La reunión del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Vancouver, Canadá, que se lleva a cabo con el telón de fondo de la crisis financiera coreana y los preocupantes síntomas que aparecen en la economía japonesa, obliga a poner sobre la mesa diversos interrogantes en torno de lo que se ha planteado en ese foro. ¿Son realmente las crisis bursátiles sucesivas en el Extremo Oriente y sus repercusiones en los mercados latinoamericanos simples incidentes en el camino? El estancamiento de la economía de Japón y el enorme problema de las carteras vencidas en su sistema bancario, las cuales llegan a casi 160 mil millones de dólares, ¿carecen acaso de importancia cuando se sabe que de esa nación asiática han provenido en la última década un inmenso flujo de capitales para inversiones en Estados Unidos y en los demás países de la OCDE, por no hablar de los del Sudeste asiático? ¿Es posible que todos aumenten simultáneamente la producción para la exportación cuando los mercados más importantes pierden compradores y poder de compra y muchos países se convierten, a costa del equilibrio de sus balanzas comerciales, en importadores netos de alimentos y de las mercancías, técnicas y conocimientos que necesitan para elaborar los productos industriales que intentan exportar?
En otro sentido, cabe dudar de que la receta aplicada para resolver la crisis mexicana de fines de 1994, y que ahora se propone para los países orientales, sea no sólo recomendable, sino incluso practicable en aquellas latitudes: emprender una liberalización total de mercados que hasta ahora han estado fuerte, aunque parcialmente protegidos, como el japonés, el surcoreano, el de Taiwán o el de China, en países en los que el Estado desempeña un papel fundamental incluso en la protección a sus sectores estratégicos, como el de los alimentos, implicaría --como ocurrió en nuestro país-- una caída brusca de los salarios reales, la generación de cientos de millones de desempleados y, por consiguiente, un agudo problema social en escenarios geopolíticos (las Coreas y China y Taiwán) mucho menos apacibles que los latinoamericanos.
En otro sentido, si el Fondo Monetario Internacional y los bancos tuvieron que prestar a México casi 50 mil millones de dólares para que el gobierno mexicano subvencionase a los banqueros y a los privatizadores de las carreteras, después casi 30 mil a Tailandia e Indonesia y ahora entre 60 mil y 100 mil millones de dólares a Corea del Sur, ¿cuántas crisis más puede aguantar el sistema financiero internacional?
Hoy más que nunca salta a la vista la necesidad de revisar y reformular las reglas de los intercambios financieros y comerciales internacionales y el ``modelo'' nacional basado en ellas y que, cíclicamente, naufraga en sus propios lineamientos. Las sociedades, los gobiernos y los académicos de todos los países afectados por las crisis periódicas deben, asimismo, buscar alternativas que, respetando el mercado, tengan en cuenta a la gente común y no deleguen las decisiones del desarrollo nacional en unas pocas grandes corporaciones y en los grandes centros e intereses financieros.