La Jornada Semanal, 16 de noviembre de 1997



CULTURA EN LA CIUDAD


(DONDE EL PENSAMIENTO UTOPICO PUEDE VOLVERSE RESIGNACION Y A LA INVERSA)


Carlos Monsiváis



Notas sobre la transición a la burocracia, a la democracia,
o a lo que sea su voluntad en la cultura capitalina


1. ¿Qué tanto puede hacer una nueva administración cultural en la ciudad de México? Revísese primero el legado priísta. El gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas hereda una deuda exorbitante, una burocracia acostumbrada a la ineficacia (lo que jamás se realiza es el motor de la continuidad), una nómina salarial que consume la mayor parte del presupuesto, y un conjunto de hábitos ya históricos que incluyen la cortesanía, la tardanza como método de conocimiento, el forcejeo con proveedores y acreedores, el clientelismo como ejercicio político primordial, la inercia como la esencia de los proyectos, y una seguridad: se tienen más problemas por lo que se hace que por lo que se deja de hacer.

A la herencia priísta no la disuelven las buenas intenciones o los discursos de energía reconstructora. A lo largo del siglo, la política cultural de la ciudad de México ha dependido en lo fundamental (y en lo secundario) de las prerrogativas del centralismo. Culturalmente hablando, México fue hasta hace poco la única ciudad del país, y hoy todavía almacena o reparte módicamente la gran mayoría de las ofertas provenientes del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, más los aportes de la UNAM, el IPN, la UAM, sectores de la sociedad civil y de la iniciativa privada (las fundaciones). En consecuencia, los gobiernos capitalinos se han desentendido del asunto (si alguna vez les interesó), y no han sido suyos en lo básico los programas editoriales, el patrocinio de las artes escénicas, los sistemas de becas, los homenajes, los proyectos internacionales, las grandes exposiciones, la difusión musical (la ciudad sólo dispone oficialmente de una orquesta de consideración), la televisión cultural, el Centro de las Artes, etcétera. Y eso ha conducido a los programas de Socicultur, la red de premios de consolación, el uso de las casas de cultura como escuelas raquíticas de enseñanza media, el auspicio de vocaciones erróneas (¡Ay, las exposiciones donde el único estímulo artístico es el coctel!), los simposios tristes sobre la identidad nacional en la era de la globalización, los homenajes a los Vecinos Distinguidos, las muestras de arte popular (mole y pozole incluidos), el desuso de los museos y las numerosas instalaciones de que sí ha dispuesto el Departamento Central para fines culturales. Esta es la tradición específica, casi irremovible.

2. La demanda cultural es, hasta ahora, gremial. Son escultores, artistas plásticos, músicos, teatristas, bailarines, académicos, quienes insisten en proyectos y cambios. No hay, por así decirlo, demanda no especializada, y en vísperas del primer gobierno electo de la ciudad, los partidos políticos no reiteran sus proyectos, si es que los tienen. A lo largo de la campaña, los planteamientos fueron mas bien pobres. El PRI sólo alcanzó a musitar lugares comunes sobre la grandeza de México (close up a las pirámides), el PAN nada dijo, tal vez por ocuparse en las reflexiones condoecológicas (qué inconsecuentes los ecologistas que prefieren salvar millones de vidas en vez de respetar la virginidad del alcantarillado), y el PRD, al menos en su programa de campaña, Una ciudad para todos, inventa un pasado heroico de la cultura gubernamental (``En los años de gloria previos a las crisis económicas de los ochenta y noventa el país contaba con una red espectacular de centros culturales''), ofrece crear la Secretaría de Cultura y el Centro de Encuentro Musical de los Jóvenes (sobre todo para rock) y bodegas de descuento de libros. Además, se compromete a multiplicar los ``jardines del arte'', a revivir el muralismo y a dar empleo ``a los combos y grupos de música tropical o rock para que toquen gratis'' en diversos escenarios. Y concluye apasionadamente: ``Una transformación cultural profunda tiene que dar forma a lo inusitado. No debe tenerse miedo a proponer actividades tales como llevar a la Compañía Nacional de îpera a La Merced u organizar el encuentro nacional de mariachis en el patio de la Facultad de Filosofía de la UNAM, por ejemplo.''

A cambio de lo anterior, muy discutible según creo, hay otras propuestas muy compartibles del proyecto perredista, en especial su crítica a la creencia neoliberal en la cultura como ``mercancía rentable''.

3. El gran escollo: una transformación cultural profunda en un periodo de tres años, con presupuestos menguados, petrificación de la desidia institucional, proyectos inconvincentes, graves confusiones teórias en lo tocante a populismo y elitismo, y mitificación de la calle. (Del programa del PRD: ``Tomar la calle y las plazas: volver a dar a la reseña cinematográfica el tono contestatario y de gran festival de cine que tuvo en el pasado, propiciando el debate entre los jóvenes con el cine como vehículo.'') De antemano, creo imposible una transformación cultural de consideración en un periodo tan breve. Y menos si el proyecto se desborda en imprecisiones y afirmaciones incumplidas. Pero sí concibo un uso revitalizador del aparato cultural que jerarquice debidamente las alternativas de desarrollo. En un primer trazo, esta sería mi jerarquización.

a) La información cultural. Si, como justamente insiste el PRD, se ha excluido a la mayoría de los beneficios culturales, el primer paso para incorporarla es la información sistemática. Si por causa de los desastres educativos y las posibilidades adquisitivas, no hay el seguimiento de las oportunidades, urge sistematizar y multiplicar la información. Hay actos, libros, exposiciones, ciclos de conferencias, obras de teatro, que podrían alcanzar a un público muy vasto, con sólo la información debida y el patrocinio de grupos y exposiciones de calidad. En más casos de los que se admite, la indiferencia sólo muestra desinformación.

b) La concentración del esfuerzo. Contrariamente a quienes exigen ahora cinco casas de cultura más por delegación, creo necesario evitar la dispersión porque, por el momento, sin recursos ni programación suficientes, lo urgente es fortalecer los ejemplos de centros culturales eficaces y al día. Hoy, un porcentaje abrumador de actos de cultura resultan terriblemente anacrónicos por surgir de reflejos condicionados y visiones congeladas. Lo nuevo, lo modernísimo o lo posmoderno, no dependen mecánicamente de lo audiovisual, pero si lo requieren, como también se precisa de un énfasis más consistente en lo literario, y el rigor deseable y posible en materia artística. Sin grandes centros de irradiación, lo cultural no se convierte en forma de vida alternativa, y sin esto, todo se disuelve en la superficialidad. Como sea, la transformación profunda exige el paso de consumidores a practicantes de la cultura, en cualquier nivel.

c) La resistencia a la burocracia. Hasta la fecha, la burocratización del aparato cultural ha sido el escollo constante y vigoroso que desbarata iniciativas generosas y ansias de renovación. ¿Quién consigue vencer al ejército de jefes y subjefes, ayudantes, ayudantes de los ayudantes, meritorios y expertos en la gran ciencia de la comunicación? De allí el riesgo de cumplir la promesa y crear la Secretaría de Cultura del DF, que por sí sola no certifica eficacia y sí anuncia grandilocuencia y burocatización. Por eso, el primer punto de la resistencia a la burocracia es el diagnóstico detallado. La ciudad de México, aunque no lo parezca, dispone de una extensísima red de casas de cultura, museos, departamentos, instalaciones, aprovechados al mínimo o ni eso por Socicultur. Se debe informar, y con prontitud, de la cuantía o de la escasez de recursos, de las posibilidades verificables de la difusión cultural del gobierno capitalino. Esto desembocaría en criterios del gasto nacional previos a cualquier Secretaría de Cultura.

d) Sólo promover lo que demanda promoción. En varios de los proyectos enviados a Cárdenas se reitera el patrocinio de lo popular, lo que en general no es necesario, por depender sustancialmente lo popular de la espontaneidad y el impulso autónomo. En cambio, a mucho de lo todavía hace veinte años considerado ``elitista'', en el sentido de inabordable, sí le convendría el apoyo. Insisto: un programa populista nada dice porque sólo reitera lo existente, la invención casi siempre lamentable de ``gustos populares'' a los que deben ajustarse las colectividades. Lo que procede, según creo, es la democratización del elitismo, o como se le diga a la multiplicación de ofrecimientos hasta ahora nada más al alcance de las minorías. Esto ya lo hacen el Canal 22 y el Canal 11, puntales de la política cultural de Estado (así el Canal 11, desde mi particular punto de vista, mantenga un lamentable programa de toros, dedicado a ensalzar como ``arte'' la tortura de seres vivos), y esta es la línea que anima al público masivo de ópera, a las muchedumbres en las exposiciones bien anunciadas, a la venta creciente de música clásica.

Democratizar el elitismo es, de acuerdo a mi perspectiva, poner al alcance de los más que se pueda lo que ya disfruta una minoría. Por supuesto, algunos de estos gustos requieren de especialización, del entrenamiento y la formación que vuelva accesibles a Hugo Wolf o Hermann Broch, a Lucien Freud o Merce Cunningham. Pero una parte inmensa de la oferta ya puede ser captada y gozada por cientos de miles que sin embargo continúan sujetos a lo que los admite al precio de cancelar su desarrollo artístico e intelectual. Si el proyecto del PRD y de Cárdenas es, como tanto se ha dicho, de inclusión, en lo cultural convendría intensificar la incorporación a lo negado brutalmente por la desigualdad, el disfrute de los clásicos en primer término.

4. Para quienes votamos por Cuauhtémoc Cárdenas y creemos que el PRD es la menos opresiva de las alternativas a nuestro alcance (no es decir mucho), hay certidumbres previas en política cultural: no habrá censura moralista o política, no se duplicarán esfuerzos (¿para qué otro canal de televisión cultural?), no se rendirá tributo a la lógica que pondera lo rentable como criterio primordial, no se le tendrá miedo a la vitalidad del rock. Hasta aquí los acuerdos indispensables. ¿Y todo lo demás? Al PRD, y muy especialmente a Cárdenas, les aguarda la marea del oportunismo con ribetes izquierdistas, la avalancha de la picaresca ataviada de representantes de la humanidad entera y sus alrededores, el delirio de los planificadores del fin del mundo, el ultimátum a coro de los radicales apocalípticos y demás dinamiteros instantáneos de las antesalas. Superado o trascendido este foso de las postrimerías, permanece el compromiso de la izquierda con el proyecto civilizatorio. Si ya agonizan las últimas seducciones priístas, si el panismo se deja representar por la incoherencia tipo Carlos Medina Plascencia, que propone ``aislar'' a seropositivos y enfermos de sida, mientras ajusta su programa cultural a las vaguedades del ``laicismo'' parroquial (ojalá Felipe Calderón desarrolle un plan más de acuerdo con los finales del siglo XX, no del siglo XIX), le toca a los sectores democráticos el apoyo lo más crítico posible a un programa cultural fundado en el humanismo, consciente de la ampliación de públicos que democratiza las conquistas del elitismo (de ningún modo una mala palabra en mi vocabulario cultural), convencido de las inmensas aportaciones de la ciencia, el arte virtual, la tecnología de punta, el video. El apoyo crítico a Cárdenas obliga a seguir de cerca una administración que de ningún modo podrá disminuir el peso de lo cultural, un aspecto ya no más relegable si en verdad se busca una ciudad para todos.