El tío Carlos, ausente en la boda de la hija de Adriana Salinas
Juan Manuel Venegas Ť ``¿Podría haber felicidad más completa?'' Esta noche, la del sábado, para Adriana Salinas de Gortari, no.
Su hija mayor, Claudia Ruiz Massieu-Salinas de Gortari, contrajo nupcias con Francisco Guillermo Ricalde Alarcón. Adriana tuvo el cuidado de que todo luciera esplendoroso en la parroquia de San Juan Bautista, en el centro de Coyoacán.
Su padre, don Raúl Salinas Lozano, ofreció su residencia en Arbol del Fuego para la recepción. Fortalecido, superadas las crisis de salud que lo aquejaron sobre todo el año pasado, él sería el anfitrión en la boda de su nieta.
De impecable smoking, el jefe del clan Salinas no deja de sonreír. Erguida su figura, aparece apenas el reloj marca las 7 de la noche para recibir a los amigos que llegaron a la ceremonia religiosa y, emotivo, se funde en un abrazo con José Juan de Olloqui, ex presidente de la Asociación Mexicana de Bancos -en los tiempos de la nacionalización bancaria- y ex embajador en Inglaterra.
-¡Mi viejo amigo... Juan, bienvenido, cómo has estado! -dice Salinas Lozano mientras abraza De Olloqui, de los primeros invitados en hacer guardia a la espera de la novia. Llegó antes de las 19 horas.
Otro que llegó temprano fue Gilberto Borja Navarrete, empresario de Ingenieros Civiles Asociados (ICA). Se le ve solo, parece no ir acompañado, aunque a los pocos minutos no le falta con quién conversar.
El grueso de los invitados empieza a concentrarse entre las 19:05 y las 19:20. El frac, el smoking, los elegantes y escotados vestidos largos -correspondiendo a la invitación que pide, exige, rigurosa etiqueta- empiezan a aparecer. La noche es fría y propicia para lucir por igual los abrigos.
Llega el líder de la CTM, Leonardo Rodríguez Alcaine. Serio, fruncido el seño, parece no sonreír cuando saluda a los Salinas. Voltea y voltea a su alrededor, y como no encuentra nada que lo retenga, toma del brazo a su mujer y abre paso hacia la iglesia.
Como él, muchos no esperan y se siguen de largo hasta buscar la mejor banca-posición dentro del templo; otros, los menos, esperan afuera. Todos juntos debajo del toldo blanco y rojo que la eficiente Carolina -supervisora de los arreglos y ensayos nupciales- ordenó como antesala del edificio parroquial, construcción colonial, sede evangelizadora de principios del siglo XIX, ayer fuertemente custodiada y revisada en cada uno de sus rincones por los 20 elementos de seguridad que cuidaron de la buena marcha de la boda de Claudia Ruiz Massieu.
Por todos los pasillos y entradas se veía a esos agentes, walkie-talkie en mano, chícharos en la oreja e identificados por su distintivo en la solapa.
Discretos andan por allí los abogados de Raúl Salinas de Gortari: Eduardo Luengo, Raúl González Salas y Roberto Hernández. Amigos ya de la familia, no podían faltar, como tampoco faltó Paulina Castañón de Salinas. La ahora tía Pau que evadió los reflectores y permaneció, durante toda la misa, sentada hasta atrás de la iglesia.
También arriban el director del periódico Crónica, Pablo Hiriart; la lideresa de la CNC, Beatriz Paredes; el director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, José Luis Soberanes; el ex subdirector del INBA, Ignacio Toscano...
Y en esos momentos hacen presencia las ocho damas de compañía -para quienes lo creen: una será portadora de la felicidad, otra del bienestar, otra de la tranquilidad, una más del amor... y así hasta completar los ocho requisitos para un buen y duradero matrimonio-, y de entre ellas resalta, llama la atención, la espigadisísima Cecilia Salinas Occelli.
Todas vestidas de blanco reciben las últimas instrucciones y el pequeño ramo que las distingue como portadoras de la buena suerte y mejores deseos para Claudia. Carolina les indica cómo irán formadas, los tiempos para avanzar, de dos en dos. Les marca el ritmo a las coquetas y simpáticas jovencitas.
Adelante de ellas irá un grupo de niños -pajes y damitas- que ``dan el toque de ternura'' a estas ocasiones. Ya todo está listo. Adentro, el coro parroquial espera su oportunidad para intervenir.
Adriana se pone de acuerdo con su ex cuñado Armando Ruiz Massieu para el lugar que ellos ocuparán. A falta del padre, José Francisco, será Armando el que entregará a la novia.
El actual esposo de Adriana, Luis Yáñez de la Barreda -accionista principal de la intervenida Unión de Crédito del Valle de México-, busca su propio lugar.
Don Raúl se escabulle hacia el interior, seguido por su hijo Enrique. El otro Salinas de Gortari presente, Sergio, avanza por su propio lado.
Son las 19:25 horas; las damas, las damitas y los pajes ya están en formación. A esa hora arriba la novia en un Mercedes 600 SEL negro, placas 333GEB.
Avanza el cortejo nupcial. Los pajes van primero, las damas de la buena suerte van después... y aparece Claudia Ruiz Massieu del brazo del tío Armando. El velo que le cubre el rostro no impide observar su sonrisa, su alegría. Como dijo su mamá, ciertamente, se ve feliz, ``está guapísima''.
Ante sí, tendida una alfombra roja; a su paso, una de las damitas irá regando pétalos de rosas blancas.
Ella disfruta la marcha nupcial y despacito, muy despacito, camina hacia el altar, donde la espera el sacerdote español que oficiará la ceremonia, Miguel Carmena, y que anunciará la bendición que Juan Pablo II envió a la pareja de Claudia y Franciso Guillermo, por conducto del secretario de Estado del Vaticano, Angelo Sorano.
Al menos por la iglesia, el tan esperado tío Carlos nunca apareció...