Si tuviéramos que sintetizar la historia de la humanidad en un solo concepto, el de la intolerancia sería el que mejor la expresara.
La etapa histórica que caracteriza con mayor nitidez a la intolerancia como sistema de vida es la que conocemos como la Edad Media, la cual se sustentó en la escolástica como soporte filosófico a la unidad impuesta por la Iglesia Católica.
Es en el siglo XIII cuando conceptos como los de nación y libertad empiezan a abrirse paso culminando con la Reforma eclesiástica, la cual es considerada por muchos historiadores como el inicio de la era moderna.
Lutero rompe la unidad afirmando la fuerza moral contra la mundanidad -la que afirmaba se había apoderado de la Iglesia, haciéndola traicionar sus fundamentos originales-, y el Evangelio contra las leyes de la jerarquía.
La Reforma da paso al establecimiento de nuevas relaciones de poder apoyadas en la tolerancia, la libertad de criterio, la religiosidad personal de los individuos, la búsqueda del camino de Dios por propia fuerza y que culmina con Descartes, quien propone la duda como principio de todo conocimiento transmitido.
Antes de que la tolerancia triunfara surge la Contrarreforma pretendiendo recuperar lo perdido, que no consigue a pesar de más de cien años de guerras religiosas.
México no estuvo al margen de estos sucesos. Tuvo también que recorrer un largo camino y pagar una alta cuota de sangre para realizar su liberación. Plenamente conscientes de los enormes costos que implicó la conversión forzada a la religión católica, y conscientes también de que era ya parte de nuestro modo de ser, encontramos una fórmula que nos permitiera garantizar el pleno respeto a la libertad para actuar en el más profundo de los derechos humanos: la religiosidad, al incorporar a la legislación educativa el concepto de laicismo como el principio esencial para la formación de las nuevas generaciones. No fue fácil, la experiencia histórica proponía actitudes mucho más beligerantes como usar el concepto de racionalismo el cual oponían al de laicismo, que identificaban como neutralidad.
El laicismo triunfó después de una gran batalla al final de la cual, uno de los diputados que perdieron el debate, Félix F. Palavicini, nos entrega una muestra de enorme tolerancia y madurez:
``Mis primeras frases, ahora que la indignación del debate ha pasado, tienen que ser y deben ser para felicitar a los que han sostenido el dictamen por su triunfo en el parlamento... ninguna objeción debo hacer ante los hechos consumados... uno mis aplausos a los de ustedes y celebraré que nosotros hayamos sido los equivocados: que sea para el bien de la Patria''.
Cuando vemos que la intolerancia religiosa sigue cobrando vidas en Irlanda, en Medio Oriente, en Los Balcanes, incluso en Chiapas, valoramos cabalmente lo que hemos realizado para hacer de la libertad, el mayor de nuestros patrimonios. No la expongamos; aprendamos de la historia.
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