Jaime Martínez Veloz
La reforma: realidades y esperanzas/III

Para los colonos de Tijuana y Rosarito, por su entusiasmo para ser tomados en cuenta.

Anunciar grandes logros y obtener magros resultados es, más temprano que tarde, contraproducente. Este es un riesgo que enfrenta el proceso de reforma al Estado, lo que nos obliga a un ejercicio de reflexión con los pies sobre la tierra.

En relación a este tema: ¿qué esperamos de él?, ¿en qué tiempo podemos ver resultados?, ¿qué están aportando los partidos para lograrlos?, ¿cuáles son los aspectos que abarca?, ¿quiénes deben participar?, ¿cómo debemos hacerlo?, ¿qué papel se le asigna a la sociedad?, ¿cuál le corresponde al gobierno?, ¿es inevitable, como muchos aseguran de manera optimista, el tránsito a la democracia?

Las preguntas pueden lanzarse una tras otra y quien asegure que tiene todas las respuestas se está engañando o está tratando de engañar. Si acaso, como en muchos otros aspectos de la vida nacional, sabemos qué caminos no tomar, pero no estamos seguros de cuáles son los correctos o los más cortos. Los partidos, el gobierno, algunas personalidades y organizaciones se comportan a diario como si tuvieran todas las verdades en relación a la reforma, pero en los hechos esto no se nota. Mientras, se dedican a dar seguimiento a los errores de los otros, algo no muy difícil hoy en día dado que el escenario político del México actual se asemeja a un piso lleno de agua jabonosa en el que todo el mundo resbala. No es, sin embargo, el momento de cazar los errores de los otros, es el tiempo de hacer propuestas y saber negociarlas. La democracia perfecta no existe ni es un estadio inevitable. A la vuelta de la esquina podríamos encontrarnos una reforma autoritaria.

El asunto de reformar la vida pública probablemente llevará más años de los que todos desearíamos y al final seguramente nos encontraremos que los problemas no se han solucionado. La democracia no es La solución, es tan sólo un mejor ambiente para ponernos de acuerdo en cuestiones fundamentales y con reglas claras y respetadas por partidos, ciudadanos e instituciones. Es claro que casi todos los actores y ciudadanos aspiramos a lograr un país justo, libre, soberano y sólido en lo económico. Con instituciones democráticas y fuertes que sean capaces de preservar el Estado de derecho y garatizar la seguridad de sus habitantes. Los cómos nos separan, los propósitos nos unen.

A este respecto, sería del todo razonable que los partidos abandonaran la idea de convertirse en los capitanes o comandantes en jefe de la transformación y descubrieran lo que la sociedad no se ha cansado de decirles una y otra vez en las urnas y en otros escenarios: ninguna corriente política, hoy por hoy, tiene por sí sola la suficiente fuerza para llevarla a cabo. Pero, en contrario, sí hay muchos grupos de esa red de intereses tejida en el último medio siglo que tienen la fuerza para obstaculizarla y desviarla. No les hagamos el juego, involuntariamente, por diferencias menores.

Algunos de los actores principales de la reforma ya están sobre el escenario, pero excluyen a otros que también tienen muchas cosas que aportar, los zapatistas por ejemplo. Hay otro gran faltante, el gran actor: la sociedad, que no sólo no se ha metido de lleno en el proceso sino que a veces parece alejarse ante el espectáculo de zarzuela o farsa que a veces representan los políticos y los partidos.

Por otra parte, las agendas del cambio de una y otra organización o partido tienen más puntos en común que diferencias. De alguna manera, esto podría facilitar el proceso de definir una agenda básica. Sin embargo, sólo con el intercambio y la discusión entre todas las corrientes, en una amplia e incluyente consulta, se podrá considerar completo el temario.

Hasta el momento, las declaraciones y el interés que se dice tener ofrecen un panorama de dispersión. Cada uno de los tres partidos más grandes del país parece jalar por su lado. Sería conveniente que nuestros institutos políticos respalden al Congreso de la Unión para que sea el convocante del proceso. Esta instancia podría darle dirección y ofrecer el marco plural e incluyente que se requiere.

Por último, cabe reflexionar en que intentar una reforma sin el PRI o sin el aparato de gobierno se antoja imposible y peligroso; una transformación sin la sociedad o sin otros actores importantes es, a la larga, insostenible, y una transición sin ver ni oír a las oposiciones no merecería ni siquiera ese nombre, sería un gatopardismo inaguantable. Los equilibrios y los acuerdos entre todos son indispensables en la difícil tarea de pasar de los propósitos a los hechos.

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