Los acuerdos alcanzados en principio por el grupo de los cuatro en materia de gasto son un signo de los nuevos tiempos. No deja de ser paradójico que partidos con orígenes tan disímbolos y planteamientos tan alejados como el PAN y el PRD hayan logrado acercarse en la manera de repartir el gasto público. Los términos de la negociación han cambiado. Las autoridades hoy padecen tanto por el formato de las negociaciones como por la actitud de los actores.
El formato ciertamente no es el mejor; existen muchos elementos que hay que replantear a futuro: los legisladores no disponen del tiempo ni la cantidad y calidad de información necesarias como para hacer un examen riguroso de lo que van a aprobar. El Ejecutivo tampoco goza de la tradición negociadora necesaria para ubicar con oportunidad los puntos en que se puede flexibilizar, y por el contrario, en la presentación de iniciativas, si bien reconoce que no hay nada infalible, por la vía de los hechos insiste en que su camino es el único posible, y pretende subrayar que los esfuerzos de acercamiento se dieron con anterioridad, y que lo que se presenta es algo así como la última palabra. Mal principio.
Así, no sabemos de qué márgenes dispone el Ejecutivo para modificar racionalmente su iniciativa, pero conocemos ya las incomodidades de la oposición. Estamos a punto de ver cómo culmina la profecía autocumplida: los nuevos equilibrios políticos en el Legislativo han producido el imperativo de hacer valer su peso en todas y cada una de las decisiones; el presupuesto --facultad exclusiva de los diputados-- tiene la necesidad, casi el mandato, de ser modificado (de otra suerte, según esa lógica, serían difíciles de explicar los nuevos equilibrios); las autoridades sin duda han hecho un esfuerzo de acercamiento, pero el debate fatalmente parece encaminarse a tener más claves políticas que económicas. Para su desgracia, no sirve mucho presentarse con la divisa de la responsabilidad, cuando la discusión parece dominada por los costos políticos de corto plazo. Y la profecía sigue su curso: la del presupuesto será una votación política, no económica.
En ese sentido, no deja de llamar la atención el hecho de que el grupo de los cuatro haya logrado acuerdos. La actitud de dichos partidos parece ser la máxima flexibilidad con los aliados opositores, y la máxima rigidez con las autoridades. Sin duda se podrá reclamar que dicha actitud contradice doctrinariamente a los partidos, es decir, que no sea fácil de explicar por qué se opta por acercamientos con la fuerza con la que se reconocen las mayores distancias a nivel de filosofía política, pero el ánimo que campea en el grupo de los cuatro parece ser justo ése: aplicar todos los esfuerzos para cohesionarse.
No me queda claro en el balance quiénes podrán ser ubicados como los ganadores de dicho formato, pero el hecho es ése. En los próximos días, espero, habremos de ver cómo se flexibilizan las posturas, y se continúan buscando acercamientos. Por lo pronto, seguimos en la lógica de las vencidas. Ojalá no salgamos vencidos todos.