Uno de los temas importantes que, considerado en sí mismo, o en el contexto de la globalización de la economía mundial, volvió a aparecer reiteradamente, tanto en las intervenciones formales de ocho minutos en el aula sinodal de cada uno de los delegados del continente al Sínodo de las Américas, como en las conferencias de prensa, fue el de la deuda externa y sus implicaciones ética y humanas. El asunto no debe extrañarnos, pues ya en el Documento de Consulta se señalaba como una de las situaciones angustiantes que reclaman urgente solución (No. 28 y 60), y se sugería expresamente que fuera tratado en el marco de la globalización de la economía, ``buscando siempre un adecuado restablecimiento de la justicia social'' (No. 65).
Con ocasión de esta Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos de la Iglesia Católica se ha vuelto a recordar que de acuerdo con cifras del Banco Mundial la deuda externa de América Latina y El Caribe llegaba en 1995 a 637 mil millones de dólares, y que algunos de los países de esta área geográfica y cultural destinan anualmente el 25 por ciento de sus recursos al pago de intereses. El arzobispo de Quito ilustró con su país, al señalar que en Ecuador el gobierno destinó al pago de la deuda externa en 1996 el 36.05 por ciento de su presupuesto nacional, mientras que para el sector educación únicamente pudo dedicar el 21.19 por ciento, y entre el 3 y 4 por ciento a la salud.
Por el presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) nos hemos enterado que el Vaticano tiene como meta para el Jubileo del año 2000 lograr un alivio sustancial de este peso, pues, siguiendo los lineamientos de la Biblia, el papa Juan Pablo II ya planteó en su Carta Apostólica de 1994 ``pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si no en una total condonación de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones'' (No. 51). Con el auspicio del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, con este propósito el CELAM se encontró ya con los dirigentes del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, y volverá a hacerlo en mayo próximo con varios organismos internacionales interesados. En la reunión celebrada en Hong Kong en septiembre pasado, el Vaticano volvió a exhortar a las dos primeras organizaciones mencionadas y a las naciones ricas a reducir las deudas de los países en desarroollo.
Luego de su encuentro anual en esta ciudad los días 3 y 4 de noviembre pasados, los Superiores Mayores de los Institutos Religiosos de México le expresan en una carta al presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana que el Sínodo de los Obispos de América es también una extraordinaria ocasión para retomar con lucidez y firmeza los planteamientos de la Comisión Pontificia de Justicia y Paz sobre el grave problema de la deuda externa, ``verdadera usura que está matando a muchos de nuestros hermanos y hermanas en México y el resto de América Latina''. ``Por exigencias morales, en nuestra opinión --le dicen--, hay que condonar muchas de esas deudas, que ya han sido pagadas varias veces; hay que renegociarlas en condiciones que no sigan significando el sacrificio del auténtico desarrollo de nuestros pueblos, y hay que amortizarlas sobre la base de condiciones económicas más justas y equitativas''.
La Comisión Pontificia de Justicia y Paz publicó en efecto el 17 de diciembre de 1986 un estupendo documento ético sobre este problema, denominado Al servicio de la comunidad humana: Una consideración ética de la deuda internacional, que mereció incluso un comentario en estas páginas del entonces secretario de Hacienda Jesús Silva Herzog. ``En un país con uno de los índices más elevados de desigualdad en la distribución del ingreso en toda América Latina (cfr. CEPAL) --le dicen ahora en su carta los Superiores Mayores Religiosos al presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana--, nos resulta escandaloso que el servicio de la deuda haya implicado el año pasado casi 153 millones de salarios mínimos actuales''. ``La deuda en nuestro país --concluyen este punto-- aumenta cada año 3.75 veces más rápido que el empleo, lo que acrecienta en la misma proporción la carga o ausencia de ingresos para nuestros trabajadores''.
Hoy sabemos que el pasado miércoles monseñor Luis Morales Reyes, obispo de Torreón y recién electo presidente de la CEM, pidió personalmente al papa en el aula sinodal una encíclica sobre ética y globalización económica, sobre la base de que ``los desequilibrios entre países ricos y pobres sólo podrán ser superados implantando un nuevo orden socioeconómico internacional solidario y justo''. Para los obispos católicos del continente este grave problema únicamente podrá ser también resuelto sobre la base de verdaderos Estados democráticos nacionales, en lucha frontal contra la corrupción.