Tendrá que pasar un tiempo para que el país aprenda a procesar, con más calma, las posiciones divergentes de los nuevos actores políticos que han ido poblando el territorio de la pluralidad nacional. Pero mientras eso ocurre, por lo menos habrá que hacerse cargo del costo que le hacemos pagar a nuestras instituciones cada vez que se construye una versión sin matices, bajo la mecánica implacable del blanco o negro que, a fuerza de repetirse, acaba por convertirse en la verdad a que todos aluden.
Lo sé de cierto, pues esa fue la mecánica que se implantó alrededor de las diferencias que tuvimos hace algunas semanas los consejeros electorales del IFE, y que se parece mucho a la que aparentemente se está gestando entre legisladores e incluso entre los responsables de la administración y la impartición de justicia.
El primer paso consiste en subrayar las posiciones más extremas posibles, así sea con una sola frase, hasta encontrar la polarización automática. Acto seguido, esas posiciones se convierten en la ``verdad periodística'', que así va ocupando las notas de prensa y las reflexiones y conclusiones de los analistas; y, finalmente, las interpretaciones y las declaraciones que se van amontonando por el camino acaban por construir una verdad que ya para entonces se parece muy poco a lo que realmente se dijo y mucho menos a lo que efectivamente ocurrió. Pero la parte más perversa de esa mecánica es que mientras más aclaraciones se hacen en defensa de los matices más se profundiza la nueva verdad construida a fuerza de líneas ágata.
En el ejemplo que me atañe directamente, fueron muy pocos los que realmente se ocuparon de discutir las ta- reas que deben cumplirse en el IFE por mandato de ley, mientras que abundaron las plumas con las que se fue construyendo: 1) un bloque de consejeros que actúa a una sola voz; 2) una conspiración en contra de José Woldenberg; y 3) un proyecto político para adueñarse de toda la institución.
Todo ello con tal abundancia de notas y reflexiones -algunas francamente desgarradoras-, que al final resulta difícil convencer a nadie de lo absurdo de esas versiones, pues basta un filón de la realidad para que los testimonios directos pierdan toda su fuerza: lo fundamental es la verdad periodística que se ha construido y que acaba imponiéndose por sí misma.
Con todo y a pesar de todo, tengo para mí que en materia de opinión pública siempre valdrá más pecar por exceso que exigir el silencio. Ni modo. Pero sin renunciar, en cambio, a la defensa de los matices. Reconozco que esa insistencia puede parecer, de momento, una batalla poco fértil e inclusive ingenua e inoportuna, pues la lógica del blanco o negro pertenece a una cultura política muy arraigada, que todavía está lejos de cederle su sitio a la costumbre del debate plural, abierto y correctamente fundado que debe acompañar a la democracia, sin que nadie se desgarre las vestiduras.
Pero es preferible seguirla dando, no sólo porque no existe otro modo de ir derrotando esas versiones que prefieren polarizar a entender, y escalar diferencias antes que buscar soluciones, sino porque cualquier renuncia en ese sentido significaría una concesión a los desacuerdos y a la creación de nuevas tensiones políticas: ganancia de pescadores.
No le reprocho nada a quienes se preocupan por evitar que la nueva realidad política del país se hunda en un pantano de insultos cruzados. Le ha costado tanto y a tanta gente llegar al comienzo de este periodo de construcción democrática, que resulta por demás comprensible el afán de cuidarlo con algodones. Pero precisamente por eso le ayudamos mucho menos haciendo caso omiso de los matices y dando crédito ciego a las versiones del blanco o negro: eludiendo las cuestiones de fondo, en busca del choque de manos.
La consolidación de la democracia tiene muchas tareas por delante, y encontrar acuerdos institucionales duraderos, de modo responsable y prudente, es sin duda una de las más importantes. Pero esos acuerdos, me temo, no saldrán de la ``versión periodística'' en turno, sino del trabajo constante para encontrar los matices con los que se va forjando la vida política real.