La Jornada Semanal, 16 de noviembre de 1997
Del aluvión de comentarios y textos que despertó en Italia el Nobel a Dario Fo, hemos seleccionado un par: las opiniones favorables del imprescindible Umberto Eco, junto con un breve comentario de Carlo Bo, uno de los grandes escritores del Novecento italiano y autor del libro La herencia de Leopardi.
UMBERTO ECO ENTREVISTADO POR F. ERBANI
Profesor Eco, ¿está enterado del Premio Nobel a Dario Fo?
-Sí, y estoy contento. Fo es un querido amigo mío. Pero no es esto lo que me hace más feliz, sino el hecho de que haya sido premiado un autor que no pertenece al mundo académico tradicional.
-Un mundo académico que no lo ama...
-Seguro, y que es toda petulancia. Ni saben quién es.
-¿Qué le gusta de Fo: el Fo juglar, el Fo intelectual comprometido, el Fo hombre de teatro?
-La cosa que más me impresiona de Fo es su enorme popularidad en el extranjero, entre espectadores que nunca lo han visto en persona. Para nosotros los italianos es muy difícil separar de sus textos la fuerza de Fo como personaje teatral. Y casi siempre tendemos a pensar que sus textos funcionan sólo porque él está en la escena.
-¿Y, al revés?
-Asistí en una ocasión, en un teatro atestado de Nueva York, a un espectáculo de Fo con actores americanos. Un gran éxito.
-¿Y esto, qué quiere decir?
-Es sencillo: si un espectador extranjero aprecia a Fo sin Fo, significa que debemos mirar sus textos prescindiendo de la ejecución teatral. Quiere decir que nos equivocamos si nos dejamos condicionar por el personaje que, sin embargo, es enorme. Sus textos son relevantes en nuestra literatura. Es todo.
-Hay un pasaje entre la exposición de motivos de los académicos de Estocolmo que seguramente le gustará. Dice que Dario Fo ``emula a los juglares de la Edad Media'' porque, como ellos, fustiga al poder y restituye dignidad a los oprimidos.
-Me parece que confirma mi impresión: han premiado al Fo escritor.
-¿Pero no lo desconcierta el hecho de que, aunque escritor, Fo haya manejado materiales literarios tan variados como los de Carducci, Deledda, Pirandello, Quasimodo y Montale, y que ahora se encuentre junto a ellos en la lista de los premiados?
-No, yo no he tenido nunca estos problemas. A lo sumo, me duele por los que nunca fueron premiados, sobre todo Joyce y Borges.
-En muchos comentarios se lee la sorpresa. Se dice que el Nobel es, de todas formas, un premio para la literatura.
-Admito la sorpresa. Pero me parece muy importante este gesto de atención por parte de jurados extranjeros hacia una zona de nuestra producción literaria a la que entre nosotros no se da la suficiente atención. Y, además, tengo también otro motivo de satisfacción personal: hace un año dirigí y aprobé una tesis sobre Dario Fo y su grammelot. Ya antes lo habíamos tomado en serio.
-Alguien llega a decir que con este premio ha muerto la literatura. ¿Usted está preocupado?
-Me siento del todo tranquilo.
CARLO BO
Mientras escucho en la radio un debate en el Parlamento, oigo la noticia de que el Nobel de literatura fue asignado a Dario Fo. Me sorprendo, como creo que se han sorprendido quienes se ocupan de estas cosas, y quizás el mismo premiado. No me toca a mí dar un juicio crítico. Yo soy sólo un literato, viejo además, y sólo me queda tomar nota de la decisión de los jurados de Estocolmo, que atañe mucho más a la sociología y la historia que a la literatura. La decisión fue, de alguna manera, imprevista. Quizá me equivoque, pero el nombre de Fo no se había pronunciado, mientras se alternaban los nombres de nuestro Luzi y de un portugués que surgió al último momento.
Por cierto que la sorpresa aumenta si se piensa que el último italiano elegido y consagrado fue Montale y, respecto al teatro, Pirandello. ste también un revolucionario pero a su manera, en el sentido absoluto, un recreador del mundo interior. Con Fo estamos en el registro -por cierto, éste también sacrosanto- de las reivindicaciones y de la justicia. Es innegable que la sátira es parte de la literatura, pero ¿por qué, en su tiempo, se ignoró a Brecht? Por eso nos parece más justo decir que la definición de literatura ha cambiado y que nosotros pertenecemos, desde ese punto de vista, al antiguo orden: fuimos superados los que pensábamos en Luzi o en Julien Green o quizás en el representante de una nueva familia geográfica (criterio adoptado por el Nobel en los últimos años). No sólo ha cambiado la literatura sino también la religión, y si se piensa que el Papa comentó las canciones de Bob Dylan, uno no debería asombrarse si el Nobel premia a un actor como Dario Fo. Saltan, como se ve, las categorías, y ya no hay lugar para el juicio, en el sentido de la inteligencia y de la cultura.
Tenemos que añadir, para ser exactos, que el Nobel había ya hecho excepción a sus códigos cuando, por ejemplo, dio el premio de literatura a Churchill, pero fue una infracción de alguna manera obligada. Ahora quedamos ubicados más claramente en el ámbito de la política, aunque de parte de los vencidos. Pero ¿hasta qué punto coinciden política y literatura?, ¿valores humanos y escritura? Se me puede objetar que no es así. No obstante, se podría hacer una última observación: ¿a quién escoger entre Romain Rolland y Marcel Proust? Quiero decir que hay que distinguir la verdad política de la de la poesía, lo cual sabían bien los jueces del Nobel de antes, tan cautelosos en escoger a sus héroes de un día o de un año. Este año el criterio ha cambiado, orientado más bien a exaltar las razones sacrificadas de nuestra sociedad.
Entonces, ¿es una victoria del contenido sobre la forma, para retomar el viejo contraste de hace sesenta años?
Habría que confrontar la laudatio de Fo con las normas mismas del premio. Es cierto que el aspecto moral ha prevalecido desde siempre, como en el caso de Gide, mientras que con una patente y absurda contradicción se le negó a Paul Valéry.
Y, finalmente, una última reflexión: ¿aquellos jurados que constituyen un poder -y de cierta forma son acaudalados del mundo- creen poder esquivar el sarcasmo y la ironía de los saltimbanquis que han puesto en el altar?
El mismo Fo podría convertirse en un crítico despiadado de sus premiadores; pero estamos evidentemente bromeando. La verdad -lo repetimos- hay que buscarla en otro lado, en el giro de las cosas y en la derrota de quien se equivocó de religión; pero quien como nosotros ha creído siempre en la religión de las letras y en el primado absoluto de la poesía, no puede más que asombrarse y, sin embargo, regresar a leer a Luzi, a Green, y a todos aquellos escritores que en este siglo no llegaron nunca a Estocolmo pero que han tenido como recompensa otro premio, el de la eternidad; en este momento, los crocianos pensarán seguramente en la injusticia cometida con Benedetto Croce, y otros en la ejercida contra Ungaretti.
Pero es inútil continuar, la culpa es siempre de quien no entiende. Así como es inútil preguntarse si en Estocolmo eligieron al actor, al autor o al juglar. En la conferencia de prensa del 11 de octubre, en Milán, se cantaron hosannas para Fo, y los aplausos superaron por mucho las reticencias de los fieles de la literatura. En fin, a quien lo llamó juglar -L'Osservatore Romano-, Fo respondió: ``También Dios es un juglar.'' Se cierra así la nueva y última querelle entre antiguos y modernos.
Tampoco vale la pena sorprenderse, ya que el juego ha cambiado y han cambiado los jugadores. Todavía queda un misterio: ¿qué jurados habrán apoyado a Fo y por qué? No hay que olvidar que también los jueces más justos tienen pasiones y a veces hasta prejuicios. Por el mismo motivo nosotros, lectores, pedimos un poco de comprensión si nos obstinamos en leer a Luzi y a otros poetas como él, y desconfiamos de los escritores ``comprometidos''. Forma y contenido, no compromiso y compromiso: se trata siempre del mismo refrán. De todas formas, entre Mallarmé y Zola, me quedo siempre con el primero y pido disculpas por la equivocación, si de una equivocación se trata.