Angeles González Gamio
Los ilotas y las mujeres

Los ilotas, las mujeres y los esclavos periecos no disfrutaban de las garantías que incluían a los derechos humanos en las avanzadas legislaciones griegas y romanas, ya que no eran considerados ciudadanos. Esta situación prevaleció hasta la Edad Media, en la que los esclavos se emanciparon, convirtiéndose en siervos.

A partir de esa época, en algunos lugares como Francia e Inglaterra se emitieron leyes que contemplaban por vez primera una serie de derechos, como la libertad religiosa, la libertad personal y la propiedad individual. En 1776 el estado norteamericano de Virginia fue pionero en proclamar la Declaración de Derechos, constitución que contenía un catálogo específico de los derechos humanos. Tres años más tarde los franceses elaboraron uno de los documentos más significativos de todos los tiempos: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que fue modelo para muchas en el mundo, incluyendo nuestro país.

En 1857 el Congreso Constituyente hizo suya la filosofía política del liberalismo, dando lugar a que un reducido grupo de hombres lucharan para que en la Constitución se regulasen los aspectos sociales. Buen ejemplo de ello fueron Ignacio Ramírez el Nigromante, Ponciano Arriaga y José María del Castillo Velazco. El logro pleno de estas ideas se alcanzó en la Carta Magna de 1917, enriquecida a su vez en 1960 con la incorporación de la Declaración de Derechos Laborales para los Trabajadores al Servicio del Estado y, como corolario, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, aprobado por la Asamblea de las Naciones Unidas y ratificado por nuestro país.

Para defender esos derechos esenciales del hombre --que frecuentemente no se encuentran más que en el papel--, nació en Suecia, en 1809, la figura del Ombudsman, como un órgano representante del pueblo, para proteger los derechos generales o individuales de la gente y vigilar el cumplimiento de las leyes por parte de jueces y funcionarios.

En México este personaje fundamental surge en 1990, con la creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, a la que le siguen las locales en poco tiempo. En la ciudad de México nace en junio de 1993, y desde esa fecha ha jugado un papel trascendental en la vida social y política de una de las ciudades más grandes y conflictivas del mundo.

En esta sociedad tan acostumbrada al servilismo, la ``disciplina'' y el ``¿Qué horas son? Las que usted diga, señor'', la sobrevivencia del Ombudsman no es fácil, como se advierte al conocer sus requisitos: autonomía: la única verdad para él es aquella que se deriva del expediente. Tiene que ser apolítico y apartidista, con prestigio personal y de reconocida independencia y, yo añadiría, con un profundo sentido humanitario, criterio jurídico y valiente, pues frecuentemente se enfrenta a intereses muy poderosos.

Encontrar una persona con esas características es terriblemente difícil; sin embargo, para fortuna de los capitalinos se encarnó en Luis de la Barreda, quien comienza su ¡segundo! periodo de cuatro años al frente de la compleja Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, aceptado por unanimidad de todos los partidos políticos representados en nuestro flamante Congreso local.

El doctor de la Barreda ha logrado ganarse el respeto y la credibilidad de la ciudadanía, y es quizás el personaje público con más autoridad moral de la ciudad. Un oasis en el mar de mentiras y corrupción en que desgraciadamente estamos viviendo, triste época en que podemos ver en la televisión a los maleantes cometiendo sus fechorías y a los policías repartiéndose con ellos el botín.

Así cobra enorme dimensión una figura como la de nuestro Ombdusman, al grado de que el Museo de Cera de la Ciudad de México hizo su imagen en el noble material y en días pasados la presentó al público, que va a quedar impactado del notable parecido que alcanza, incluida la mirada aguda y cálida a la vez. Este museo, ubicado en la calle de Londres 6, en la colonia Juárez, ocupa una hermosa casona de principios de siglo, cuando queríamos ser franceses, ya que tiene hasta su manzarda, ese techo inclinado para la nieve --muy necesario en esta urbe. En estilo Art-Noveau, fue construida por el afamado arquitecto Antonio Rivas Mercado, autor de la Columna de la Independencia. Realmente son muchas las razones para visitarlo, además de su cercanía con uno de los restaurantes más antiguos de la ciudad: el Chalet Suizo, en Niza 37, con su ambiente alpino y su rico fondeau, sopa de cola de res y filete de ternera en salsa de langosta. El postre: enormes merengues rellenos de espumosa crema, bañados de salsa de chocolate caliente. Ideal para los fríos.