Estimado profesor: Estamos bien de salud... mis hijos aún en casa de sus abuelos en México y no veo la hora de estar juntos de nuevo. Nosotros, incorporados al trabajo de profesores investigadores de tiempo completo (de 8 a 13 y de 15 a 18 hrs), y con problemas de todo tipo, pues nos fue muy mal en el huracán. Perdimos nuestro patrimonio. Hubo muchos errores de parte de todos. No tuvimos plan de evacuación ni tiempo de prepararnos. Incluso fuimos a trabajar como día normal. Cuando a la una salimos a comer a la casa fue para protegernos. Antes que llegara el ``ojo'' de Paulina nos refugiamos en una recámara, pero se le voló el techo y las puertas y ventanas con todo y sus marcos. Nos fuimos entonces al baño, al que se le cayó medio techo, el resto quedó volando. Mis niños al principio estaban en silencio, luego querían cantar, pero todos nos quedamos callados al ver que el agua nos llegaba a las rodillas.
A las seis de la tarde logramos salir de entre los escombros. El paisaje era desolador y nos fuimos a refugiar al laboratorio de idiomas. Ahí nos juntamos once familias, el personal de la cafetería y algunos alumnos. El vice-rector académico sólo pensaba en un plan para cuidar el patrimonio universitario y pedía a los profesores varones que fueran a resguardar equipos que se podían perder; que mujeres y niños nos quedáramos. Pero decidimos ir a buscar ropa seca y víveres. Allí estuvimos dos días. Al tercero nos fuimos a casa del rector Seara Vázquez, que recién llegaba, muy entusiasmado en levantar la Universidad del Mar en dos semanas. Lo primero que dijo es que saliéramos mujeres y niños para la Mixteca y que los hombres se quedaran a apoyar. Pero nos quedamos a tratar de recuperar y secar lo que encontramos en nuestras casas. Entre vidrios y fierros retorcidos poco podíamos reconocer o identificar como servible. Es que tres días llovió sin parar. Lo que no voló estaba mojado. Hubo cosas que las localizamos lejísimos. Mi título no apareció; la compu, Tv y estéreo los encontramos flotando, inservibles. Me dolió mucho haber perdido la compu porque justo terminamos de pagarla; de los clósets sólo encontramos los huecos; los colchones, mojados y llenos de astillas de vidrios. Los libros por igual.
Mi estado de salud era terrible, con dengue que se complicó luego con una infección en las vías respiratorias por la ropa húmeda. Comida nunca faltó porque era quincena y teníamos en la alacena mandado y el refri lleno.
Como la situación era crítica, fuimos a dejar a los niños al Distrito Federal y nos regresamos a trabajar. Me cuentan sus abuelos que la menor de 5 años tiene pesadillas: estamos en el baño y se nos cae todo; la de 7, sueña que en medio del huracán viene el helicóptero a rescatarnos. Y mi hijo de 10 años escribe a su modo las que pasó y lo mal que informaban las noticias. Como que nos evacuaron de la Universidad antes del huracán, lo cual no fue cierto.
Decidimos alquilar un departamento en La Crucecita. Nos acabamos la quincena en dar el depósito y un mes de renta, comprar colchones. La estufa-parrilla y la mesa de plástico nos las prestaron. Falta traernos a los niños e inscribirlos en la escuela. Con el cambio de lugar ahora tenemos que viajar una hora diaria y no regresar sino hasta en la noche. Comemos en la cafetería de la Universidad. Pagamos 14 pesos diarios de pasaje y aproximadamente 30 pesos de comida y desayuno. No sé qué haremos cuando lleguen los niños.
Ante estas circunstancias los profesores propusimos compactación de horario pero se nos negó, así como cualquier permiso con goce de sueldo y nos pusieron reloj checador. Por la insensibilidad, el trato inhumano y la hostilidad de nuestras autoridades, el ambiente de trabajo es pésimo; hay malestar de parte de los profesores. La rectoría cree que todo se resuelve con 50 casas preconstruidas que, dice, le van a dar a la Universidad para que las rente. El problema es de fondo. Si antes de Paulina las condiciones de vida en Puerto Angel eran bajísimas, ahora lo son más. Aunque deseamos trabajar a gusto y sentimos amor por la institución, cada día nos invade el desánimo.
Yo necesito solicitar permiso aunque sea sin goce de sueldo por lo que resta de noviembre, pues no puedo dejar a mis niños en un proceso de readaptación, teniendo que superar solos la experiencia del huracán. Pero sin mi sueldo y en este lugar tan caro no veo cómo vamos a sobrevivir.
Cuando a principios de noviembre reiniciamos tareas, la mayoría de las computaduras de la Universidad estaban mal y dos grupos sin salón. Aunque tenemos fe en el proyecto educativo, estamos muy desgastados por la falta de respeto a lo más mínimo que se debe dar a un ser humano. Por ello dos investigadores con experiencia ya renunciaron.
A nuestro juicio, es urgente que mejoren las condiciones de vida, un ambiente sano para nuestras familias y la integración trabajo-hogar. Algo que no entienden nuestras frías autoridades. Si eso nos pasó a nosotros con Paulina, ¿imagina lo que sufrieron y sufren los pobres de esta región a los que les fue peor?
Saludos.