José Cueli
Vivir en los cuchitriles

Un espectro escribe la república, el marginalismo, portador de tres heridas: exclusión, destierro y exilio. La experiencia de la marginalidad, en parte desnudada por la desgracia del huracán Paulina, en las costas del Pacífico, se nos revela de golpe en forma descarnada y brutal. El grito y el desamparo originario matizaron cada una de las escenas de la vida cotidiana de los damnificados.

Mundo caótico de destiempo y desencuentros donde la existencia toda se encuentra en los márgenes de la muerte, el abandono, las neurosis traumáticas, la locura. Espacio asfixiante, enloquecedor donde lo único constante y consistente es la violencia, el dolor y la imposibilidad de un ``otro'' que alivie la ansiedad desesperada.

La marginalidad y sus historias de dolor y abandono se repiten incesamente, según inexorable compulsión a la repetición. La única seguridad es que la historia volverá a repetirse. Tan es así, que ni a quien le importe el destino de los marginales, a quienes las carencias rebasan y desbordan más allá de lo imaginable.

Las familias campesinas acuden con desesperación al espejismo de las ciudades grandes, medianas o pequeñas, en busca de fuentes de trabajo que le son negadas en sus lugares de origen. No es que la ciudad llame, es que el campo expulsa. Se habla en números más o menos de que 50 por ciento de la población campesina emigró a las ciudades en los últimos 25 años. Al llegar a la periferia de las urbes se instalan en cinturones de miseria, lo mismo en las ciudades de México, Guadalajara o Acapulco, e incluso lugares como Malinalco o cualquier otro, convirtiéndose en trasterrado, exiliado, dejando atrás traumáticamente sus tierras, familias, tradiciones y lenguaje.

Al llegar a las ciudades se instalan en los cinturones de miseria, donde habitan en cuchitriles que carecen de las mínimas y elementales condiciones de seguridad, sanidad y servicios públicos, como se vio en Acapulco y Oaxaca, debido al huracán que desenmascaró el drama de los pobladores.

Si bien es cierto que las carencias desbordan todo lo imaginable, lo más grave, doloroso y limitante es la incompatibilidad entre la simbología entre estos ``cinturones de miseria'', los ``Nezas y Anexas'' y las ciudades a las que arriban. Este desconocimiento de la simbología e inaccesibilidad al lenguaje de los de la ciudad o de los propios vecinos, provenientes de otras áreas geográficas de la república, incluso, con diferentes usos idiomáticos, religiones y tradiciones, los excluye y restringe limitándolos e incapacitándolos para una posible inserción a la sociedad, a las instituciones y al sistema en general. El refugio, el cuchitril, las adicciones, la violencia, la actuación sin reflexión.