Cuando murió Humphrey Bogart, André Bazin escribió un sentido artículo en la revista Cahiers du Cinema. El texto, entre otras cosas, consigna un récord importante, difícil de superar. ``¿Quién no lleva duelo por Humphrey Bogart, muerto a los 56 años de un cáncer de esófago y medio millón de whiskies?'', escribió Bazin. Para lograr ese medio millón heroico, Bogart hubiera tenido que beberse, desde el día en que nació, un poco menos de 30 whiskies diarios. O Bogart poseía una garganta titánica o Bazin dijo cualquier cifra para ilustrar su crecida afición por el whisky. Si lo de la titánica es cierto, entonces mejor deberíamos sorprendernos de la voluntad del niño Bogart, empeñado desde su nacimiento en imponer ese récord mundial.
La mayoría de las mujeres que compartían la pantalla con él recibieron, en algún momento, esa palabra cariñosa, dicha con la voz arrastrada, campeando entre lo tierno y lo lascivo, que era por cierto un homenaje completo a la belleza celestial de sus compañeras: ``ángel''. Y con semejante récord, ¿cómo no iba a tener la voz arrastrada?
Los ángeles han sufrido la misma suerte de Pachelbel con su Canon, o de Albinoni con su Adagio, se han convertido en materia de gozo y discusión para señoras que no eran afectas ni a gozar ni a discutir.
El poeta Rilke matiza, con una sola línea, el homenaje que hacía Humphrey a la belleza de sus compañeras: ``Todo ángel es terrible''.
¿Y qué Lauren Bacall no era un ángel terrible en algunos momentos de To have and have not? Por cierto que en esta película el capitán Morgan, ése que le dice ``ángel'' a Bacall, por la sencilla razón de que es Humphrey Bogart, lanza un comentario que establece de una vez por todas el equilibrio a bordo del barquito que va capitaneando. Con esa voz arrastrada por el récord, le dice al refugiado francés, que va tratando de enmendarle la carta de navegación: ``Usted ocúpese de salvar Francia, yo me ocupo de salvar mi bote''.
Gustav T. Fechner, matemático y físico reconocido por sus análisis del peso atómico, fundador de la psicofísica, llamado por Freud ``el gran Fechner'', escribió en 1825 un estudio sobre los ángeles: ``Como la película de una burbuja de jabón, la piel del ángel es, en sí, extremadamente suave, fina y traslúcida''. Luego aporta algunas características físicas: ``Los ángeles no tienen pies, sus cuerpos están desprovistos de todas las excrecencias incongruentes de las criaturas terrestres''. Lo de burbuja de jabón puede quedarle a Lauren Bacall, el ángel de Bogart; pero calificar de excrecencia incongruente aquel par de muslos que eran, ante todo, un monumento a la coherencia, parece una exageración.
El gran Fechner sigue adelante: ``Los ángeles son esferas, globos traslúcidos, planetas vivientes. Como un gran ojo constituido de una materia que cambia de color a voluntad para comunicarse con sus semejantes''. A estas alturas algún descreído puede empezar a pensar que el gran Fechner acababa de romper el récord de Humphrey cuando llegó a estas conclusiones.
Albert Camus pidió a su suegra, en un momento de crisis económica que ya había durado 20 años, un original regalo de bodas. La señora, mamá de su futura esposa Simone, al tanto de sus carencias, ofreció regalarle algo que le hiciera mucha falta. Albert le pidió una docena de calcetines blancos.
Este escritor argelino monumental, dueño de una inteligencia literaria y de una filosofía de combate que nos sigue deslumbrando, se parecía, cuando menos en fotografía a Bogart. En sus años parisinos, cuando su crisis económica había quedado abatida por el éxito de sus libros, Camus dedicaba parte de su tiempo a buscar obras que engrandecieran el prestigioso catálogo de la editorial Gallimard. Esta desviación hacia Camus es para llegar a uno de los libros que promovió con más entusiasmo: Las hojas de hipnos, de René Char. Entre los aforismos, poemas e ideas que forman este libro, aparece una definición de ángel:
``Angel, lo que en el interior del hombre, mantiene apartado del compromiso religioso, la palabra del más alto silencio, el significado que no se valúa. Afinador de pulmones que dora los racimos vitaminados de lo imposible. Conoce la sangre, ignora lo celeste. Angel: la bujía que se inclina al norte del corazón.''