Los tiempos aquellos en que los secretarios de Hacienda y de Programación y Presupuesto se presentaban en la cámara a cumplir un protocolo, sabiendo que sus proyectos de presupuesto no se verían modificados, ni en un punto ni una coma, sin importar los argumentos que los diputados de oposición pudieran esgrimir, han quedado atrás para bien de la nación, aunque pareciera que ni el secretario de Hacienda ni muchos los diputados y líderes del PRI alcancen a entenderlo.
La discusión de altura emprendida por los representantes del PAN y del PRD en las sesiones dedicadas al presupuesto, ante la presencia misma del secretario de Hacienda, manifiestan el interés y también el compromiso manifiesto de transformar a México, de hacer de él, un país distinto, y no sólo por el hecho de declarar el fin del pase automático de las propuestas del Ejecutivo, sino por el sentido mismo de su rechazo a las propuestas en turno.
Desde hace 15 años, por lo menos, cada proyecto de ingresos y gastos sometidos al Congreso para su trámite de aprobación, ha constituido un paso adicional para construir la realidad que hoy padecemos, para construir el país de los poquísimos muy ricos y de los muchísimos muy pobres que hoy somos, para construir el país globalizado, listo para la explotación y las ganancias sin límite de los inversionistas extranjeros, mientras se van generando los millones de mexicanos marginados. Para construir el país que requiere de los tanques para atemorizar a la sociedad e impedir la manifestación del descontento popular. Porque todo esto ha tenido su origen en la aprobación irresponsable de presupuestos preparados para sumir al país en la pobreza, mientras se beneficiaba a unos pocos.
Porque el país y la realidad que hoy tenemos no es un producto del destino y la mala suerte, sino el resultado preciso de toda una serie de actos sistemáticos de los últimos tres gobiernos, entre los que ha tenido singular importancia la definición y aprobación de las grandes líneas del gasto público, incluyendo las disminuciones sistemáticas a los programas sociales, de educación, de salud y de empleo; el desvío de fondos para favorecer a los que más tienen; los pagos secretos para comprar lealtades; el empleo de la simulación como sustituto en el cumplimiento de compromisos.
Saber hoy de boca de los líderes del congreso que el presupuesto que entregará la cámara será esencialmente distinto del que recibió (diputado Pablo Gómez), en cuanto a que no se aprobarán partidas que no reúnan condiciones de claridad y transparencia, ni se dejará lugar para la discrecionalidad en la distribución de recursos, es seguramente motivo de optimismo para muchos que empezamos a ver así, el efecto de nuestros votos.
La posición del PAN expresada por su líder en el congreso, Medina Plascencia, de rechazo a la pretensión de imponer nuevamente el mandato presidencial contra la voluntad popular, que la cúpula del gobierno y el partido oficial se niegan a entender, es igualmente factor de entusiasmo y esperanza, sobre el comienzo de la construcción de ese país distinto que los mexicanos queremos.
Porque contra lo que argumenta el PRI, o mejor dicho algunos miembros del PRI, empecinados en su autodestrucción, como el diputado que pretendió defender a su ex jefe de la Secretaría de Hacienda, el voto del 6 de julio fue sólo y antes que nada, el rechazo a la política económica neoliberal-discrecional que nos han recetado, utilizando curiosamente las banderas de un partido que nació y creció sustentando las tesis opuestas a las que hoy afirman en forma ciega, cuando la sociedad toda, demanda y se empeña en la búsqueda de un país distinto.