La Jornada lunes 24 de noviembre de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

La semana pasada, luego de buscar sin éxito acuerdos políticos, aparecieron el Presidente de la República y el presidente nacional del PRD en una fotografía oficial (es decir, tomada y seleccionada por los propios fotógrafos de Los Pinos) que luego se reprodujo de manera destacada en la mayoría de los diarios impresos en el Distrito Federal.

La fotografía en mención muestra al presidente Ernesto Zedillo con una amplia sonrisa y en una actitud, digamos, abierta, mientras su contraparte, el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador, sostiene una actitud rigurosamente seria y, digamos, distante.

Dadas las versiones en curso que hablan del desencuentro político de ambos personajes, más el simple análisis del dato cierto del fracaso que se dio en la busca de acuerdos, es posible asentar que de la citada fotografía se deducen las dos visiones actuales tanto del jefe del Poder Ejecutivo como de su principal partido opositor (y al calificar como principal ese carácter no se toma en cuenta sólo su peso electoral sino, sobre todo, su contenido ideológico y su propuesta política que le hacen enteramente diferente de, por ejemplo, el Partido de Acción Nacional).

Una sonrisa para los fotógrafos

En efecto, hoy, la actitud del gobierno federal encabezado por Ernesto Zedillo pretende que con una sonrisa forzada, de pose, generada para efectos publicitarios, se crea que las cosas marchan bien en el país.

Bastaría, en esa lógica de impostura, con hacer caso al perfil justificatorio con que cotidianamente se nos explican las razones por las cuales nuestras desgracias deben ser entendidas como incidentes precursores del paraíso por venir, para trocar la realidad ingrata en un motivo de optimismo.

En contraparte, sin embargo, está la preocupación de los millones de mexicanos que ven el desangramiento de su nación y que no pueden arrancarse una sonrisa de compromiso sólo por motivos escenográficos. Lo que hay, en realidad, es una grande y fundada inquietud por el momento que se vive.

La actual y creciente descompostura del sistema institucional es altamente preocupante no sólo por sus graves consecuencias (descontrol político, desesperación social, endurecimiento gubernamental, militarización, corruptelas, entre otras cosas) sino, sobre todo, por la evidencia pública de que los criterios con que se actúa desde el poder están extraviados y en lugar de resolver los problemas los agravan más.

El presidente Zedillo y su equipo parecieran avasallados por una terrible realidad a la cual sólo atinan a responder mediante declaraciones optimistas, fallidos diagnósticos tecnocráticos, y -en preocupantemente reiteradas ocasiones- con un cierto humor negro y con expresiones desdeñosas que mostrarían a un poder cansado de luchar sin éxito, agobiado por una realidad que se niega a cambiar al conjuro de las frases, hastiado de caminar eternamente sobre una banda sin fin.

El poder convertido en rehén

Avante como nunca, el proceso de democratización del país se enfrenta, sin embargo, a obstáculos que si se contara con una dirección gubernamental acertada, y se tuviera oficio, capacidad y voluntad política, serían tramos peligrosos, sí, pero superables rumbo a la meta final. (Pensemos simplemente en el conflicto de Chiapas, en la reforma del Estado, en los problemas militares-policiacos-ciudadanos del Distrito Federal, en el desmoronamiento del aparato judicial, en la impunidad de los poderosos, en la redefinición del presupuesto federal para el año próximo...)

En cambio, esos graves problemas actuales se constituyen en un lastre al proceso en sí, pero, además y sobre todo, en una alarmante muestra de la incapacidad ejecutiva presidencial y en un campo propicio para que factores de poder real (como la cúpula de las fuerzas armadas, los líderes de los grandes capitales, el sindicato de gobernadores, por citar algunos) se conviertan en prontos ocupantes de los vacíos de poder y que, además, hayan construido una enorme muralla de intereses y complicidades con que mantienen al poder institucional convertido en rehén.

Durmiendo con el enemigo (¿o nunca fue enemigo?)

Así, en esa realidad dominada por los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales, de los intereses geopolíticos estadunidenses, de los caciques regionales, las mafias político-económicas, y de las facciones oficiales armadas, el florecimiento democrático no aparece con buenas perspectivas.

El Presidente de la República y la mayoría de su gabinete están sonriendo para la fotografía, pero su actuar no mueve a optimismo. En lo posible se está sobrellevando la carga, buscando que haya los menores daños posibles en el trayecto, pero ciertamente no hay planes ni hechos que permitan suponer que los grandes males de la nación estén en un curso razonable de curación.

El riesgo, los riesgos, están en las franjas internas que desde el poder han emergido abiertamente, primero para proteger sus intereses y, luego, al ver el campo descubierto, para lanzarse a la caza, a la depredación, al aniquilamiento del adversario y al ajuste de cuentas.

Con una Cámara de Diputados que retoza en el estreno de su independencia, con un gobierno capitalino por entrar al que sus adversarios le mantienen en la mira, con una democratización tan endeble que los votantes parecieran haberse conformado simplemente con el mero resultado electoral, con una nación tan en el centro de las ambiciones cupulares externas e internas, verdaderamente que son pocas las razones para sonreír, a menos que nada más sea para efectos fotográficos.

Astillas: Entre los diputados federales hay un incesante movimiento en busca de darle claridad al manejo de los fondos presupuestales que los coordinadores de las fracciones parlamentarias utilizan para el mantenimiento de los servicios comunes de esas bancadas. Se supone que las partidas manejadas por los líderes de las fracciones sirven para el pago de oficinas, secretarias, teléfonos, comidas, viáticos de índole partidista y otros rubros pero, para desgracia de los líderes, hay diputados de base que simple y sencillamente quieren cuentas claras. En el pasado, se afirma, ese manejo discrecional de altas sumas era motivo de enriquecimientos y de complicidades. Entre los diputados más suspicaces están algunos de PRD, PAN y PRI, que comentaron el asunto con esta columna. Se estima que los líderes de fracción reciben unos 18 mil pesos por cada diputado de su bancada. Los demandantes de transparencia calculan a vuelo de pájaro que podrían sobrar unos 3 mil pesos en las cuentas de cada diputado, inclusive dando por totalmente válidos los gastos que se les dice se hacen a su nombre. Cierto o falso, el tema podría quedar suficientemente claro, para bien de la Cámara, y de sus líderes, con el simple acto de informar bien... El secretario de la Defensa Nacional considera que, en general, los militares han tenido actuaciones destacadas en el cumplimiento de tareas policiacas, y el regente Oscar Espinosa dice que sólo fallaron unos cuantos elementos por los cuales no se puede juzgar al conjunto. Ambos personajes razonan de manera inversamente proporcional a la realidad: sí, han sido unos cuantos, pero esos cuantos han sido, justamente, altos mandos, de cuyas órdenes ha dependido un grueso volumen de acciones y operaciones altamente dañinas para la sociedad entera...

Fax: 512 65 46. Correo electrónico: [email protected]