Estados Unidos se prepara para una nueva ``operación quirúrgica'' contra Irak. El líder del Partido Republicano en el Congreso ha pedido, incluso, que la misma ``sea breve, pero decisiva'' y que conduzca a la desaparición de Saddam Hussein, situación que sin duda no estimulará a los iraquíes a buscar una vía de conciliación, y aún menos al mandatario iraquí a pensar antes que nada en los intereses de su pueblo y de los árabes en general. Gran Bretaña y España, al igual que Turquía y, posiblemente, Israel, se disponen a colaborar en una acción militar contra un país que fue ya gravemente dañado en la guerra de 1991, y que desde entonces sufre un terrible bloqueo que le ha causado cientos de miles de muertos, por hambre o por enfermedad.
Por otra parte, en el mismo momento en que Washington busca obtener el respaldo de las Naciones Unidas para su acción militar en el Golfo, el Congreso estadunidense decide negar los fondos para pagar a la ONU los mil 300 millones de dólares que le deben; pretende así que el organismo internacional simplemente ponga su sello para validar cualquier operación unilateral que decida emprender, prescindiendo de la resistencia de otros miembros permanentes del Consejo de Seguridad, como Francia, China o Rusia y, por supuesto, de la voluntad de la mayoría de los países miembros. Por añadidura, no hay proporción entre la supuesta ofensa y la agresión que se prepara, pues Irak no se opone a la existencia de una comisión de control internacional en su territorio, sino a la participación en ella de estadunidenses -a los que ha obligado a retirarse de Bagdad acusándolos de secundar la preparación de un ataque contra su territorio-, y pide además que los sobrevuelos de observación estén a cargo de aeronaves de otros países, y no de Estados Unidos.
La sola amenaza de guerra ha suprimido ya la venta cotidiana de millones de barriles de petróleo iraquí, y ha hecho subir los precios. Esto favorece en especial a Arabia Saudita, principal productor en la zona, y a las compañías petroleras estadunidenses que se abastecen a precio fijo en México y lucran a escala mundial con el hidrocarburo del Golfo. Este encarecimiento presiona al mismo tiempo a los competidores de Estados Unidos, tanto europeos como japoneses, pues en invierno aumentan las necesidades de importación debido a los fríos y, por lo tanto, aumentarán las facturas en el rubro de combustibles. Es significativo que Estados Unidos, que con la guerra del Golfo se aseguró prácticamente el control mundial de este recurso estratégico no renovable, reaccione ahora con tal violencia frente a Irak en el momento mismo en que los acuerdos fronterizos entre Rusia y China permitirán en un futuro no muy lejano explotar el gas y el petróleo de Siberia, y darán también a Japón la posibilidad de encontrar una fuente de combustible alterna a la del Golfo Pérsico. También cabe destacar el uso estratégico de su política exterior por parte de Washington, que da pasos para asegurar la futura explotación del que sería el cuarto yacimiento petrolero mundial, localizado en el suelo submarino del Golfo de México, preparándose así para las próximas décadas de escasez de este recursos vital para su economía.
No hay razón que justifique las represalias militares de Estados Unidos y sus aliados contra un país débil y empobrecido como Irak, en nombre de los intereses de las grandes compañías petroleras y de la competencia entre las potencias. La paz, por lo tanto, debe ser defendida por la comunidad internacional para que no impere nuevamente, en vez de la convivencia armónica y respetuosa entre las naciones, la violencia del más fuerte.