MANOLO MEJIA FUE ABUCHEADO EN LA MEXICO
Rafaelillo Ť El grave problema de la consanguinidad entre las reses mexicanas, atacado sólo por algunos ganaderos visionarios --entre éstos José Chafic y Marcelino Miaja--, se dejó sentir en la Plaza México: seis reses de la prestigiada dehesa de Garfias --con problemas de invasiones agrarias y ayuna de renovación de sangre-- pusieron en aprietos a los espadas y, salvo los dos primeros del encierro, mostraron una profunda decadencia que esperamos no sea irreversible. Fueron astados mansurrones que casi no empujaron en varas, reservones y que sólo acometíeron para defenderse. Con material así, Miguel Espinosa Armillita y Manolo Mejía, dos de nuestras cartas supuestamente fuertes, se las vieron negras aun cuando ambos tuvieron suerte en el sorteo y se llevaron a los dos únicos bureles con recorrido y claridad. Por su parte, Miguel Báez El Litri, enfrentado a dos bureles descastados y peligrosos, acabó imponiéndose al último e incluso logró correrle la mano. Fue un festejo, sí, para extender preocupaciones con un poco más de media plaza cubierta, circunstancia ésta que ya es crítica.
El primero, Embrujo, de 498 kilos, debió ser sustituido al fracturarse, por la cepa, el pitón izquierdo. En su lugar salió Remendón, con 501 kilos --único que sobrepasó la media tonelada--, sin duda el de mejor son del encierro. Armillita logró acomodarse en un principio, templando con primor para cuajar una larga serie de ocho derechazos sin mácula. Sin embargo no sostuvo el ritmo de la faena, al tiempo que el bicho regateó sus acometidas. Acabó desdibujándose, con una lidia deshilvanada, hasta dejar tres cuartos de acero ligeramente desprendidos. Le llamaron al tercio. El cuarto, Arlequín, con 492 kilos, buscó siempre el refugio de las tablas. Miguel, inteligente, aprovechó alguno de los viajes de la res para perfilar algún cambio, un pase del desdén y dos naturales con la mano muy baja sin continuidad posible. Sólo eso bajo el desencanto general. Cuatro pinchazos, otro hondo y un aviso fueron el saldo final.
Manolo Mejía fue la viva imagen de la impotencia. Al primero de su lote, Romero, con 495 kilos, lo muleteó siempre a distancia, abusando del pico de la pañosa, sin exponer un alamar. El bicho tenía recorrido, si bien se frenaba en la fase final de cada pase. Mejía no lo entendió y dejó pasar la oportunidad bajo los abucheos y los coros de ¡toro, toro! Estocada caída. Con el quinto, Viejo Colmenar, con 483 kilos, banderilleó con pobre lucimiento --pasándose de la reunión en dos pares--, pidió calma a los tendidos y no logró sujetar al burel. Dejó un bajonazo bajo las protestas del multicéfalo.
Por su parte, Miguel Báez El Litri, torero de dinastía, sólo pudo insistir ante el descastado Riscalino, con 492 kilos, que se frenaba y huía. Casi entera tendida. Pero con el que cerró plaza, Pastelero, con 483 kilos, el peninsular exhibió su poder, sujetó a un marrajo y logró muletearlo con ambas manos en un palmo de terreno, en gesto gallardo. Siempre pudo más el diestro. Incluso, porfiando, produjo la respuesta de los tendidos a su quehacer honrado, desdeñando los inconvenientes y la mansedumbre del cornúpeta. Casi entera en buen sitio y descabello al segundo intento. Le ovacionaron desde el tercio mientras sus alternantes salían bajo el repudio casi general.
Un cartel redondo
Leonardo Páez Ť A diferencia del infame cartel cuadrado ofrecido por Alfaga hace ocho días, exclusivamente con diestros modestos, para la cuarta corrida de la temporada --los jueves taurinos no entran en el encarecido derecho de apartado-- la empresa tuvo a bien confeccionar un cartel redondo, es decir, integrado por tres diestros que figuran, así como por una ganadería de reconocido prestigio.
Aunque bien mirada, la redondez del cartel tuvo también sus implicaciones anatómicas, ya que los alternantes Miguel Espinosa, Manuel Mejía y Miguel Báez mostraron, quien más, quien menos, adiposidad en su apariencia, acentuada por la siempre comprometedora estrechez de la taleguilla.
Otro elemento que acabó de redondear el decepcionante festejo de ayer fue el dinástico, pues los tres diestros son herederos en línea directa, ya sea de prestigiosos apodos --Armillita y Litri-- o de una no menos prestigiosa técnica --la de Martínez en el caso de Mejía--, todo lo cual sin embargo apenas consiguió llenar el descomunal coso a la mitad de su capacidad, prueba evidente de la aguda carencia de productos toreros interesantes en nuestro país.
Y para concluir con este redondeo, antes de que saliera el primer toro el juez de plaza Jesús Dávila entregó un reconocimiento por sus primeros cincuenta años de alternativa al juez de plaza José Luis Vázquez, en sus buenos tiempos certero estoqueador y actualmente desacertada autoridad en el biombo.
Edad mata diversión
Cada día se extiende más el equivocado concepto de que al público de toros hay que divertirlo, como si una corrida fuera un sucedáneo del futbol o del circo. Por eso cuando un ganadero se atreve a mandar un encierro con el trapío que da la edad --a ver si luego el ganadero Javier Garfias no se desmiente y dice que tenían menos de cuatro años, como lo hizo cuando Mejía inmortalizó a Costurero en un jueves taurino de octubre del 93--, son más remotas las posibilidades de diversión pero más factibles las de emocionarse, toreros y público, con la comprometedora presencia del auténtico toro de lidia, cuya adultez no se mide por los kilos sino por la edad.
Ojalá me equivoque, pero las sirenitas de la crítica taurina ya se habrán apresurado esta mañana a señalar con dedo flamígero que ``el toro con edad no se presta para el lucimiento''. Lo que ya no dicen es que para el lucimiento de nuestros menguados figurines, acostumbrados a lidiar el novillo docilón, con tres años entrados a cuatro.
El primer espada Miguel Espinosa, con sólo veinte años de alternativa, sigue sorprendiéndose de que el público se impaciente y no aquilate sus esfuerzos, pero no entiende que esa impaciencia no es por lo que no hizo en esa faena, sino por lo que ha sido incapaz de hacer en dos décadas de matador, instalado en el detallismo esteticista. Manuel Mejía, segundo espada, da la impresión de no reponerse de la tremenda culpa que le causó levantar el dedo índice, en agosto del 95, luego de bañar a Miguel en un mano a mano a beneficio de la Cruz Roja. Peor para él, porque caer un torero en la sosería de sus toros irrita doblemente al público y banderillear un matador equivale hoy en día a quitarse media faena, como le ocurrió con su segundo.