Crisis del modelo de trabajo de las ONG, por la desaparición de Conpaz
Hermann Bellinghausen, enviado, San Cristóbal de las Casas, Chis., 23 de noviembre Ť La disolución de la Coordinación de Organismos no Gubernamentales por la Paz (Conpaz), anunciada hace tres semanas aquí, marca una crisis del modelo de trabajo de las ONG, en la misma medida que es crítica la situación social y política en las regiones indígenas de Chiapas. Más que una desaparición, es una transformación, una adaptación a las nuevas circunstancias, entre las que destaca como factor clave la guerra de baja intensidad.
``Vamos a buscar caminos nuevos para enfrentar la nueva realidad política'', dice Hugo Trujillo Fritz, quien fue coordinador de derechos humanos de la Coordinación de Organismos no Gubernamentales por la Paz, y en la actualidad participa en la comisión que conduce al fin de la Conpaz y prepara los pasos siguientes de la red de organismos.
Trujillo Fritz reconoce la necesidad de actuar ``como red, pero como actor político. El objetivo de la paz está vigente, eso no cambia, pero la estructura que tenemos no nos permite atender el proceso de guerra de baja intensidad, que es muy aguda y que nunca antes habíamos vivido''.
Según Trujillo, ``algunas ONG tenemos claro que este cambio va a permitirnos que el próximo año tengamos posibilidades de impulsar nuevos procesos y abrir nuevos espacios''. Y enumera las acechanzas:
``Guardias blancas, atentados, asesinatos, hostigamientos, el incumplimiento de los acuerdos de San Andrés''. Además, ``en el corto plazo no se dará este cumplimiento, y ya se perfila en el Congreso, por lo que han estado haciendo los partidos estos cuatro años: hacer la reforma del Estado marginando totalmente los acuerdos. Eso se lo dejan a la Cocopa, que está allá, en un marasmo cabrón''.
El factor incómodo
La situación actual del proceso chiapaneco, por compleja, puede parecer confusa. Un reacomodo de los actores locales ha crispado los ánimos en varios municipios, en los medios locales de comunicación, en la diócesis de San Cristóbal y en la sociedad civil local, que ha participado también como actor clave en los acontecimientos.
Las noticias recientes de Chiapas son, como pocas veces, piezas dispersas de un rompecabezas mayúsculo. En ese contexto, los primeros días de noviembre se hizo pública la disolución de la Conpaz. A muchos que han seguido y participado en el proceso chiapaneco a nivel nacional (para nadie es un secreto que Chiapas es un asunto nacional) la noticia les resultó sorpresiva, y hasta preocupante.
La coalición de organismos no gubernamentales, que surgió al calor del levantamiento zapatista, fue la primera respuesta civil a la nueva situación, la Conpaz se fundó el 4 de enero de 1994, pero no se trata de un grupo de nuevos actores de la vida social chiapaneca, sino justamente de la sociedad civil activa e involucrada con las comunidades indígenas y campesinas de la entidad desde tiempo atrás, y no obstante rebasada, como todos, por el levantamiento indígena.
En su origen está la lucha por la paz en condiciones favorables para los pueblos indígenas. Las diversas ONG que operaban entonces en la región, unas vinculadas a la diócesis de San Cristóbal, y otras no, al verse frenadas por la conmoción, la ocupación militar casi inmediata y en un nuevo y peligroso escenario político, se volcaron a la defensa urgente de los derechos humanos y el apoyo material a las comunidades.
Los proyectos no gubernamentales en Chiapas, en un amplio rango, abarcaban entonces cuestiones de salud, educación, recuperación de tradiciones, defensa de la artesanía, organización productiva, alternativas agrícolas. Estas actividades se desarrollaban en gran cantidad de comunidades indígenas en todo el enclave maya del estado.
Con el riesgo de simplificar, podría decirse que después de los antropólogos, primer puente moderno de los indios con la sociedad mayoritaria, llegaron las ONG, cuando todavía no se llamaban así.
Y como es de suponer, las organizaciones no gubernamentales fueron, junto con la diócesis de San Cristóbal de las Casas y su obispo Samuel Ruiz García, el primer blanco de la represión, la amenaza y los desahogos revanchistas de la burguesía chiapaneca después del primero de enero de 1994.
Así que la Conpaz surge también como una medida de sobrevivencia de estas organizaciones civiles, vinculadas con universidades nacionales y agencias de financiamiento mexicanas, estadunidenses y europeas, pero desvinculadas entre sí.
La independencia que desarrollaron con respecto a la tutela gubernamental hizo de estas organizaciones un factor incómodo del sexenio salinista porque se salían de su control interno, y poseían relaciones internacionales también fuera de su control. La globalización nunca sabe para quién trabaja.
Cabe señalar que por los mismos años, las propias organizaciones indígenas y campesinas habían desarrollado empresas productivas y mecanismos de comercialización internacional (el caso más importante fue el café), sin la intermediación del gobierno.
Todo esto condujo al involucramiento político de los organismos civiles. Algo similar ocurrió a nivel nacional (v. gr.: Alianza Cívica, la Academia Mexicana de Derechos Humanos), pero la precipitada situación chiapaneca llevó a la Conpaz al ojo del huracán.