Para avanzar, nada mejor que la memoria. Tener memoria es, al mismo tiempo, saber lo que fuimos, lo que queremos y no queremos ser. No se recuerda para no olvidar, sino para no dejar de aprender. A medio camino de la transición, nuestra historia más que liberarnos, por anticipado, de errores, nos protege de arribar al mismo punto de donde salimos. ``Si los hombres conocen la historia, la historia no se repetirá'', escribía convencido Brunschvigg. El presente tiene siempre algo de pasado; por eso, a casi nueve décadas de haberse iniciado, la Revolución mexicana nos sigue enseñando a todos los mexicanos.
Cansada de escuchar sus repetidas muertes, nuestra Revolución permanece en sus promesas inalcanzadas de justicia, equidad y bienestar para todos los mexicanos. Anima los justos reclamos de compatriotas que siguen agraviados por la marginación y la pobreza.
El olvido es una forma de conjurar contra lo que fuimos, es decir, contra lo que somos. Por ello, no hay que olvidar, con Octavio Paz, que la Revolución mexicana es la primera de las grandes revoluciones del siglo XX. ``Para comprenderla cabalmente es necesario verla como parte del proceso general y que aún no termina. Como todas las revoluciones modernas, la nuestra se propuso, en primer término, liquidar el régimen feudal, transformar al país mediante la industria y la técnica, suprimir nuestra situación de dependencia económica y política y, en fin, instaurar una verdadera democracia social. En otras palabras: dar el salto que soñaron los liberales más lúcidos, consumar la Independencia y la Reforma, hacer de México una nación moderna''.
De esa revolución nació el Estado mexicano; de ella misma nació el sistema político que acabó con la violencia como forma de ``resolver'' las diferencias políticas e ideológicas y la remplazó con la política y la negociación como prácticas civilizadas y civilizadoras de superar las diferencias. Heredero de la Revolución, el PNR fue el primer paso para el remplazo de caudillos y balas por instituciones y leyes. Pero no todo han sido buenas noticias: la ruta ha tenido, con frecuencia, zanjas y retrocesos.
Ambigüedad de consecuencias históricas, que luego de siete décadas de historia política explicaría nuestro predicamento actual: la incertidumbre sobre los tiempos, ritmos, profundidades y extensiones del salto cualitativo que exige la aspiración democrática de los mexicanos.
Incertidumbre y perplejidad ante lo inédito de nuestra transición que sin embargo no justifica la opinión -más difundida que analizada- de que no hay lugar para el PRI en un sistema plenamente democrático... Ni otras más: que la prueba mayor del avance democrático no podrá ser otra que la alternancia en el poder; es decir, la derrota del Revolucionario Institucional.
Para algunos, el partido mayoritario es apenas algo más que un aparato electoral del gobierno... Parecen olvidar que la experiencia histórica del México moderno -su proyecto y sus realizaciones innegables en materia de justicia, equidad, seguridad social y salvaguarda de la soberanía- se identifica plenamente con la trayectoria del partido y con su capacidad de renovación programática, organizativa y cultural.
No podemos ignorar que el PRI vive una de sus horas más difíciles y que éste es un tiempo de definiciones. Un priísmo agraviado encara un reto crucial: transformar el obstáculo y la incógnita en salto que imagine y construya el México del futuro. Pero no tengo duda alguna, en mi partido necesitamos poner al día -con verdadero sentido de urgencia- concepciones políticas y alternativas organizativas. Debemos ser capaces de imaginar y materializar reformas estratégicas y tácticas de usos y estructuras y operar los cambios de fondo que reclaman las circunstancias.
Sabemos que la diversidad de lecturas, la confrontación de opiniones, el debate claro y abierto de los puntos de vista constituyen una de las principales riquezas de la democracia. Es necesario construir consensos, tender puentes, abrir espacios donde tengan cabida las diferencias y la crítica responsable sirva para orientar el trabajo de la política como organización de la creatividad colectiva.
La democracia, para serlo de verdad, debe ser incluyente. Me resulta imposible imaginar esta nueva etapa de la historia mexicana sin los valores políticos, sociales y culturales que represente un PRI renovado, dispuesto a asumir el cambio democrático, atento a las necesidades de una sociedad compleja como la nuestra. Para ello, más allá de las resistencias y desconfianzas que persisten, el PRI deberá desplegar grandes esfuerzos para seguir siendo un actor central, maduro, responsable, en la reforma democrática del Estado.
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