recursos actuales.
Esta tarea es especialmente importante si se tiene en cuenta que antes de mediados del próximo siglo habrá una gran escasez de hidrocarburos --esenciales no sólo para el transporte, sino también para la industria y toda la vida moderna-- y que, por lo tanto, además de su valor económico, los yacimientos petrolíferos que se pudieran descubrir y explotar tienen una enorme importancia estratégica a escala regional y mundial. En este sentido, cabe recordar como precedente el conflicto entre Irak y Kuwait que, además de otras razones, fue resultado de la indefinición de la frontera por razones históricas y del hecho de que ésta dividía un enorme yacimiento que ambos países explotaban, que podía ser vaciado desde un solo lado de los límites, dañando al copropietario del mismo.
Aunque resulta impensable que la falta de un trazado claro de los límites entre México y Estados Unidos en la zona del Golfo de México donde se han detectado yacimientos de petroleo dé lugar a una situación como la que enfrentó a Irak y Kuwait, lo cierto es que es indispensable definir claramente la soberanía de cada país sobre el suelo submarino en cuestión y, en caso de que los mantos petrolíferos sean compartidos por México y Estados Unidos, se fijen los tratados y las normas para que su explotación no sea causa de conflictos binacionales.
Al realizar las negociaciones necesarias para alcanzar el fin arriba señalado, el gobierno mexicano deberá hacer respetar en todo momento, y de manera imperativa, la soberanía nacional, sin otorgar concesiones que puedan resultar lesivas para la integridad territorial y la riqueza petrolera de la nación.
El petróleo, para México, es mucho más que una fuente energética y de captación de divisas por concepto de exportaciones: es, sobre todo, un símbolo y un instrumento de la soberanía nacional. Por ello, es necesario que la diplomacia mexicana --representada actualmente en Estados Unidos por quien fue titular de Energía hasta hace algunas semanas-- y Pemex asuman la tarea de aclarar, cuanto antes, todo lo que posteriormente podría crear conflictos y, al mismo tiempo, de tranquilizar e informar a cabalidad a la opinión pública sobre el futuro y la integridad del petróleo nacional que, durante muchos años, se identificará con nuestro futuro como nación soberana e independiente.