Rebelión de zorros; los amotinados, al Campo Militar
Bertha Teresa Ramírez Ť Con un saldo de nueve lesionados culminó el asalto perpetrado por un comando de militares en funciones de policía civil contra el cuartel del Grupo Zorros, en la delegación Tláhuac, en un confuso episodio que se prolongó casi 24 horas.
La crisis estalló la mañana del miércoles, cuando los generales Felipe Bonilla Espinobarros, director de Control Operativo de la Secretaría de Seguridad Pública del DDF, y el general Enrique Tello Quiñones, director de Agrupamientos y jefe directo de los Zorros, se presentaron en la base del cuerpo de élite de la policía capitalina, exigiendo que les entregaran a 14 elementos, presuntamente implicados en el caso de la colonia Buenos Aires.
Horas antes, el grueso del grupo Zorros había sido convocado a distintos puntos de la ciudad --la Secretaría de Gobernación, el monumento a los Niños Héroes, el DDF y el monumento a la Revolución- para que efectuaran ``labores de rastreo''. Sin embargo, en esos lugares no se les encargó ninguna actividad. Y de pronto recibieron un mensaje en clave de sus compañeros que estaban en la base de Tláhuac, y supieron que había ``problemas'', según dirían después a la prensa.
Cuando regresaron a Tlahuac, advirtieron que los generales estaban apoyados por los soldados que desempeñan funciones de policía civil en Iztapalapa, y trataban de convencer a los zorros para que entregaran a los 14 supuestos inculpados. Los zorros no se negaron a ello; sólo pusieron como condición que sus compañeros se presentaran ante el Ministerio Público de acuerdo con lo que señala la ley y en compañía de un abogado. Pero los militares tampoco aceptaron este pedido.
La negociación se prolongó sin resultado alguno hasta las cuatro de la tarde, cuando el ruido de un helicóptero aumentó la tensión que ya se vivía. Del aparato descendió el general Enrique Salgado Cordero, secretario de Seguridad Pública, quien de inmediató pasó a la comandancia del cuartel, ordenó que se desalojara a la prensa y encaró la negociación personalmente, puntualizando que los zorros tenían que entregarse ``sin reservas''. Horas después, los zorros comentarían a los reporteros que, en medio del diálogo, Salgado Cordero recibió una llamada del regente Oscar Espinosa Villarreal, y que seguido de los generales Bonilla -su segundo de a bordo en la SSP- y Tello, se encerró en una oficina para hablar ``más cómodo'' con el regente.
Algo debió de haber sucedido en ese telefonema, porque al salir, dijeron los Zorros, Salgado Cordero ``ya ni se despidió''. Se subió a su helicóptero y abandonó la escena. Entonces, al cabo de otra hora de pláticas, el general Bonilla demanda y consigue que los zorros le entreguen todas las armas que hay en el cuartel. Así, alrededor de las 8:00 de la noche del miércoles, el helicóptero regresa a recoger a Bonilla, quien se retira luego de supervisar que dos vehículos de la PGJDF se habían llevado el armamento.
Mientras tanto, algo extraño sucede. De pronto se va la luz en todo el cuartel y el sitio, de suyo siniestro, se vuelve aún más inquietante. Los zorros no lo piensan más. En menos de cinco minutos se visten de civiles y abandonan las instalaciones en tropel. Dos horas después -algo sabrían- llegan dos autobuses de Ruta 100 repletos de soldados con uniforme de policía.
A la mañana siguiente...
En las primeras horas de ayer jueves, cuando los zorros volvieron al cuartel, a las siete de la mañana, como todos los días, lo primero que se encontraron fue un oficio del general Salgado Cordero, redactado con una orden terminante: que se presentaran de inmediato al Campo Militar Número 1 ``para integrarse al quinto escalón del curso de actualización y readiestramiento militar'', en el entendido de que si no firmaban de enterados y obran en consecuencia, serían dados de baja automáticamente.
El cuartel seguía bajo el control del personal castrense. Ante esto, los 223 zorros allí presentes, entre ellos 18 mujeres, se dirigen a los dormitorios para sacar sus pertenencias. Pero al darse cuenta de este movimiento, y visiblemente nervioso, el general Sergio Pérez Ramírez, director delegacional de la SSP en Iztapalapa, se va detrás de ellos, acompañado con una escolta militar; una vez dentro de los dormitorios ordena a sus soldados que abran los casilleros de los zorros. La orden no se cumple de manera tersa, sino al contrario: los soldados avientan la ropa, voltean los colchones, esculcan todo con una violencia tal que los reporteros, al entrar en el área poco más tarde, sólo pudieron acordarse de los operativos en la colonia Buenos Aires.
Aterrados y cariacontecidos, los zorros montan en sus vehículos particulares (por cierto, puras carchachas) y cuando están por salir en caravana hacia el Campo Militar, en la puerta del cuartel de la delegación Tláhuac estalla la tensión que se había acumulado durante 24 horas y se suscita un enfrentamiento a puñetazos y a pedradas, en el que resultan nueve lesionados: seis zorros y tres militares en hábitos policiacos. Ante este cuadro, los soldados que apoyaban al general Pérez Ramírez hacen varios disparos al aire.