El mundo actual se caracteriza por intercambios entre los países de todo tipo: económicos, culturales, informativos, científicos y, por supuesto, religiosos. Debido a este hecho es que podemos encontrar en Inglaterra seguidores de algún culto originado en Brasil, o reginos (cuyo profeta es Antonio Velasco Piña, quien ha tejido una curiosa explicación sobre el 68 mexicano) en diversos países de Europa. De la misma forma que grupos religiosos nacidos en Asia, como los moonies, tienen miles de adeptos en prácticamente todas las naciones de América Latina.
Por lo anterior se hace necesario analizar detenidamente las implicaciones socioculturales de los intercambios que en el terreno religioso acontecen a nivel global. Ya parece que va de salida, de manera definitiva, la interpretación que veía toda llegada de algún credo a un país determinado como consecuencia de afanes intervencionistas o mediatizadores de las naciones poderosas. Esta hermenéutica concluía que, por citar la muestra más socorrida, el gobierno de Estados Unidos estaba detrás de los grupos protestantes y su objetivo era desmovilizar las luchas populares para ofrecerle a la gente en su lugar una fe escapista y poco preocupada por los asuntos mundanos. Esta óptica, conocida sociológicamente como teoría de la conspiración, tuvo sus mejores épocas entre los antropólogos marxistas en las décadas de los 70 y 80. Hoy todavía es sostenida por quienes creen vigente el esquema cultura hispanista versus cultura anglosajona. En sus últimos años José Vasconcelos, que en su juventud y madurez contó con apoyos y amigos protestantes, fue un representante exacerbado de tal explicación.
Hoy, cuando ya existen suficientes estudios de casos acerca de la implantación de religiones foráneas en un campo dado, tiene más fuerza interpretativa entre los sociólogos de la religión comprender las causas endógenas que propician el enraizamiento de nuevas creencias entre los habitantes de una determinada comunidad. Porque los adeptos a los credos foráneos no son recipientes vacíos a los que predicadores, gurús o profetas puedan vertirles lo que deseen sin contar con la aceptación de los prosélitos.
Igualmente cuando una de las características de las sociedades modernas y posmodernas es la volatilidad de las identidades y su cambio constante, es ingenuo creer que pueden levantarse murallas culturales que eviten la intromisión de credos ajenos a eso que llama la idiosincrasia de los pueblos. Tal pretensión quisiera meter a las colectividades en una especie de congeladora del tiempo para que mantengan y reproduzcan su identidad ancestral, sin interferencias de ideas foráneas a las que se les considera negativas. Este anhelo, añoranza de la inmovilidad social, choca con los hechos que muestran cómo son las sociedades más tradicionales las que han sido las más receptivas para adoptar otros credos.
Esto queda demostrado plenamente en el reciente libro de Jean-Pierre Bastian (La mutación religiosa de América Latina. Para una sociología del cambio social en la modernidad periférica, FCE), quien documenta cómo el acelerado crecimiento de grupos pentecostales, mormones, testigos de Jehová y otros ha sido especialmente fructífero entre los indígenas de América Latina.
La última entrega de la revista Eslabones está dedicada a la diversidad religiosa en México. Cualquiera que lea el volumen se va a percatar de que es un equívoco creer que en nuestro país la fe católica tiene asegurado el predominio en las conciencias de los ciudadanos. Pero la nación mexicana hace un buen rato que dejó de ser exclusivamente receptora de credos religiosos foráneos. Lo mismo sucede con otros países latinoamericanos como Brasil, Argentina, Chile, Guatemala, por citar algunos.
Los evangélicos mexicanos, y grupos de cierta cercanía con esta corriente teológica como La Luz del Mundo, tienen misioneros en varias partes del mundo. Por ejemplo, España es una de las naciones europeas a las que confesiones pentecostales y neopentecostales de nuestro país han enviado representantes para que establezcan grupos como los existentes aquí. Incluso en Granada se concentran misioneros mexicanos que tienen por objeto evangelizar a los musulmanes del vecino Magreb, aprovechando la cercanía de la península ibérica con esa zona musulmana. Tal vez pronto algún sociólogo musulmán elabore una investigación sobre los intentos de romper la unidad cultural marroquí por parte de unos misioneros llegados del lejano México.
El intenso intercambio religioso existente en el mundo, la abundante oferta de bienes simbólicos de salvación originada por todas partes, es uno de los fenómenos que está atrayendo de manera creciente el interés de los científicos sociales.